- Juan Pablo II me llamaba siempre cariñosamente “el hombre del derecho”
- En las discusiones sobre el Código de Derecho Canónico, muchas veces tuve que contradecir al Papa. “Después le pedía perdón”
- Actualmente en Venezuela no hay democracia, y no podemos quedarnos dormidos. Estamos en una pendiente y vamos cayendo hacia un sistema completamente dictatorial
- A veces me equivoco y llamo “señor” a Chávez. Yo lo nombro individuo, porque no merece ser llamado señor
Ha presenciado la proclamación de cuatro Papas: Juan XXIII (1959-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo I (1978), quien reinó apenas 33 días, murió de un infarto y se le llamó el Papa de la sonrisa; y, por último, Juan Pablo II (1978)
Es el cuarto Cardenal que ha tenido Venezuela (los tres anteriores han muerto: José Humberto Quintero, José Alí Lebrún e Ignacio Velasco), y uno de los 174 nombrados por el actual Pontífice, quien depositó sobre sus hombros responsabilidades y distinciones abrumadoras.
Penetrante, efusivo en el trato y riguroso en sus abordajes –no esquiva jamás una confrontación, sea de asuntos de fe o atribuibles a las mortales obstinaciones–, vivaz hasta el asombro. Así nos recibe en su casa de San Casimiro de Güiripa, un extraviado poblado fundado por el Obispo Mariano Martí, al sur del estado Aragua.
Rosalio José Castillo Lara. Como Cardenal (del latín cardo, quicio, "bisagra de las puertas antiguas"), es Prelado elector y consejero del Romano Pontífice. Es decir, de Wojtyla, como suele llamar al “peregrino”.
–Yo llegué a Roma, digamos así, establemente, a comienzos de 1957. Estaba como profesor en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Salesiana, que primero estaba en Turín. Permanecí hasta 1965 como profesor, cargo que requería mucha dedicación al trabajo científico. Luego me vine a Venezuela como superior de los salesianos, pero estuve sólo año y medio, porque me llevaron a formar parte del Consejo General de los Salesianos. Yo era el encargado de visitar las casas salesianas en el cono sur, o sea: Perú, Chile, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Argentina. A los tres años me nombraron encargado de la pastoral juvenil en todo el mundo. En 1973 el Papa me hizo Obispo coadjutor de Trujillo. Yo le confieso que mi deseo, siempre, era regresar a Venezuela.
–¿Por qué, Eminencia?
–Yo me sentía, un poco, como desterrado, no por el gobierno pero sí por las circunstancias; puesto que yo salí de Venezuela en 1940, con 18 años, para ir a Colombia, a estudiar como salesiano y hacer el noviciado. Desde 1940 hasta noviembre de 1997, cuando regresé, yo no estuve en Venezuela sino escasamente unos seis años, en períodos diversos que nunca totalizaron dos años seguidos. Sin embargo, al Papa nunca se le puede decir que no. Me nombraron para Trujillo, tomé posesión en 1973 y en enero de 1975 me llamaron a la Nunciatura para decirme que el Papa Pablo VI me llevaba a Roma, para encargarme de la secretaría ejecutiva de la Comisión Pontificia para la reforma del Código de Derecho Canónico.
–¡Le asignaron un compromiso extremadamente delicado!
–Reformar el Código era una tarea gigantesca. Fíjese usted: la reforma del Código fue anunciada, junto con el Concilio Vaticano, por el Papa Juan XXIII, en 1959. Se hizo primero el Concilio Vaticano II y después, en 1965, comenzó ese trabajo, el cual era muy complejo, porque no era simplemente, como pueden hacer aquí, que uno o dos preparan un esquema, no. Allá había una comisión como de 20 ó 30 cardenales, que era la última instancia. Después estaba el presidente de la Comisión Pontificia, que era un Cardenal; el secretario, que era un Obispo. Había otros sacerdotes y técnicos, que formaban el personal de la Comisión. Pero luego, el trabajo principal se hacía con los consultores, más de un centenar de profesores de distintas universidades eclesiásticas del mundo. Las insinuaciones y observaciones para el Código venían de todos los Obispos del orbe, quienes fueron consultados cinco veces. ¡Todo en latín!
–Stickler escribió que el nuevo Código no era una mera actualización del anterior Código de 1917, sino que planteaba una honda "renovación de la disciplina". ¿Qué rasgo resaltaría usted?
–En primer lugar, la gran claridad, la actualización, lo más completa, con el Concilio Vaticano II, y luego, el sentido muy cercano, pastoral. Yo dirigía los debates y hacía las redacciones. Estaba en contacto personal con los mejores canonistas, profesores de derecho canónico de todo el mundo. Yo estuve trabajando en eso ocho años, ¡de lleno! El Código se promulgó el 25 de enero de 1983, justo a los 25 años del anuncio del Papa acerca de la reforma. No hay ninguna otra legislación en el mundo que se haya hecho con tanto cuidado. Por eso yo me río de las legislaciones que se preparan aquí.
“El hombre del derecho”
–Esa labor suya con el Código de Derecho Canónico le granjeó una inmensa confianza por parte de Juan Pablo II.
–El Papa Juan Pablo II me llamaba siempre cariñosamente “el hombre del derecho”. Al Papa se le presentó un esquema del Código que se llamó el esquema novísimo, el ultimísimo. Junto con un grupo de seis expertos, él lo examinó todo, con la presencia mía. El Papa le dedicaba a eso hasta tres horas. Llegábamos a las 12:30, estaba ya el Papa, y trabajábamos hasta la 1:30 ó 2:00. Después se seguía trabajando en el comedor. Comíamos, y se seguía con el trabajo hasta las 3:00. A mí me tocaba todo el peso, porque tenía que responder las objeciones de los seis expertos, y… bueno, hasta tenía que contradecir al Papa en muchas cosas.
–¡Contradecir al Papa! ¿No lo sentía como un atrevimiento suyo?
–Sí. Recuerdo que llegué a decirle, respecto a algún asunto: “Eso es absurdo, no se puede hacer”. –¿Sí? ¿Qué respondía el Papa?
–El decía: “Bueno, si es absurdo no lo haremos”.
–Cardenal, ¡resulta que un Papa se equivoca!
–En cosas que no son de fe se equivoca, muchas veces. Ahora, cuando terminó todo, que ya estaba el Código aprobado, yo sentí el deber de ofrecerle excusas al Papa, por las veces que lo había contradicho. Le pedí perdón porque en el ardor de las discusiones le contradije muchas veces. El me dijo: “No, a mí me gusta que sea así porque eso es lo que me ayuda. Yo no necesito gente que me diga sí a todo, sino gente que me diga la verdad”. ¡Eso habría que aplicárselo al señor de Miraflores!
“Se Castillo Vuole”
–A estas alturas usted había acumulado un poder impresionante en la Santa Sede.
–Después de eso yo presidí por cinco años la comisión para la interpretación de las leyes. En 1988 el Papa me nombró presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, que era la administración de los bienes de la Santa Sede.
–También estuvo al frente de la Banca del Vaticano.
–Sí, fui por un tiempo presidente de la comisión de cinco Cardenales que supervigilaba lo de la Banca Vaticana. Nos tocaba administrar los bienes de la Santa Sede.
–En 1990 usted pasa a ser el presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. En otras palabras, el Gobernador del Vaticano.
–En diciembre de 1989, al día siguiente de la visita de Mijaíl Gorbachov, el Papa me mandó a llamar. Cuando él tiene que dar una noticia, la da en el almuerzo. Quería que yo le aceptara… ¡también!, o sea, además de la Administración, lo que sería el cargo de gobernador o presidente del Estado Vaticano. Pues, ¿yo qué le iba a decir? Le dije que como salesiano eso para mí era una orden.
–Hay una anécdota que habla del enorme poder que usted tenía. Resulta que los romanos llegaron a decir que la sigla SCV (“Santa Città del Vaticano”) en las placas de los carros, lo que en verdad quería decir era: “Se Castillo Vuole” (si Castillo quiere). ¿Es cierto eso?
–La sigla SCV significa Stato Città del Vaticano. Ahora, esa expresión se la acuñaron unos 40 años antes a un Cardenal que tenía ese cargo y era muy poderoso. Su apellido también comenzaba por la letra “c”. Cuando yo llegué, como por coincidencia me llamaba Castillo, y realmente tenía poder, lo decían por broma: “Se Castillo vuole”.
–Usted decide renunciar a todo eso al cumplir los 75 años, para dar cumplimiento a lo dispuesto en el Código de Derecho Canónico, que usted mismo había redactado. El Papa le escribió una carta personal en la cual le hizo un reconocimiento cargado de frases muy laudatorias, que reflejan una alta estima, un gran respeto hacia usted. Dice que acepta su renuncia “no obstante el vivo aprecio por el trabajo que desarrolla con gran dedicación y competencia”.
–Ciertamente. A mí me admiró mucho. Una de las características del Papa, y no sólo conmigo sino con todos –y también Pablo VI–, es el gran respeto a la persona, a cualquier persona que se le acercase a él. Juan Pablo II, por ejemplo, cuando uno le hacía alguna deferencia…
–¿…cómo la de besarle la mano, por ejemplo?
–Besar la mano es una costumbre allá para todos los Obispos. Pero cualquier otra deferencia, él la aceptaba como pidiendo disculpas por tener que aceptarla. Permítame volver a lo de la carta del Papa. Además de esa que usted menciona, él escribió otra, porque en Roma los periodistas no entendían cómo una persona que tenía tanto poder, se marchaba. ¿Por qué?, se preguntaban. Entonces comenzaron a inventar…
–Hubo muchas especulaciones. Hasta se dudó del carácter voluntario de su renuncia.
–En Roma, en Francia, comenzaron a inventar las razones más… tontas. Por ejemplo, uno dijo: es que tuvo un choque con el Secretario de Estado, y como los dos tienen un carácter fuerte, Castillo se fue. Una revista francesa, fíjese usted, dijo que era que yo había tenido un tremendo desfalco económico, porque las inversiones que teníamos en los Estados Unidos habían caído. Otros dijeron más cosas. El Papa, al ver eso, escribió una carta, cosa que no ha hecho con ninguno, explicando.
Una señal muy mala
–Seguramente nunca lo imaginó, pero ahora le toca enfrentar una misión quizás más dura, en Venezuela. Es usted, en estos momentos, el único Cardenal del país, justo cuando la iglesia Católica pasa a ser una de las instituciones más ferozmente atacadas por el gobierno actual.
–Sí, sí.
–Usted vio personalmente cómo las ofensas al Cardenal Ignacio Velasco no cesaron ni siquiera durante sus funerales.
–Sí, sí. Mire, yo regresé a Venezuela con mucho entusiasmo, porque quería darle a Venezuela, y a éste terruño, los últimos años de mi vida. Y me tocó esta situación tan triste. Yo considero que la situación actual es gravísima. Lamentablemente, diera la impresión de que la gente, pasado el fervor del referendo, se ha olvidado de esto, y cerrado ya el capítulo piensan que no hay nada qué hacer y entonces sólo tratan de sobrevivir. Es una señal muy mala cuando la gente pierde el espíritu de lucha, que es tan necesario.
–La fe está ahora en bancarrota.
–Ciertamente. Mire, ¿por qué me parece tan grave esto? Porque aquí no se trata simplemente de que haya un populista, de que sea un dictador, un gobernante autoritario. No, no se trata solamente de eso. No se trata sólo de que la corrupción ha aumentado muchísimo, han robado muchísimo. Para mí lo más grave es que Venezuela está en una pendiente, y va cayendo paulatina pero muy seguramente hacia un sistema completamente dictatorial, colectivista, como el que tiene Fidel Castro en Cuba. Es la libertad lo que está en peligro. La libertad es uno de los bienes más sagrados e importantes de la persona humana. Este gobierno ha querido siempre cubrirse con un manto de democracia, pero ese es un manto falso.
–¿Es una fachada?
–Una fachada completamente hipócrita. Porque aquí no hay democracia. Ellos, con ese atropello de la Asamblea Nacional, llegan a hacer… ¡leyes! Por ejemplo la Ley Orgánica del Tribunal Supremo. Aunque exista la ley, eso desde el punto de vista democrático es letra muerta. Esa ley nació espuria. Lo que ha hecho es con el único objetivo de asegurarse del control absoluto del Poder Judicial. Ahora, si nosotros nos dormimos y no reaccionamos como se debería, llegaremos entonces al momento en que no hay vuelta atrás. Entonces habrá que irse de Venezuela o resignarse, como los cubanos.
–¿Dijo usted dijo en un sermón, aquí en Güiripa, que era preciso “aplastar al psicópata que tenemos por Presidente”?
–¡Nunca lo dije! En la Radio Nacional aseguraron que yo lo afirmé en el día de María Auxiliadora. Eso es completamente falso. Yo nunca, en un sermón, he nombrado a Chávez. ¡Nunca! Lo que hago es pedir que recen por Venezuela, por que se recupere la paz, cese la violencia, por que no haya odio. Fíjese que este señor, desde el principio… Este, señor, quiero decir Chávez. A veces me equivoco y digo señor. Yo normalmente lo nombro individuo, porque no merece ser llamado señor. Este individuo ha sembrado el odio, que es lo peor que puede hacer el Presidente de una república.
–Normalmente un Presidente ejerce un magisterio.
–Pero su magisterio es el del odio, en el sentido de que él ha enfrentado a unos contra otros. Eso es absurdo. Yo digo que cese el odio, pero nunca lo he nombrado, ni lo nombraré, porque no quiero profanar la cátedra sagrada con esas cosas.
–Desde el punto de vista de la Iglesia, de la fe y del propio derecho que usted ejerce, ¿cómo califica los esporádicos arrepentimientos de Chávez?
–Yo definí a Chávez… no es que lo definí. Observándolo, escuchándolo, dije: Chávez es un paranoico. Una persona que concibe un propósito, lo tiene muy claro y lo persigue con mucha astucia y perseverancia, ¿no? Pero que pierde el sentido de la realidad.
–Trastoca imágenes, ideas, interpretaciones históricas.
–Él pierde el sentido de la realidad, completamente.
–¿Puede arrepentirse quien no está consciente de sus errores?
–Cuando él pide perdón es un acto de hipocresía. Hace eso como algo que considera necesario, en ese momento, para captar voluntades. Chávez es lo que le conviene en el momento. Si está con Muammar Gadafy, exclama: ¡Alá es grande!, estamos en la misma barca. Si está con un musulmán, también él es musulmán, el más grande adorador de Mahoma. Si está con un protestante, él también es ferviente protestante evangélico. Por eso, en principio, no creo ninguna de las cosas que dice Chávez en la línea de un arrepentimiento. ¡En absoluto hay que creer en eso!
–¿Ese tipo de arrepentimiento no tiene perdón de Dios?
–Es que no hay ningún arrepentimiento. ¡Eso no es arrepentimiento! ¿Qué va a perdonar Dios una cosa que no existe? Yo le pido que se convierta, pero antes él debería adquirir la salud mental para hacerlo.
–“La tiranía es un gobierno despótico, arbitrario”. ¿Esa frase sí la reconoce usted como suya?
–Sí, sí, ésa sí. Porque, ¿qué es lo que hay? Aquí el único que manda en todas las cosas es Chávez. Se ha pretendido imponer con la fuerza, el engaño y la mentira, un proyecto político anacrónico y absurdo que ha cosechado sólo ruinas, destrucción y esclavitud.
Al gobierno hay que desconocerlo
–Usted ha llamado al país a no resignarse. Aquí la vía pacífica del voto está liquidada. No hay instancia a la cual apelar ante ninguna injusticia o ilegalidad. ¿Qué camino nos queda: acaso la rebelión?
–No, no. Yo no quiero invitar a ninguna cosa en concreto. Primero, porque no tengo la capacidad de hacerlo. No sé ni siquiera cuál sería. Pero la Constitución en su artículo 350 dice que el pueblo venezolano “desconocerá”. Desconocer a un gobierno es no tenerlo como gobierno. Entonces, en lo que se pueda, desobedecerlo, no hacerle caso. No habrá prisiones suficientes para cinco millones de venezolanos.
–¿Podríamos llegar, incluso, a desobedecer las leyes?
–¡Claro!
–¿Cuáles?
–No las leyes de tránsito, por supuesto. Eso sería ridículo.
–Todo lo que conlleve injusticia, despotismo.
–¡Todo el mundo! Ese desconocimiento se debe manifestar además en protestas legítimas.
–La reforma del Código Penal, en discusión, penalizará las protestas. Quien suene una cacerola irá preso.
–Si 500.000 personas se mueven para hacer una protesta, una cacerola, ¿dígame usted cómo los van a castigar?
–Pero descabezan a los dirigentes. Fíjese lo que ha pasado con los ex trabajadores petroleros, con la gente de Súmate, con el general Usón.
–No hay cárcel para todos. Lo importante es que el pueblo tenga conciencia de que este gobierno hizo trampa, hubo el fraude, que no es un fraude supuesto. Ese es un gigantesco fraude real, ¡que se hizo! Se adulteró el Registro Electoral, y no lo han depurado a menos de 20 días de las elecciones regionales.
–Usted declaró que la abstención electoral no era viable.
–Creo que no se debe ir a votar si no hay garantías.
–Mucho cuidado, Cardenal, porque Jorge Rodríguez ha amenazado con cárcel a todo quien hable de fraude sin pruebas.
–Esa es una estupidez de él. Esas son jactancias de ese señor. Lo que me duele es que en esto haya habido tanta complicidad. Mire, hay gente que ha echado por el suelo y llenado de estiércol su apellido y su trayectoria. Gente como Iván Rincón, y el otro también, el Lucas. ¡Y Carrasquero! ¿Cómo puede presentarse esa gente ante la historia? Han adulterado el derecho en la forma más monstruosa para complacer la voluntad del príncipe. Comenzando por el período presidencial, que se lo alargaron. Esa es una marramuncia. No tiene justificación jurídica. ¡Chávez debió haber terminado ya!
–Cardenal, muchos creyentes se preguntan si es que Dios nos ha abandonado.
–Es importante que me haya hecho esa pregunta. Yo he pensado, y digo, que Dios ha querido darnos una lección a todos. Una lección que debemos aprender. Un país tan rico, con tantas posibilidades, en lo que ha caído. El venezolano era –no digo que lo sea hoy, porque no estoy tan seguro–, pero el venezolano era persona generosa, honrada, abierta, amistosa, antes de que llegara ese señor. Esas dotes enormes que Dios nos dio, no las supimos aprovechar. ¡Se creó un tremendo egoísmo en las clases pudientes, que las encerró en sí mismas! No es que Dios nos ha olvidado. Es que no ha llegado su hora.
–¿Qué quiso decir usted cuando declaró que la patria no se defiende sólo con los labios?
–Es que como lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. No se está llamando a una rebelión armada, sino a quitar de un puesto a quien no quiere dejarlo. Debemos pedirle a Dios, pero también debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para defender la libertad, la democracia. Aquí están en peligro las libertades.
–No sólo libertad para pensar y opinar, sino también para decidir.
–Sí, sí. Ciertamente.
–Si no podemos decidir, Chávez se eternizará en el poder.
–Sí, si, sí. Eso es lo más grave.
Dios mío, ¡qué metida de pata!
–Chávez propuso que a monseñor Baltasar Porras, presidente de la Conferencia Episcopal; Roberto Lückert, arzobispo de Coro; y usted, los sometieran a un exorcismo, porque el diablo se les había metido bajo la sotana.
–Mire, cuando él dijo en noviembre o diciembre del ’99, que los tres estábamos endemoniados, me preguntaron si me sentía ofendido. Yo respondí que no, porque las cosas se toman según de quien viene; y yo estoy convencido de que ese señor no está sano de la mente. A eso le aplico un axioma filosófico que dice: ninguno da lo que no tiene. Y si éste distribuye el demonio, saque usted la conclusión, ¿no?
–El Cardenal Velasco tuvo, por cierto, una participación muy activa en los sucesos del 11 de abril, que sacaron momentáneamente a Chávez del poder. Si usted hubiese estado en su lugar, ¿cree que habría procedido igual?
–Primero, yo nunca iba a asumir ese rol. No me correspondía.
–Pero si a usted le hubiera tocado…
–Ah, una cosa es si me hubiera tocado. Yo no podría decir qué habría hecho. Una cosa que no habría hecho nunca era firmar el decreto. Esa era una cosa absurda. Yo estaba aquí cuando me llamaron para que viera la televisión. Cuando oí el texto del decreto me llevé las manos a la cabeza y dije: ¡Dios mío, qué metida de pata! ¡Qué barbaridad, ese señor lo ha echado a perder todo! ¡Esa es una brutalidad!, dije. Él lo único que tenía que hacer era anunciarle al país: Nos hemos visto en la necesidad de asumir el poder porque el Presidente renunció, llamar a la calma, a la paz, y todas las demás disposiciones se daban poco a poco, conforme se dieran las circunstancias. ¡Eso era todo!
–Lo irónico del caso es que Chávez ha hecho lo mismo que Carmona Estanga, pero con otros métodos. Liquidó el TSJ, las Fuerzas Armadas, la Asamblea, la Fiscalía, los partidos… Y aún peor: persigue a la Iglesia, amordaza a los medios.
–Sí, sí, claro. Lo ha hecho con sus compinches, con la complicidad de sus camarillas. Por eso digo yo que esto es una tiranía. Aquí hay una dictadura, un gobierno completamente despótico que depende de una sola persona.
–Cardenal, ¿cómo queda toda esta dura prédica suya, frente al Sacramento de la Redención, mediante el cual el Vaticano ordena a los sacerdotes de todas las jerarquías abstenerse de participar en política?
–Veo que está usted muy documentado. Mire, el sacerdote como tal, es decir, la Iglesia, no debe meterse en la política directa. En ocasiones lo ha hecho, pero no debe. Ahora, la Iglesia no puede desentenderse de la nación. Está obliga a denunciar las violaciones de normas fundamentales, de los asuntos de la moral, de los derechos humanos. Cuando yo hablo, hablo con toda la seguridad de que estoy haciendo una obra de Iglesia. Denunciar la injusticia y la pérdida de la libertad, no es cuestión de política. Es un asunto de humanidad, y la Iglesia, experta en humanidad, debe defender estos valores esenciales para el hombre.
José Ángel Ocanto
Una compasión mal entendida
–Cardenal, está muy adelantado en el país el proyecto para despenalizar el aborto y la eutanasia.
–Mire, esas dos cosas son sumamente graves. Las quieren introducir siguiendo la línea de naciones o parlamentos supuestamente más adelantados donde no tienen absolutamente en cuenta la fe. Un diputado no puede aducir al aprobarlo que prescinde de su fe religiosa, no. En ese momento está apostatando de su fe. La fe es algo que llevamos y no podemos prescindir de ella.
–La tesis es la de que hay casos en los que el aborto se justifica.
–Con el aborto se comete un asesinato, es decir, se autoriza un asesinato. Esa misma gente es la que se rasga las vestiduras, cuando van a discutir la pena de muerte y a ejecutar a un bandido que tiene quince homicidios encima. Esos son los que con la conciencia aparentemente muy tranquila, van a autorizar que se asesine a millares o millones de gentes. Es un asesinato porque se trata de una persona humana.
–El magistrado ponente alega que la vida cerebral del feto comienza a las doce semanas y que compararlo antes de ese período con un ser humano, es como comparar una semilla con un árbol.
–Eso es falso. No hay vida cerebral, bueno, ¡pero hay vida! Es como decir también que como la mayoría de edad es a los 18 años, quien tiene menos edad no es hombre con todos los derechos de los demás, y podemos liquidarlo. Bueno, no está formado el cerebro, no están formados los miembros, pero está allí todo el germen para que eso se forme. Ya hay la vida en sí, porque si no hay vida se daría el aborto natural. Si es a los tres meses cuando hay vida cerebral, ¿va a decirme usted que faltando un día para los tres meses es válido hacer el aborto, y un día después no? Para mí esas son estupideces.
–¿Y en los casos de personas que, desahuciadas por la ciencia, consientan morir?
–Eso es poner en la mano de una persona la vida de otra. Nadie tiene derecho a matar. La vida pertenece a Dios. Si se aprueba la eutanasia es abrir una brecha muy honda en el derecho a la vida. Eso es darles la guillotina a unos familiares que podrían estar pensando más en la herencia.
–¿No se inscriben estas medidas en la ideología del régimen? ¿No es colocar al país, a toda la sociedad, a pensar y obrar como piensan quienes mandan?
–Eso lo hacen en nombre de la libertad, traicionando la libertad. Es una libertad mal entendida, o quizás, una compasión mal entendida. Entonces dicen que la mujer que ha sido violada tiene derecho a librarse de este estorbo que lleva en el vientre. Pero ese estorbo es vida suya. Es vida humana, y no puede eliminarla así.
JAO
¿La última elección?
–¿Estamos pisando la raya amarilla de lo que el país aguanta?
–Yo creo que sí.
–¿No es criminal la indiferencia en estos momentos?
–La única cosa que podría excusar es la ignorancia. Usted toca un tema importante, que es profundo. Lamentablemente en Venezuela las adhesiones políticas no se hacen con la cabeza. Yo diría que, más bien, con los pies, a veces con algún otro órgano, y muchas veces con el corazón.
–¿Hasta dónde cree usted que podemos llegar?
–Yo creo que nosotros estamos llegando ya al llegadero.
–Y el país, ¿hasta dónde debe llegar para defender las libertades?
–Hay medidas para eso.
–¿Incluye acaso la violencia?
–La violencia aquí sería sumamente cruenta. Mucha sangre sería inútilmente derramada. Yo quisiera, eso sí, hacerle un llamado a todas las personas que están apoyando a este gobierno. Que, serenamente, poniéndose la mano en el corazón y haciendo abstracción de los males que pudieran haber recibido de otros, piensen en el juicio de Dios, que un día les va a pedir cuenta de esto. Piensen por qué lo apoyan. Si es justo apoyar a un régimen que suprime todas las libertades. Si es honesto apoyar a un régimen que ha aumentado la corrupción hasta límites inconcebibles. Si es honesto, delante de Dios, apoyar a un régimen que ha aumentado el hambre, tremendamente; que ha cerrado los ojos ante la delincuencia, la inseguridad, todo. Un régimen que no permitirá en el futuro ninguna otra manifestación de elecciones, porque ésta sería la última. O quizás sólo la del 2006, enteramente fraudulenta. No permitan que todos estos peligros se escondan detrás de un barniz de falsedad. Ya he dicho que quizás no ha llegado el momento de Dios, pero es hora de pedirle a Dios, y no una oración simplemente de labios, sino pedirle con toda el alma, y tratar de ponernos en las manos de Dios en este momento dilemático; hacer lo que a Él le agrada, pedirle que tenga misericordia y compasión por Venezuela, que está al borde de un abismo, y hay quien está dispuesto, ya, a dar la orden de un paso al frente.
–Cardenal, ¿el Papa está enterado del drama venezolano?
–Completamente. Yo mismo lo he enterado.
JAO
Hoja de vida
Rosalio José Castillo Lara nació el 4 de septiembre de 1922, en San Casimiro, diócesis de Maracay. Es hijo de Rosalio Castillo y Guillermina Lara de Castillo (quien era hermana del Dr. Pedro José Lara Peña). Es sobrino de Lucas Guillermo Castillo, arzobispo de Caracas. Uno de sus hermanos, José Antonio, vive en Barquisimeto.
Entró en la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco, Bogotá, Colombia. Estudió en las casas de estudio salesianas, en Colombia. También en el Ateneo de Salesiano, en Turín, donde obtuvo el doctorado en derecho canónico. Finalmente, estudió en la Universidad de Bonn, Alemania
Se ordenó sacerdote el 4 de septiembre de 1949, en Caracas.
Consagrado el 24 de mayo de 1973, en Caracas, por el cardenal José Humberto Quintero.
Secretario de la Pontificia Comisión para la Revisión del Código de Derecho Canónico, el 12 de febrero de 1975.
Promovido a arzobispo, el 26 de mayo de 1982.
Creado cardenal diácono, el 25 de mayo de 1985; recibió la birreta roja y la diaconía de Nostra Signora de Coromoto en S. Giovanni Dio, el 25 de mayo de 1985.
Presidente de la Pontificia Comisión para la Interpretación Auténtica del Código de Derecho Canónico, el 27 de mayo de 1985.
Presidente de Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, el 6 de diciembre de 1989.
Presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano, el 31 de octubre de 1990.
Renunció a la presidencia de la Administración, el 24 de junio de 1995. Optó por el orden de los cardenales presbíteros y su diaconía fue elevada, pro hac vice, a título el 29 de enero de 1996.
Con permiso del papa, pasó a residir a Venezuela, en 1997
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