viernes, 27 de abril de 2007

La vida según Quino











Vagando por la red, me he tropezado con esta breve nota, atribuida al célebre humorista Quino, el creador de Mafalda. Se ha desmentido que realmente él haya sido el autor de estas líneas. Lo mismo ha ocurrido con otros textos, que manos ocultas han puesto a firmar a Borges, García Márquez. De todas formas quise compartirlo con ustedes, pues me pareció algo genial. A ver, ¿qué opina?

La vida según Quino

… Pienso que la forma en que la vida fluye está mal. Debería ser al revés: Uno debería morir primero para salir de eso de una vez.

Luego, vivir en un asilo de ancianos hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí.

Entonces empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación.

Luego fiestas, parrandas, alcohol. Diversión, amantes, novios, novias, todo, hasta que estés listo para entrar a la secundaria…

Después pasas a la primaria y eres un niño que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo…

Luego pasas a ser un bebé, y vas de nuevo al vientre materno, y ahí pasas los mejores y últimos 9 meses de tu vida flotando en un líquido tibio, hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo…

¡Eso sí es vida!

Resolución de la SIP

Sociedad Interamericana de Prensa, SIP

Resolución de la Reunión de Medio Año

Cartagena de Indias, Colombia

16 al 19 de marzo del 2007

CONSIDERANDO

que el gobierno venezolano ha estructurado una normativa destinada a conculcar la Libertad de Expresión y de Información, derechos consagrados en los artículos 57 y 58 de la Constitución

CONSIDERANDO

que la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos de la Organización de los Estados Americanos se pronunció en fecha 9 de marzo del 2007 afirmando que se observa en Venezuela “un deterioro paulatino del Estado de Derecho”

CONSIDERANDO

que es doctrina y compromiso esencial de la Sociedad Interamericana de Prensa, consagrado en los principios que le dieron origen y en la Declaración de Chapultepec, la defensa del derecho universal a la libertad de expresión e información

CONSIDERANDO

que la Sociedad Interamericana de Prensa suscribió conjuntamente con la Asociación Internacional de Radiodifusión el día 8 de agosto de 1973 el “Acuerdo de Caracas”, donde se reafirmaron los valores y principios inherentes a los derechos humanos asumidos en documento previo, suscrito por ambas sociedades el 23 de marzo de 1952 en Panamá

CONSIDERANDO

que tales acuerdos doctrinarios proclaman la “convicción de que el progreso material y el bienestar espiritual sólo se puede alcanzar en una atmósfera de libertad y respeto a la persona humana” y asimismo reafirman “su categórico repudio a todas la formas de dictadura, una dictadura que cualquiera sea su forma es la negación de los derechos fundamentales del hombre y de la comunidad”

CONSIDERANDO

que el presidente de la República, teniente coronel Hugo Chávez, ha anunciado el cierre del canal Radio Caracas Televisión, la primera televisora del país

CONSIDERANDO

que ha continuado la persecución judicial contra periodistas, como es el caso de Marianela Salazar, Napoleón Bravo, Freddy Machado, José Ángel Ocanto y que en la actualidad la periodista Patricia Poleo permanece en el exilio señalada por el Fiscal General de la República por supuesta autoría intelectual en el asesinato de un Fiscal del Ministerio Público

CONSIDERANDO

que el régimen del Presidente Chávez está aplicando sanciones pecuniarias a medios de comunicación independientes, tal como ha ocurrido con las multas aplicadas al diario Tal Cual, su Editor Teodoro Petkoff, y el columnista Laureano Márquez, por 200 millones de bolívares y que igualmente fue multado el canal Radio Caracas Televisión con la cantidad de 1.500 millones de bolívares

CONSIDERANDO

que el gobierno de Venezuela hace uso de la asignación publicitaria oficial para control político, premiando con grandes pautas a los numerosos medios creados por el régimen y los que se le subordinan, mientras promueve el acoso económico contra los que no se doblegan

CONSIDERANDO

que la Asamblea Nacional de Venezuela ha delegado en el presidente Chávez amplios poderes para legislar por Decreto, lo que implica un mayor peligro para el orden jurídico y para la democracia

CONSIDERANDO

que el esquema de reformas legales, decisiones y medidas que viene aplicando en Venezuela el gobierno del presidente Chávez para el control de la sociedad son propias de regímenes dictatoriales

CONSIDERANDO

que el Principio 4 de la Declaración de Chapultepec establece que “el asesinato, el terrorismo, el secuestro, las presiones, la intimidación, la prisión injusta de los periodistas, la destrucción material de los medios de comunicación, la violencia de cualquier tipo y la impunidad de los agresores, coartan severamente la libertad de expresión y de prensa. Estos actos deben ser investigados con prontitud y sancionados con severidad”

CONSIDERANDO

que el Principio 6 de la Declaración de Chapultepec establece que “los medios de comunicación y los periodistas no deben ser objeto de discriminaciones o favores en razón de lo que escriban o digan”

CONSIDERANDO

que el Principio 10 de la Declaración de Chapultepec establece que “ningún medio de comunicación o periodista debe ser sancionado por difundir la verdad o formular críticas o denuncias contra el poder público”

LA REUNIÓN DE MEDIO AÑO DE LA SIP RESUELVE

denunciar ante la comunidad internacional las violaciones a la libertad de expresión con características dictatoriales que está asumiendo el régimen del teniente coronel Hugo Chávez en Venezuela contra la Libertad de Expresión

repudiar la decisión que, sin ninguna justificación legal y por razones políticas, ha anunciado reiteradamente el presidente Chávez y su gobierno de cerrar al primer canal del país, Radio Caracas Televisión, y la amenaza de expropiar sus instalaciones

condenar la reiterada persecución judicial contra periodistas, entre ellos Patricia Poleo, Napoleón Bravo, Marianela Salazar, José Ocanto, Freddy Machado y Marianela Agreda, entre otros

rechazar la utilización para control que el régimen de Chávez hace de la asignación de publicidad oficial, favoreciendo a los medios del gobierno y promoviendo la autocensura, así como las multas al diario Tal Cual, su editor y columnista Laureano Márquez.

domingo, 22 de abril de 2007

RCTV, el cierre como tragedia

El presidium. Interviene María Antonieta Zapata, Súmate-Lara

José Angel Ocanto al pronunciar su discurso

Palabras
de José Ángel Ocanto
en acto en apoyo a RCVT
Domingo, 22 de abril de 2007
Colegio Nacional de Periodistas, seccional Lara.

Si definitivamente el lunes 28 de mayo, Día de Lara, por cierto, el régimen cumple su amago de cortar de un manotazo las transmisiones de Radio Caracas Televisión, el poder se habrá anotado un triunfo con vestigios y agitación de tragedia, que, como es factible percibirlo ya, dejará en la boca del autócrata un amargo y persistente sabor a derrota.
Tragedia para el régimen, sí, porque será una victoria insostenible, desastrosa, con inmensas bajas en el bando de las libertades públicas, y de los derechos humanos, por supuesto, pero también entre las columnas y los lujosos pertrechos del poderoso, que tanto temor habrá de revelar ese día sin gloria ante el fuego cruzado de la opinión distinta y el debate abierto de las ideas, ¡de todas las ideas!
Tal conquista, así dada, no será más que la grosera demostración de fuerza del que somete; apenas podrá asentarse en lo formal como un acto administrativo sin apelación posible por parte de quien mantiene secuestradas todas las instancias jurisdiccionales, y, veamos en este instante, ¿cómo festejar eso?
¿Cómo soltar el alegre redoble de los tambores cuando el héroe queda retratado, otra vez, en su oculta pose de espanto, en su torpe inadaptación a la crítica y al disenso propios de la vida en democracia, en su autocrática e irremediable incapacidad para aceptar manifestaciones distintas a la adulación provocada y al aplauso comprado?
Cerrar un medio de comunicación social proyectará ante el mundo, y en la conciencia de cada venezolano (75% condena el sanguinario zarpazo), un sombrío e incivil laurel de intolerancia en la frente del jefe del partido único, discutido en lo interno, justamente en estos días, como para agregar inoportunas desgracias, por aliados a quienes, ¿qué otra cosa pudiera hacer él?, ya ha dirigido su gruesa y sabida ración de amenazas e insultos televisados. “Democracia protagónica y participativa”. ¿Dónde leímos eso? ¿No se han apresurado a borrar el desvarío de esa premisa, los autores de cinismo tan monumental?
Y será una derrota el apagón de RCTV, decíamos al principio, puesto que a partir del 28 de mayo, fecha que la revolución lanza para la simbología histórica e histérica, al igual que la de torcerle el cuello al distraído caballo del Escudo, justo desde ese día ya no podrán admitirse los eufemismos, las meras ambigüedades, los juegos de palabras como aquel según el cual en el país no hay presos políticos sino políticos presos. ¡Argumento bastardo, depravado, por donde quiera que se le mire!
El 28 de mayo el poder confesará que no bastaron las cadenas con la imagen que repiten todas las pantallas y con la voz que corean todas las radios, a cualquier hora, por causa de cualquier pretexto, o sin pretexto, que al régimen no le hace falta. ¿Acaso no lo llamó “Dios todopoderoso” un ramplón gobernador vecino?
El 28 de mayo dejará expresa constancia de que no bastó todo el invasivo, abusivo y contaminante pregón de las vallas, ¿cuánto cuestan?, que plagan las autopistas, avenidas, calles, oficinas públicas, y hasta las escuelas y los apartados cementerios de la nación.
No fue suficiente la enorme red de medios oficialistas, que ya sobrepasan las 20 televisoras, incluyendo cuatro con cobertura nacional e internacional, dotadas de 45 repetidoras; y 145 estaciones de radio (sólo Radio Nacional de Venezuela dispone de 11 repetidoras en AM y 32 en FM), con su abanico de abundantes comunitarias, entre comillas, de radio y televisión; junto a 72 periódicos en igual categoría: la de una especie de uniforme franquicia doctrinaria; y, encima, los innumerables sitios web del gobierno o a su servicio, fenómeno que corre paralelo al adormecimiento mediante burundanga revolucionaria de la televisión por cable, cuyas frecuencias están siendo reducidas, todo lo cual, en suma, concreta la “hegemonía comunicacional” pregonada por el presidente de Telesur, Andrés Izarra.
¿Contamos también en ese inabarcable sistema propagandístico las plantas televisoras que ayer nada más figuraban entre los 4 jinetes del Apocalipsis, y que hoy, palabras presidenciales por delante, han dado muestras de querer adaptarse, trasmitiendo el silencio, el ocultamiento, plegándose a la autocensura, y mirando hacia otro lado de esta tribulación colectiva que asumen ajena, con la servicial desaparición escalonada de sus espacios de opinión y de los noticieros a lo largo de todo el día? Patética muestra del formato de farsa y desinformación que el gobierno pretende imponer.
No bastó, al fin de cuentas, tan descomunal, militarizado y aparatoso engranaje. Al motor le siguen faltando tuercas y potencias, como que ahora no le sirve ya la mejor Constitución del mundo, la más avanzada. Le agrega usted el Canal Metropolitano de Televisión (CMT), comprado por 60 millardos de bolívares, y anota también ahí mismo la “toma” de la “estratégica” Cantv, y nada de eso fue suficiente. 200 mil millones de bolívares gastados solamente en el año 2006 para sostener esa plataforma de propaganda oficial, no bastaron.
Hacía falta más. Nueve años después, será preciso acallar, romper el gran espejo que devuelve la imagen y las voces indeseadas, en razón de plurales. Lo harán esta vez a plena luz del día, ya sin pasamontañas. La cámara en su último momento los captará en su asalto para las memorias de la infamia.
“Así que vayan apagando los equipos”, gritó el déspota, enfundado en su uniforme de combate.
No es casual que la emprenda contra la señal televisiva con mayor tradición, arraigo y penetración en Venezuela.
Por “golpistas”, rechina él.
¿Por “golpistas”, dice usted? ¿Habla de intentonas y de sedición usted, precisamente usted? ¡Qué desfachatez! Por ahora, y por siempre, la verdad se empeña en desmentirlo, así chille en su trono usurpado. Usted encasqueta boinas, pero no programa los cerebros. El poder circunstancial le concede a usted la facultad de borrar episodios, pero no volteará la historia, ni la reescribirá. Su trastornada manía de infundir temor es percibida por la intuición popular, como la evidencia más irrebatible de la desconfianza que esconde. De tanto sembrar odio, olvidó la ternura de regar el cariño que tantos depositaron a sus pies. Por último, usted podrá apagar la pantalla, pero en sus zurdas manos no tendrá el control.
Ahora, y después del 28 de mayo, si usted no rectifica, quedará corroborada aquella cauta expresión de Antonio Machado, el sevillano de exquisita prosa, según la cual la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés.
Gracias.

viernes, 6 de abril de 2007

Escalpelo y armiño en política

En los momentos más delicados y expectantes para el periódico, la palabra del doctor Juan Manuel Carmona a sus inmediatos colaboradores llegaba en directo.
No habría forma de que bastaran las decenas de llamadas telefónicas diarias que hacía, a distintos departamentos, desde su oficina en Caracas. O desde su casa. O a través del celular, donde estuviera. Igual desde el exterior. Un lunes cualquiera, un martes de Carnaval, no importaba. Su pasión por la noticia y por el curso que, en caliente, iban adoptando los acontecimientos, no decaía. Jamás.
Era como una sonda ávida de captar el más mínimo movimiento de sucesos aún incógnitos para la gran mayoría, o de polémicas apenas incubadas en los círculos más impensados.
A veces, es decir, muchas veces, daba vergüenza confesarle ignorancia absoluta respecto a algún evento del cual él ya exploraba animado varias versiones.
¿Leyó tal artículo?, preguntaba. ¿Supo la última? ¿No ha visto lo que dice El Tiempo de Bogotá, o El Clarín, de Buenos Aires? ¡Caracha! Que se lo pongan en el sistema. ¿Cómo vamos a abrir mañana la primera página? ¿Qué tal las fotos? Y, ¿qué ha pensado para la mancheta?
Sus juicios eran llanos, inequívocos.
-¡Le quedó fantasmagórico! –solía celebrar, con risa cómplice, cuando una agudeza irreverente dejaba en claro la insobornable posición del diario.
Y cuando una nota, o apenas un título, se prestaba a interpretaciones interesadas o alguna inexactitud, ambigüedad o desliz se interponía entre sus principios y el armónico conjunto de la obra que debería reflejar el papel, tampoco dejaba por allí dudas sueltas.
Ese súbito y pastoso silencio de cada mañana, de cada tarde, sería, por cierto, a su muerte, la más sombría y confusa señal de que en adelante tendríamos que sobrellevar su entera e improvisa ausencia.
Es que de cara a coyunturas colmadas de riesgos y alarmas, nada más había que observarlo. Menudo. Riguroso. Austero. Sereno. Irreductible. Ya lo demás al instante se sabía, como se sabe en redondo lo que siempre se ha sospechado.
Vertical como un obelisco, de una dignidad que intimidaba, aunque su tez era del moreno terroso que suele dejar indeleble la ancestral Carora, su aura proyectaba el blanco que según Melvilla es "símbolo de fuerzas y purezas divinas".
Frente a los desplantes del régimen, las amenazas de cierre, los nubarrones judiciales, o la sorpresiva mordaza particular que una vez llegó con los arrogantes precintos del Seniat, él solía trasladarse a Barquisimeto, por avión o por tierra, y convocar a reunión. Sin urgencias, sin ahogos.
Camino a su despacho, más de una vez nos sorprendimos tratando de adivinar si esa sería la temida mañana en que el doctor Carmona procedería a recomendar no un repliegue, y mucho menos una rendición, pero, quizás, sí, suavizar el tono de la crítica. Bajar un tanto los decibeles de la reprobación. La supervivencia de una empresa de cien años estaba en juego, cavilábamos.
Pero era precisamente eso lo que a él lo afirmaba, aferrándolo. ¿Cómo echar por la borda un prestigio tan caramente labrado, cómo desfigurar el venerable postulado de los abuelos fundadores?
Luego del saludo, a todos con educada deferencia, una breve descripción del escenario planteado servía de magro preámbulo al motivo principal de su angustia: “No podemos bajar la guardia”, remachaba. “Cuidado. ¡Que los lectores perciban nuestra invariable posición! Tenemos que mantenernos firmes, ¿oyeron?”. En su boca, la enseña fundamental, en algún momento, pasó a ser: “Primero cerrados que arrodillados”.

La advertencia postrera

El lunes dos de enero de 2006 la primera página de EL IMPULSO recogió el último Editorial calzado con la firma del doctor Carmona.
La fecha no se prestaba sino para dejar tallado un intento por transmitir optimismo frente al futuro mediato del país, dada su confianza en las reservas morales. Concluía invitando a los larenses para el místico reencuentro, durante la cercana procesión de la Divina Pastora.
Esa misma edición contenía una amplia entrevista en la cual el director se anticipaba, de una vez, a los comicios presidenciales planteados para el tres de diciembre de 2006, y cuyo corolario fue la legitimación de Hugo Chávez junto a las graciosas bendiciones derramadas desde los bandos opositores sobre el CNE.
“Es una aberración estar hablando de candidaturas presidenciales frente al fraude que representaron las pasadas elecciones”, dijo, certero y premonitorio.
Poco tiempo antes, en noviembre de 2005, durante un foro realizado en el auditorio del Colegio de Abogados, de esta ciudad, para analizar la pertinencia de participar en las elecciones parlamentarias, lo oímos advertir por todo el cañón y ante un público en parte adverso:
“¡Es ridículo ir a votar! Las cartas están echadas y la trampa montada”.
Propuso la decorosa herramienta de la masiva abstención, a objeto de no hacerle comparsa al régimen ni juego a un árbitro descaradamente parcializado.
“¡Ni amarrado iré a votar!”, tronó esa noche. “Mis principios los seguiré manteniendo, porque no los vendo ni los hipoteco a nadie”.
Los presentes, aún quienes no compartían a rajatabla su criterio, se maravillaban de su inconmovible entereza.
¿Había sido duro? ¡Qué va! Eso no era nada comparado con la ocasión en que, invitado por la directiva en pleno del CNE como representante del Bloque de Prensa Venezolano, llamó “monigote”, en su cara, al siquiatra Jorge Rodríguez, entonces flamante presidente de ese organismo.
Para él, la Coordinadora Democrática había acabado siendo un atajo de negociantes. Así lo hacía saber a todo quien deseara escucharlo.
En su Editorial del 15 de marzo de 2004 se dirigió así, dentro un plano intimista, a su legión de lectores:
“No claudicaremos para librarnos de cobarde complicidad. Insistiremos al cansancio, y por ello solicitamos su comprensión, hasta quizá su perdón, para continuar en idéntica tónica”.
Y llamó en esa oportunidad a la desobediencia civil, la cual, a su juicio, debería comenzar por la desobediencia tributaria.
En una entrevista concedida a El Carabobeño el 29 de marzo del mismo año, el periodista le preguntó:
-¿El gobernador Luís Reyes Reyes, es amigo suyo?
Su acerada respuesta fue:
-Mejor no me lo nombre.
-¿Qué pasará con EL IMPULSO? –quiso saber además el reportero.
“Seguirá adelante, a menos que nos encadenen o nos metan presos, como a mi padre”.
(En efecto, el abogado Juan Carmona, su progenitor, a cuya memoria había erigido un inmaculado altar íntimo, siendo a la sazón el Jefe de Redacción del periódico, en el año 1933, fue a dar con sus huesos a La Rotunda, la tenebrosa cárcel gomecista. Allí permaneció tres meses, a causa de un Editorial que hiriera la bellaca epidermis del régimen).
Un hombre plantado en actitud intransigente frente a los desvaríos gubernamentales de quien él se empeñaba en llamar “el susodicho”, porque, como él mismo escribiera, había “jurado y perjurado no mentar nombres de actuales mandamases y menos de sus execrables andanzas”. Cronista puntilloso de un ejercicio de “cinismo aberrante y brutal”. Registrador de una feria de “jaquetonerías desvergonzadas”, obra máxima de aquel que desde la cima del poder exhibe un lenguaje dominguero “exquisitamente acoplado a los bajos fondos”.
Esa es la imagen que dejaría grabada en la conciencia de la actual generación de lectores de sus Editoriales de cada lunes, el doctor Juan Manuel Carmona. Pero, ¿acaso su dedo acusador sólo señaló los extravíos presentes? ¿Calló, encubridor, durante los “podridos” 40 años anteriores?

Primero fue Juan Callejas

Ya a fines de 1950 se había acercado, ceremonioso, a una máquina de escribir. Firmó entonces con el seudónimo Juan Callejas.
“Tomé el nombre de Juan y para más lo situé en la calle”.
Más prolífico, como Luís del Campo sobrepasaría las trescientas columnas, tituladas “Desde esta capital”, a partir del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Para ser más precisos, corría entonces el mes de mayo de 1974. No escogió un día fijo. En ocasiones, se despachaba hasta dos entregas en una semana. En otras, se permitía un paréntesis, corto ahora, más largo después.
“Por el periodismo sentí una inclinación innata”, explicaría alguna vez.
Lo de hacerse médico, confió, pudo ser un acto de rebeldía, en un entorno familiar signado por abogados.
“Fui jubilado, muy a mi pesar (después de 26 años como docente universitario en el hospital Vargas). Nunca ejercí la medicina privada, salvo contadas ocasiones, porque no se puede cobrar por la salud de los demás. Para mí era muy difícil dirigirme a un enfermo para cobrarle”.
Otra confesión que lo retrata de cuerpo entero:
“En esto de escribir confluyen necesariamente estados anímicos, es consecuencia de emociones negativas o positivas, de esperanzas o desesperanzas, del deseo de plasmar algo, con la soledad por compañía y el teclado como cincel”.
La censura a los iniciales delirios de la Gran Venezuela, de CAP, no tuvo la más mínima dilación. Luís del Campo fue puntual. Como lo había sido a la hora de anteponer que Rómulo Betancourt no era santo de su devoción.
De las medidas económicas emprendidas no se podían esperar sino “desajustes profundos”, escribió.
El 27 de julio de 1977, reprochó el miedo evidenciado por empresarios ante una reprimenda presidencial en el seno de la Asamblea de Fedecámaras. Las amenazas de restricciones a la actividad financiera fueron “aplaudidas con vítores, miedo ancestral, miedo proverbial, miedo que tal vez resulte culposo a la postre”.
¿Han variado en algo las cosas al cabo de todos estos infecundos años?
Asimismo vapuleó la confianza que se compraba fuera del país, con préstamos, créditos a largo plazo, en feroz contraste con las carencias y el desconcierto que privaba en el ámbito nacional.
Otra vez, ¿han cambiado las cosas? ¿No está claro que los males de ahora tienen sus raíces hundidas en vicios crónicamente acumulados, en obscenidades inveteradas?
“Se gastan enormes fortunas y esfuerzos en crear una imagen externa y quizá distante de la realidad, y ella se logra a expensas de la inestabilidad y crítica interna, que seguramente amerita mayor dedicación”, sentenció Luís del Campo, el 13 de agosto de 1977
“Vivimos, sí, en un permanente torneo verborreico preñado de superficialidad”.
En octubre de 1977, ante denuncias de corrupción en la UCV, fulminó:
“La libertad, sólo para denunciar sin eco, no es útil”.
En noviembre de ese año se quejó amargamente a consecuencia de que el “estrecho y bello” valle que era Caracas, pugnaba por volverse “afeado, contaminado”. Esto le sirvió de excusa para exhortar a que se planificara debidamente el crecimiento de Barquisimeto, sin “sacrificar al poeta, al cantor y al músico que viven en el alma de cada larense”.
La frase lapidaria del senador Gonzalo Barrios según la cual “en Venezuela los funcionarios roban porque no tienen razones para no robar”, despertó en el articulista intensas reflexiones, sobre todo por el terreno de indiferencia en que había caído. “Deja atónitos contemplar inermes el descalabro moral del país”.
8 de junio de 1978. “Nuestra vida es ligera. Todo pasa con prontitud, se pierde en la bruma ambiental contaminada”.
8 de julio de 1978. “A veces provoca abstenerse definitivamente o por lo menos una larga temporada del comentario político. Por necesidad de cambiar o por obstinación tal vez…”

El candidato a diputado

El 21 de noviembre de 1978, el doctor Carmona concede entrevista a este diario para anunciar que era candidato a diputado al Congreso Nacional, por Lara, como independiente. Figuraba en el puesto número cuatro en las planchas de COPEI. Tenía 49 años.
“No soy político, ni lo seré”, aclararía. “Nunca he sido militante de partido alguno, ni siquiera allegado”.
Y su advertencia la elevaría frontal:
“Si la conducta que pudiera tener COPEI en un momento determinado no concuerda con mi forma de pensar, ni con mi conciencia, no la seguiré ni tengo por qué hacerlo. No hubo ningún trueque, el cual jamás habría aceptado”.
En abril de 1979, tras un receso de cuatro meses, retorna al teclado con este inocultable estado de ánimo:
“Las ilusiones deslumbran y ciegan. Reaparece y se agiganta la soberbia. Vanidad de vanidades. Reiterada flaqueza que persigue inexorable a quienes ocupan transitoriamente las alturas. La esperanza continuará trunca”.
Condena la impunidad, la corrupción, la desidia, la simulación en los mandos oficiales.
Al día de parada obligatoria le dedicó un comentario acerbo. El 8 de abril de 1979 pide rectificar. “No nos gustan los resultados del primer año de gobierno. No hay sitio donde no se escuche la censura colectiva sin audiencia. Sordo quien no quiera oír. Placer suicida aceptar únicamente la expresión laudatoria”.
Desaprueba la “manía viajera” del presidente Luís Herrera, por encima de la amistad y la afinidad manifiesta entre ambos. “No son tiempos para distraer las horas que vuelan mientras permanecen insolubles los grandes y graves problemas nacionales”.
Los saldos, apunta, “quedarán en rojo para siempre”.
El 14 de mayo de 1980, en medio del escándalo por el Sierra Nevada, Luís del Campo se declara alarmado ante la pretensión de establecer la responsabilidad política y moral de Pérez, salvándolo de la administrativa. “Es imposible concebir la responsabilidad moral sin la otra”, aduce.
21 de octubre de 1981. “La soberbia, grave pecado gubernamental vernáculo, persiste atávicamente. Más que usted, respetado lector, somos nosotros quienes lamentamos volver otra vez en tónica idéntica”.
En lo sucesivo, no hay concesión. La misma postura erguida, ajena a todo arreglo clandestino. En marzo de 1985, bajo Jaime Lusinchi, acusa la creación de un Consejo Nacional de Comunicaciones, dentro del VII Plan de la Nación, para regular y controlar la línea informativa de los medios.
15 de marzo de 1985. “Cuesta escribir hoy en día. Tanto como leer. Repeticiones. Hastío. Cansona demagogia”.
5 de junio de 1985. “Lamentarse en silencio. No queda más alternativa. Nada qué hacer. No se encuentran aliados”.
31 de julio de 1985: “Se ha perdido hasta la elegancia del silencio”.
18 de septiembre de 1985: “Nos tratan como amnésicos. O como irremediables desmemoriados”.
6 de junio de 1990: “A ese extremo llegamos. Enrevesadamente extraviados. Insulsos como promesa política. Yendo y viniendo sin rumbo. Asesinando el tiempo. La culpa se reparte, se evapora”.
13 de junio de 1990: “Aciago derrotero transitamos. Porque esa es la tragedia. No es vivir fuera, soñando con volver. Es desapegarnos, y despreciarnos”.
21 de noviembre de 1990: “El país es un gallinero. Se ensucia por turnos”.
16 de enero de 1991: “Regreso del exterior. Se respira aire enrarecido. Es una angustia colectiva. Un desasosiego palpable. Porque al fondo llegamos. Sin dudas, sin eufemismo alguno”.
3 de julio de 1991: “Pero tenemos que continuar. Sin rumbo, seguramente, ni derrotero cierto. Sin confiar en nada. Tampoco en casi nadie”.
José Ángel Ocanto


Nada nuevo bajo el Sol

A raíz de los Convenios Cambiarios suscritos en 1989, bajo CAP II, sólo a EL IMPULSO, entre todos los periódicos del país, no le fue reconocida la carta de crédito para la importación del papel. Aunque en su momento el Presidente lo calificó como un “hecho fortuito”, ordenó darle rango de problema de Estado al asunto, pues, según planteó, el cierre de un periódico de semejante trayectoria debería ser anotado como un “fracaso” de su gobierno.
La historia se repetiría, con Caldera II. El 18 de julio de 1996, el Editorial tuvo por título: “Ensañamiento contra EL IMPULSO”. Mientras a la generalidad de los medios impresos les había sido autorizado el otorgamiento de divisas para el pago de su deuda externa, Miraflores discriminaba obstinadamente sólo a este diario.
En noviembre de 1996, Caldera en la VII Cumbre Iberoamericana afirmó que si bien la libertad de opinión figuraba entre los derechos más importantes protegidos por la Constitución, “la libertad de información es distinta”.
Y lanzó la peregrina tesis de la “información veraz”.
El mismísimo Fidel Castro, presente en el cónclave, firmó la Declaración.
¿Qué editorializó el doctor Carmona?:
“Las opiniones nunca pueden desligarse ni tenerse como diferentes a la información. Ésta última se nutre y tiene con frecuencia su origen en las primeras”.
El 24 de febrero de 1997, nuevamente la voz del doctor Juan Manuel Carmona se alzó escrupulosa. Teodoro Petkoff, ministro de Cordiplan, después editor, había deslizado una sugerencia trágica. Según él, la prensa y la opinión eran perfectamente manejables, a través de la conveniente distribución de la torta publicitaria oficial. “Así de fácil”.
De nuevo el juicio severo del editorialista: “El converso desbordado por el poder no puede resistir la crítica, ni que alguno discuta sus nuevas verdades”.
JAO


Los por qué

¿Por qué decimos que el doctor Juan Manuel Carmona fue escalpelo y armiño en la política?
Lo de escalpelo es obvio, tratándose de un cirujano.
Cierta vez él comentó:
“Debo reconocer que tengo habilidad manual. Tengo bien templado el espíritu y poseo cierto grado de agresividad, condiciones indispensables para ejercer esta disciplina”.
Su palabra, su pasión, su censura moral, eran cuchillo de hoja fina y puntiaguda que, desde los planos de su indiscutida autoridad, en las azarosas faenas de la crítica era capaz de ir haciendo cortes minuciosos con cada expresión, con cada razonamiento. Con cada explosión de inclemencia.
Había mucho de asepsia en la revelación de sus criterios.
¿Y por qué armiño?
Hace muchos años leí embelesado sobre ciertas propiedades de este pequeño mamífero de piel muy suave y delicada, la cual es parda en verano y se torna blanquísima en invierno.
Cuenta la tradición que cuando Bruto desembarcó en Francia, halló sobre su escudo un armiño. Este hecho lo interpretaría como un claro presagio de futuras victorias. Las tierras conquistadas por él las llamaron Brutania en su honor. Bretaña más tarde.
Leí también que el armiño aprecia tanto la pulcritud de su blanca piel, que a los cazadores se les hace fácil capturarlo rodeándolo de lodo.
El armiño prefiere la muerte antes que cubrirse de suciedad.
JAO


Ideario de un gladiador

“No creemos estar en condiciones de continuar dando ejemplos de civilidad y tolerancia a un adversario carente de tales dotes, ni siquiera de mínima decencia”

“Después de un arduo y paciente batallar, quedará vencida la más horrible cuan nefasta pesadilla padecida en cien años”

“La política oficial es sólo concebida como la radicalización del poder, sustentándolo con violencia amenazante y actuaciones contra quien o quienes se le opongan”

“Confían a pie juntillas que al enchufarle boina roja a la masa, le borran para siempre sus antiguos pensares, quedando el mandado hecho”

“Desde nuestra tribuna seguiremos aferrados a principios impresos familiar, educativa y religiosamente, fieles a ideales que no a intereses lacerantes”

“EL IMPULSO ha mantenido tradicional distancia con los mandantes, o según el caso los ha enfrentado con honestidad”

“No somos oposicionistas por definición. Tenemos convicciones firmes”

“Los medios están obligados a enfrentar la situación actual. De lo contrario se haría un periodismo pasivo, suicida”

“No teman, seguiremos adelante”

“Todo tiene un momento.
Sus consecuencias igualmente.
Una sonrisa puede romper un hielo.
Una lágrima apagar un infierno.
Una palabra desatar una tempestad.
Qué interesante es saber vivir.
Y cuán difícil”.

jueves, 5 de abril de 2007

Tres maestros del periodismo

Cita en Cartagena

¿Tiene la prensa escrita escapatoria frente a la invasión de la televisión
y la poderosa influencia de internet? ¿Se cumplirá la profecía que habla
de la desaparición de los periódicos? Tres maestros de la profesión: Tomás Eloy Martínez, Jon Lee Anderson y José Salgar, desplegaron sus puntos de vista
en la Reunión de Medio Año de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP),
en Cartagena de Indias

Dos tragedias.
Orlando Sierra, el subdirector y columnista del diario La Patria, de Manizales, en el departamento de Caldas, Colombia, fue asesinado por un sicario el miércoles 30 de enero de 2002, cuando conversaba con una hija suya frente a las instalaciones del periódico.
Tres disparos le ocasionaron la muerte cerebral. Durante 48 horas se mantuvo en coma.
Sierra había sido un periodista temible. De ese tipo de gente que si conoce los espasmos del miedo, sabe arreglarse para ocultarlo muy bien. Su pluma despedía rayos que sin tregua posible hostigaban a una clase política corrupta.

El Espectador, fundado en Medellín el 22 de marzo de 1887, debió ser vendido 110 años después, en 1997, por la familia Cano, a un consorcio cervecero, el Grupo Santo Domingo, liderado por el dueño de Bavaria, empresa ahora fusionada con la surafricana SAB Miller: el industrial barranquillero Julio Mario Santo Domingo (según la revista Forbes el hombre más rico de Colombia. Su fortuna es calculada en unos 4.500 millones de dólares).
La transacción no impidió que El Espectador dejara de ser diario, para convertirse, en el año 2001, en una publicación semanal.
Antes, sufrió las embestidas de un boicot por parte de sectores económicos señalados en las páginas del periódico por sus “manejos dudosos”, la censura de gobiernos conservadores, los criminales recados de los capos de la narcoguerrilla, el fuego de un incendio provocado, el cierre por orden de la dictadura de Rojas Pinilla, y hasta las inquisidoras obcecaciones de la Iglesia. En 1888 el entonces obispo de Medellín proclamó a los cuatro vientos que leer El Espectador era "pecado mortal".
El 17 de septiembre de 1986, sicarios dieron muerte al director, Guillermo Cano, dentro de su automóvil.

No se trata de golpes de la fatalidad, ni tampoco de una mala estrella. Es una tragedia presentida, que casi pudiera decirse se elige. Entre la opción de combatir o pasar agachados, se escoge la aconsejada por el decoro. Se trata de la deliberada promesa de no convivir con la impudicia, sin escatimar riesgos, ni costos. Es el mismo compromiso que, ¿quién no lo entiende ahora?, tanto angustió hasta el fin de sus días al doctor Juan Manuel Carmona. El legado está allí, intacto. Su obra, y sus ideas, reflejadas sin tachaduras en estas páginas no claudicadas, han alargado más allá de sus desvelos el aliento de una dignidad que él, a conciencia, adoptó como norma de vida.
José Ángel Ocanto


Tomás Eloy Martínez

Volver a los orígenes

“Los libros y la prensa sobrevivirán, aunque de un modo diferente.
Van a venderse menos, pero llegarán a un público más calificado
y siempre tendrán un mayor efecto de persuasión”

“La crónica surge como una herramienta de denuncia del poder totalitario”, alude en el panel el escritor Tomás Eloy Martínez, miembro del consejo rector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada hace doce años por Gabriel García Márquez.
Nacido en Tucumán, Argentina (1934), es el autor, entre otras obras, de: Sagrado, Lugar común la muerte, La novela de Perón (quizá la más conocida), Santa Evita y El vuelo de la reina, premio Alfaguara de novela 2002.
En su experto criterio, la crónica es una de las piezas claves para la salvación de la actual prensa escrita, sometida como está a los embates de la instantaneidad que plantean la era digital y la “invasión” de la TV.
“Nos pasamos la vida buscando cosas que ya hemos encontrado”, advierte el intelectual, quien viviera exilado en Venezuela entre los años 1975 y 1983. Editor del Papel Literario de El Nacional, primero, fue después fundador de El Diario de Caracas.
Es preciso, entonces, volver a los orígenes del periodismo, y América Latina posee una rica tradición narrativa desde mediados del siglo XVI.
Allí están, advierte, Las crónicas de Indias, que echaron las bases del periodismo y de la literatura en esta parte del mundo.
“En la crónica el periodista se enuncia o desenmascara como persona, y dice su verdad”. La verdad, subraya, no es más que “un bien inasible que cambia según quien la vea”. Pero el narrador, apunta, “importa sólo como testigo de los hechos”.
Varios nombres gloriosos brotan en la enumeración de los ejemplos válidos: José Martí, Rubén Darío. Y Charles Dickens, quien se adentró en colegios privados ingleses para denunciar memorablemente las atrocidades sufridas por niños internos entre las paredes de esos centros de enseñanza.
El periodismo narrativo es costoso, advierte. “Requiere de los mejores escritores, de los mejores pensadores, de excelentes comunicadores. No todo periodista es capaz de narrar. Narrar no es floripondio, retórica. La belleza de un texto es su eficacia y buen periodismo es, ante todo, riesgo”.
Y se detiene en los predios de la palabra como fuente, para señalar con fruición: “El lenguaje eficaz siempre es bello y puede permanecer en todas las épocas”.
¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el pecado capital de la prensa que conocemos?
Se ha perdido fuerza narrativa, dice. Las agencias internacionales de noticias han impuesto el método de la célebre “pirámide invertida”, estructura que constriñe al periodista a responder en el primer párrafo las “5 wh”, por sus iniciales en inglés: qué (what), quién (who), cuándo (when), dónde (where), por qué (why).
“Las agencias de noticias olvidaron el relato. Impusieron un lenguaje telegráfico. El periodismo perdió mucho de su gracia, de su valor”.


"La necrofilia argentina es tan vieja como el ser nacional. Comienza ya cuando Ulrico Schmidl, el primero de los cronistas de Indias que llegan hasta el Río de La Plata, narra cómo Don Pedro de Mendoza pretendía curarse de la sífilis que padecía aplicándose en sus llagas la sangre de los hombres que él mismo había ordenado ahorcar”.
Tomás Eloy Martínez (entrevista).


Jon Lee Anderson

En vías de extinción

“Mis primeras crónicas eran una verborrea. Uno afina el texto
con mucha lectura, con oído”

El andariego californiano Jon Lee Anderson es un notable cronista de The New Yorker, la revista semanal fundada en 1925 por Harold Ross y que privilegia el relato. La principal fortaleza de esta publicación es, sin lugar a dudas, su acreditado elenco de escritores.
Anderson, este aventurero ansioso de contar, se ha especializado en la realización de perfiles biográficos. Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, Saddam Hussein y Hugo Chávez, figuran entre sus elegidos. También el Ché Guevara, quien, según argumenta el periodista, “no fue ni héroe ni diablo”.
Su pasión por la noticia en desarrollo le ha llevado a los fragores de más de una docena de conflictos en distintos escenarios: Sahara Occidental, Gaza, El Salvador, Afganistán, Birmania, la sitiada Bagdad.
“Va por el mundo sin grabadora ni cuaderno de notas, dispuesto a escuchar y a preguntar mucho”, escribió Fernando García Mongay acerca de él.
Sus gestos desaliñados parecieran adaptarse a la dureza, o callosidad, de los ambientes escogidos para sus narraciones.
“El periodismo narrativo es la salvación de la prensa escrita”, coincide con Tomás Eloy Martínez. “Los jóvenes de hoy no leen, ni ven noticieros. Los atraen más aquellos sitios de internet que les ofrecen noticias rápidas y lo complementan con los videos. Eso les aporta la sensación de estar suficientemente informados”.
Y entre un público poblado fundamentalmente de editores, y reporteros, Anderson no tiene inconveniente en reiterar la amarga y recurrente predicción:
“La prensa está en vías de extinción, si no encuentra la forma de salvarse. La vuelta a sus orígenes es esencial”.
El reto, dice, es “romper la barrera del gran público”. Esto supone, según agrega, “ir siempre más allá, insistir en las grandes crónicas, en las historias bien contadas”.
Una puntualización: “El periodismo digital todavía no es placentero. Por eso se recurre a los diarios y revistas”.
Anderson recuerda que en la guerra de Crimea (1854-1856), el primer conflicto armado cubierto por los corresponsales, las noticias aventadas por teletipos llegaban a sus receptores con semanas y hasta meses de retraso.
“Hoy en día cualquiera puede ver las noticias, con un poder instantáneo, en su teléfono móvil. El reto esta ahí. El valor del periodismo narrativo es obvio”.


“Anderson tal vez sea el mejor cronista de guerra de su generación (...) Leer las crónicas de Anderson significa mezclarse entre la gente que vive la guerra de manera cotidiana, significa entender ese mundo que está siendo alterado para siempre, que está dejando de existir”
Martín Pérez, diario Página/12


José Salgar

Torcer el cuello al cisne

“La invitación es dar un salto por encima de los prejuicios del periodismo que queda atrás, pero sin abandonar sus grandes valores y enseñanzas”

Cuando Gabriel García Márquez se inició a los 26 años como reportero de El Espectador, en Cartagena, se topó con la muralla de José Salgar.
Durante 18 meses, Salgar fue su editor. Le tocó corregir sus primeras cuartillas.
Entrevistado por Marta Ruiz, así ha relatado su trayectoria el propio “mono Salgar”, como suelen nombrarlo sin faltarle a los respetos, a los muchos que, enteros, este hombre merece:
“Mi primer trabajo fue como ayudante de linotipo en los talleres donde se imprimía El Espectador, en 1933 cuando apenas tenía 13 años. De ahí partió todo porque entré a la mejor escuela de periodismo, empezando por los linotipistas que eran unos sabios. Entré a un fogón de periodismo, al sitio donde se escribían las cosas y se escribían bien. Seis meses después fui nombrado ayudante de redacción. Era el que contestaba el teléfono y tomaba notas. Poco después ya era redactor, en un aprendizaje intenso y rápido que duró 10 años, al cabo de los cuales fui nombrado jefe de redacción, a los 23 años. Todo esto lo hice sin haber terminado el bachillerato, sin títulos académicos. El título que he tenido toda la vida me lo ha dado la experiencia en el periódico”.
Sentimos un íntimo regocijo al saludarle y estrechar su mano, que tantas noticias, buenas y malas, habrá manoseado. Él nos miró al través del brillo turquesa de sus ojos, al tiempo que recreaba una sonrisa leve pero traviesa. Quizá la misma que esbozó al enterarse del ardoroso pregón con el cual Eduardo Zalamea abrumaba a sus colegas en la BBC de Londres: “Estamos haciendo el mejor periódico del mundo”.
En el libro de memorias Vivir para contarla, García Márquez menciona a José Salgar un total de veintiuna veces, todas en las últimas setenta páginas.
"Cuando Gabo llegó a El Espectador, era un joven costeño. Ya tenía cierta aureola literaria, pero venía con la intención de meterle literatura al periodismo”, rememora el maestro.
Por eso le soltó al vuelo a “uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca”, aquella implacable frase. Debía “torcerle el cuello al cisne”, imagen tomada de un soneto del mexicano Enrique González Martínez. Era preciso que se batiera en mortal duelo con las duras y apremiantes realidades cotidianas. Es decir, para ponerlo en palabras del propio autor de Cien años de soledad, Salgar no le perdonaría que se desperdiciara “en malabarismos líricos, en un país donde hacían falta tantos reporteros de choque”.
De los 120 años de El Espectador, José Salgar le dedicó 60 de su vida. Hoy, a los 85 años de edad, sigue siendo el consejero de un medio que, atormentado por una insalvable cadena de adversidades, incluyendo el crimen alevoso de su director Guillermo Cano, quizá no sea la sombra de lo que una vez fue; ahora es un semanario que sueña con volver a bañarse de luz con cada amanecer.
“En el resto del mundo, y aún entre nosotros mismos, comienzan a abrirse amplias posibilidades para que ésta sea una profesión más especializada, más diversificada, más responsable. Están perfilándose a diario las transformaciones en todos los medios de comunicación. En los diarios impresos lo importante ya no es la noticia del momento sino la originalidad y profundidad de sus desarrollos. El público saturado de voces e imágenes busca el reposo de una lectura ágil y de beneficio para una vida mejor en los diferentes estratos y edades”, advierte Salgar.
“La palabra impresa”, le oímos decir, “ahora se vuelve viejísima a los cinco minutos”.
En la profundidad de la narración y en la efectividad y belleza del lenguaje, parece percibir la herramienta mágica, la tabla de salvación.
“Es un mundo de reinvención, pero que no puede dejar que se arrasen valores eternos en esta profesión, como son la ética, la moral, el humanismo y la misión de educación y cultura”.


“Me parece que Salgar me puso el ojo como reportero, mientras los otros me lo habían puesto para el cine, los comentarios editoriales y los asuntos culturales, porque siempre había sido señalado como cuentista. Pero mi sueño era ser reportero desde los primeros pasos en la costa, y sabía que Salgar era el mejor maestro, pero me cerraba las puertas quizás con la esperanza de que yo las tumbara para entrar a la fuerza”.
Gabriel García Márquez, Vivir para contarla

Ordene, comandante, ordene




Venezuela es ahora un feo teatro del absurdo.
Día a día nos bombardean los mensajes y las situaciones más descabelladas, en tal dosis que ya ni estrés nos causan.
No hay conmoción alguna. Paulatinamente nos estamos acostumbrando, comenzamos a creer que podríamos convivir con el desastre y ésa, ahora, es una de nuestras principales tragedias. O, al menos, la señal de que algún mal tejido se está formando y volviendo oscuro dentro de nuestro cuerpo social.
Porque cuando se pierde la capacidad de asombro, cuando presenciamos hechos monstruosos y apenas nos encogemos de hombros, eso lo que significa es que poco queda del pudor en nuestros espíritus. Algo de la condición humana nos ha abandonado, ojalá en forma pasajera. Estamos dejando de ser humildes, ingenuos, inocentes. ¡Qué tristeza da eso, ciertamente!
Por ese camino cada día nos volvemos más fatalistas e insensibles. Nos debatimos en torno a la terca idea de que es poco cuanto podemos hacer para librarnos de nuestros males. Así, nos tornamos impotentes. El ansia de luchar hasta vencer se esteriliza. Con la autoestima por los suelos vamos por allí, creyendo que estamos parados frente a lo inevitable.
¿Podríamos llegar a admirar, todos, a quien nos secuestra, conforme al célebre Síndrome de Estocolmo, que evoca el caso del robo a un banco en Suecia, hecho en el cual las víctimas defendieron a sus captores, aún días después de que acabara el drama del secuestro? ¿Seremos de ese tipo de prisioneros que ayuda a sus verdugos a lograr su propósito y hasta a huir de la policía?
¿Acaso estamos dispuestos a cometer semejante acto de insensibilidad, y ver que el país acaba de hundirse en un tremedal de insensateces oficiales, de insolente irrespeto a la vida, de monstruosa corrupción, de mentiras, cinismos y vicios, sin hacer lo que deba hacerse, tan sólo porque quizá no valga de nada?
Una buena y muy querida amiga se enfrentó, hace poco, a una visión que aún la sacude.
Celebré, en primer término, que su perturbación revelara que aún conserva intactos sus reflejos ciudadanos. Dentro de mí, un hálito de orgullo brotó como una suave y dulce exhalación. Ella sigue siendo sensible, solidaria. Es persona.
Cuenta que el sábado 16 de septiembre, de este año, iba en su vehículo por la avenida Vargas, de Barquisimeto. Eran como las 12:00 del mediodía.
Pensaba en algún compromiso rutinario que la llevaba hasta el centro de la ciudad, cuando de repente se enfrentó a una imagen que se salía del marco de la común.
Más allá de la silueta de los transeúntes habituales y de las fachadas de las casas y negocios, y del ronronear de los autos de ocasión, sobre la acera Oeste de la transitada arteria, justo en el cruce con la avenida Venezuela, caminaba un funcionario de la Guardia Nacional.
“Era un sargento”, me advierte, sólo para remachar los detalles de su historia.
El uniformado se desplazaba junto a una niña, ¿su hija, acaso?, de unos ocho o nueve años, con traje camuflado, botas y boina roja que a ratos se quitaba, por los efectos del calor, a esa hora sofocante.
“¿Qué es lo que la niña lleva en sus manos?”, mi amiga no podía creerlo.
¡Era una ametralladora!
Septiembre está muy lejos del Carnaval, rememoraba la mujer, impactada.
“No era de juguete. Pesaba lo que imagino debe pesar esa arma. Y aún siendo de juguete, no deja de ser algo reprochable”, me decía aún antes de enviarme las fotografías por el correo electrónico.
“Yo los seguí más de media hora. En algún momento el hombre estuvo a punto de descubrir que les tomaba fotos, aún cuando manipulaba el volante. Hubieses visto la cara de aquel hombre. Era la de la prepotencia personificada. Sus miradas despedían arrogancia, superioridad. Impunidad. Incluso, él pasaba de una acera a la del otro lado de la avenida, y entraba a negocios sin comprar nada. Quería que todo el mundo presenciara su hazaña”.
¿Qué lejos está esa grotesca escena del sentido que tienen los grafitis pintados en las paredes de la ciudad, sobre todo en lugares cercanos a instituciones educativas y deportivas?: “Estudio, trabajo y fusil”, dicen. Es la diabólica consigna de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba.
Ocurre que los niños de la “isla de la felicidad” comienzan a leer, en el primer grado, con un libro que en su página 56 enseña que la “F” es una letra con la cual se escribe el nombre Felito y también la palabra fusil.
“Felito afila el mocha (machete corto). Pone el fusil al lado del machete”, recitan los escolares, con el texto “¡A leer!” en sus manos.
Y no se trata solamente de consignas para la evocación poética ni de simples cánticos.
Rolando Alfonso Borges, director del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista Cubano, no se guardó las apariencias cuando proclamó esta perla:
“La primera línea del trabajo político-ideológico con los niños es la escuela, y los primeros soldados son los maestros y el resto del personal educativo. Tenemos que poner nuestros corazones en el trabajo político-ideológico y debemos hacerlo en forma sistemática, en la que cada sección del sistema educativo tenga sus responsabilidades concretas".
¿Alguna diferencia con lo que está restregándonos en la cara ese excelso maestro que es Aristóbulo Istúriz?: “Sí estamos adoctrinando a los niños, ¿y qué?”, preguntará él, provocador y zumbón.
También aquí, como lo hizo Fidel en Cuba hace décadas, se está declarando a Venezuela “territorio libre de analfabetismo”. Arreglando las estadísticas, claro.
Quizá la ONU y la UNICEF lo confirmen, pero, ¿de qué sirve enseñar a leer si únicamente se permite la basura doctrinaria que elimina la conciencia crítica y hace del nuevo hombre un esclavo en serie, un ser incapaz de valorar la libertad, la vida, siendo en cambio adiestrado para que actúe con sumisión perruna frente al dueño de todos los fusiles? “Felito pone el fusil al lado del machete”. El siguiente paso es: “¡Ordene, comandante, ordene!”
Ese “nuevo republicano” del cual habla la revolución, no busca, conforme a la acuciante angustia de Simón Rodríguez, formar al republicano que, lograda ya la Independencia, necesitaba la naciente república, tan llena de los riesgos que entraña todo sistema de libertades. No. Lo que aquí, en el fondo, se quiere, es arrebatarle a los padres, bajo toda una gama de subterfugios, o engaños, la patria potestad de sus hijos. El Estado sustituirá entonces a la familia y les inculcará a los escolares sus propios valores y principios. Es decir, sus dogmas y reglas. Todo en el entendido de que el gobierno actual seguirá siendo gobierno “hasta el día de la mamá de Tarzán”.
Fidel Castro Ruz, cuya muerte no deseamos pero esperamos, definió el primero de mayo de 1960, en discurso pronunciado en la Plaza de la Revolución, lo que él entiende por democracia. De más está decir que ese mismo criterio aplica para quienes de este lado le veneran con enfermizo recogimiento. Decía el ahora moribundo, y repetirán pronto por aquí, si lo permitimos: “¡Democracia es ésta que les entrega un fusil a los campesinos, y les entrega un fusil a los obreros, y les entrega un fusil a los estudiantes, y les entrega un fusil a las mujeres, y les entrega un fusil a los negros, y les entrega un fusil a los pobres y le entrega un fusil a cuanto ciudadano esté dispuesto a defender una causa justa!”
Ahora, ¿qué es lo “justo” para el gobierno? Yo voy por las calles y percibo que la gente no es como este gobierno.
La gente común me parece sencilla, noble, y el gobierno es complejo, enmarañado, oscuro.
La gente con la cual me encuentro por todas partes tiene sentido del humor, es altruista, solidaria, y el gobierno sólo sabe rabiar, y amenazar.
La gente aquí trabaja duro. El gobierno sólo fantasea y dilapida.
El venezolano suele ser franco, abierto, y el gobierno es retorcido, molesto.
La gente aplaude con generosa profusión el talento de los escogidos. El gobierno ve en el brillo de la genialidad una repulsiva depravación individualista.
Incluso los más pobres procuran estar bien presentados, lucir dignos, y el gobierno exalta los instintos más miserables.
En una reciente graduación de médicos en la UCLA, por varios minutos me dediqué a observar, extasiado, los rostros de aquellos nuevos profesionales, y gocé escuchando la risa y el agradable bullicio de quien festeja el triunfo, la superación, personal y familiar, la coronación de una ansiada meta. En muchos de ellos se advertía con facilidad la extracción profundamente humilde. Aquel acto tan tradicional, y tan nuevo cada vez, de lanzar el birrete por los aires, ay, qué tierna agitación.
No pude evitar pensar que ese trozo de país allí presente marchaba en sentido contrario al credo y las ambiciones totalitarias de un régimen sin más héroes que el amo.
Ya el Colegio Jefferson, de Caracas, ha alzado su voz para protestar el recibo de dos videos que de acuerdo a las expresas instrucciones que han sido giradas deberán ser proyectados obligatoriamente en los colegios públicos y privados de todo el país.
Allí, en palabras de Istúriz y de una señora que ni siquiera tiene la decencia de identificarse, se dice que todo el sistema de educación que se conoce en el país debe ser desechado, demolido, por excluyente, individualista, oligarca. Nada del pasado merece rescatarse. La memoria histórica debe ser borrada, arrancada de raíz, so pena de ser declarados traidores a la patria. Lo que se ha aprendido en los textos que aún se aceptan es la vergüenza absoluta. La lista de próceres será corregida y actualizada. Nuevos días de fiesta nacional serán incorporados, el 4-F el primero de ellos. Los maestros serán comisarios. Brigadistas los estudiantes. Los nuevos himnos tendrán loas al Benefactor. La principal tarea será memorizar sus teorías, aplaudir sus desplantes. Uh, ah. Por más indisciplinado o desaplicado que sea, ningún alumno podrá ser reprendido ni aplazado. No habrá prueba de aptitud para el ingreso. La Sociedad de Padres y Representantes queda sin efecto. El director de la escuela no tendrá ninguna atribución. Democracia será palabreja prohibida. Pluralidad, eso jamás volverá a oírse, ni a practicarse. Hasta se condena en esos videos a los “Cuadros de Honor”, que en las carteleras de los institutos educativos tanto emocionan y estimulan la contracción al estudio, el esfuerzo, la disciplina, la excelencia. ¿Honor? ¡Basura!
Página 56 del libro ¡A leer!: “Felito pone el fusil al lado del machete”. ¡Ordene, comandante, ordene!

La risa de Alí Lmrabet

Una cosa no es justa por el hecho de ser ley.
Debe ser ley porque es justa
Montesquieu

Cuando un tribunal condenó hace unas semanas al periodista marroquí Alí Lmrabet a cuatro años de cárcel, su respuesta fue un demoledor artículo en su mejor estilo –el humor satírico–, al cual puso por título: Morir de risa.
En Marruecos la intolerancia oficial, ejercitada a punta de bestiales represiones, tiene una gran excusa: no es, por mucho, un país democrático.
La Constitución de 1970 comienza advirtiendo un anacronismo difícil de entender, un verdadero revoltijo legal. Según el texto, Marruecos es una “monarquía constitucional, democrática y social”.
Pero el Rey Mohammed VI no se mortifica en lo más mínimo por aclarar la naturaleza y alcance de su reciente gobierno (tiene apenas cuatro años en el trono). Él sólo sabe y le basta saber que es un Rey, y que como tal tendrá mando hasta el mismo día de su muerte. Ni un día antes. Hasta entonces, su figura de monarca será jurídica y políticamente inviolable. Sus decisiones no podrán ser apeladas ni cuestionadas por nadie. El hecho mismo de que sean decisiones suyas, a los ojos de todos las hacen justas, sublimes.
Su primer escollo en el arte de dominar los sentimientos y la conciencia de la gente, lo tuvo al coronarse, tras ocurrir la muerte de su padre, Hassan II.
Los saharauis, un pueblo colonizado y oprimido a sangre y fuego por las fuerzas que el Rey tutela, se negaban rotundamente a llorar el fallecimiento del personaje a quien tenían por principal causante de todos sus males y penurias.Mohammed VI se encargó. Ordenó y cuidó celosamente que sus milicias repartieran con particular e implacable saña, copiosos motivos para el dolor, la rabia y la aflicción colectiva, mediante una pasmosa escalada de terror, desapariciones y muertes, cuyas terribles heridas aún no terminan de cicatrizar.
Luego surge la irritación causada por un incómodo periodista, Alí Lmrabet.
Sus publicaciones irreverentes y capciosas –apoyadas en caricaturas– son sistemáticamente censuradas, recogidas y clausuradas por el reino, una y otra vez, sin producir escarmiento. Vuelven a aparecer, con nuevo cabezal y un mayor tiraje, y con sus páginas cargadas de un humor aún más ácido, aún más punzante y audaz. Como si cupiera mayor atrevimiento.
Y Mohammed VI, quien se presentó ante sus súbditos como un Rey “moderno”, y prometió acabar con la corrupción y desarrollar las libertades democráticas, vio colmada su frágil paciencia cuando las revistas satíricas de Lmrabet (Demain Magazine, un semanario en francés, y Doumane, su versión en árabe) imitaron los desvaríos de cierta prensa golpista: uno de sus trabajos lo tituló “El último Rey”, como si presagiara el fin de una era.
En otras páginas se reseñaba la venta de uno de los palacios reales, en Sjirat, a un grupo hotelero internacional, lo cual era meter sus ajenas y feas narices en los lacrados negocios del Rey. Además, allí quedaban expuestas las debilidades corruptas de militares y jefes policiales.
Dicen que Su Majestad, como era de preverse, sintió en su sangre azul los mismos hervores que sufre otro trastornado monarca constitucional cuando su descarriada mayoría parlamentaria hace aguas. “Y ¿para qué es la partida secreta?” O cuando algún peligroso y desalmado terrorista se atreve a hablar de referendo. ¡Infamia! O cuando la señal radiotelevisada de sus cadenas, originada por el propio canal del Estado, presenta alguna falla técnica, como si no fueran, desde siempre, abundantes y naturales las fallas, disparates y penosos descalabros en los dominios de su reino todo.
Muhammed VI tampoco lo soportó. Apegado a la Constitución, estalló en legítima cólera democrática y social. Quiso darles a los medios fascistas una lección de fineza en sus palaciegos modales, al recomendar al público que enrollara y se metiera las revistas de Lmrabet por ciertas partes íntimas. Y, como colofón de su bíblico arrebato, en el acto acusó al apocalíptico periodista de “ultraje al Rey” y de “poner en peligro la estabilidad del Estado”.
El Rey, pues, es el Estado, “su prolongación misma”. Rey y Estado, árbol de dos raíces, forman una sola e indivisible unidad. ¿Cómo es que se llama el otro alucinado monarca agobiado por esa misma confusión?
“¡Mi honor! –tronaría Muhammed VI al proferir sus maldiciones–. ¡Injuria!
Bastó que aquel ofendido semidiós rabiara así. El tribunal, insospechablemente autónomo en sus fallos, encontró culpable al reo, a ese humorista engendro de todos los morbos y perdiciones imaginadas.
El fiscal del Rey pidió la pena máxima. “Lo que ha hecho Lmrabet es de una extrema gravedad”, declaró, cual obsecuente Defensor del Pueblo cualquiera.
Abogados, periodistas y gente del pueblo, tomaron el recinto tribunalicio. En resuelta protesta sin precedentes, condenaron aquel “simulacro de juicio”, al grito de: “¡Libertad de expresión!”
En semejante trance, Lmrabet, sin instancia creíble a la cual apelar –¡otra coincidencia!–, rápido comprendió que sólo era dueño de su propia y desolada desgracia: se declaró en huelga de hambre.
Postrado en la cama de un hospital que sirve de sitio de reclusión para enfermos presos, en Rabat, la capital, durante siete semanas su estómago no recibió más que agua con azúcar y sueros, casi siempre contra su voluntad, hasta llegar a un estado tal de debilidad que apenas tuvo fuerzas para garabatear el artículo que acaba de publicar Le Monde.
“Me río para mis adentros; perdón, me río bajo las sábanas”, apuntó.
Pero ¿de qué es lo que se ríe este pobre periodista moribundo, casi solo en su causa, abandonado a su suerte y preso por orden del Rey en la cama de un hospital? Se ríe de un mal chiste, de una ironía que rebasó su propia imaginación, de una tremenda y absurda paradoja en la cual se ha visto envuelto y que va en camino de convertirlo, ahora mismo, en nuevo y muy original mártir de la libertad de expresión.
Lmrabet reúne escasas energías para reírse del poder, reírse de sí mismo también, y de los cargos judiciales que le formulan:
“Como si unas cuantas caricaturas y unos cuantos artículos humorísticos impresos en dos publicaciones satíricas que salen adelante gracias a la devoción de cuatro gatos, tuvieran la capacidad de socavar este régimen que reina sobre la vida y las almas de los marroquíes desde hace tres siglos y medio”, escribió.
Lo que quizá no sabe Alí Lmrabet con exactitud, es que mientras él en su mortal debilidad se queja con voz leve de un “mal invisible” el cual impide que su cuerpo le obedezca, los ojos de un mundo globalizado e instantáneo penetran las paredes de su hospital-prisión y registran cada segundo su insólito y descarnado heroísmo.
Definitivamente no está solo en su drama aquel hombre exhausto que se niega a apelar la condenatoria decisión judicial y apenas ha podido balbucear la decisión personal de no desistir, “hasta las últimas consecuencias”.
Así, no se cansa de excitar a sus atribulados colegas:
“No os dejéis intimidar”.
De lo único que Lmrabet se reconoce culpable es de haber hecho humor y sátira en “una sociedad que está harta de llorar sobre su desgracia”.
En tanto, una impresionante campaña librada por decenas de fundaciones y organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos –entre los cuales la libertad de expresión ocupa un sitial fundamental–, ha puesto de relieve las horrendas lacras y monstruosidades de un régimen tiránico que desafía el paso de los tiempos y se aferra a los más primitivos y crueles métodos destinados a aplastar todo indicio de disidencia social.
“Las autoridades –dijo en serio el humorista– deben comprender que hay periodistas dispuestos a ir a la cárcel para defender la libertad de expresión”.
Diarios en diversos puntos del planeta, incluyendo a los más influyentes, emplean ríos de tinta para denunciar la desventura de un periodista cuyas dos modestas publicaciones semanales, juntas, no llegan a los 50.000 ejemplares, en el seno de una nación terriblemente desigual, en donde 37,4% de los hombres y 62,8% de las mujeres son analfabetas.
Varios líderes europeos están intercediendo, ahora, a favor del periodista.
El parlamento estadounidense y el francés se movilizan. También el Rey de España, y decenas de ministros de Justicia de todo el orbe.
Por estos días, ya, la estabilidad del reino de Muhammed VI se ha resentido.
Mulay Hicham, a quien llaman El Príncipe Rojo, primo carnal del Rey, ha minado la férrea unidad de la familia real, al solicitar una entrevista de una hora, a solas, con el prisionero.
El Príncipe le pidió que desistiera de su huelga de hambre, y Lmrabet accedió, “a cambio de nada y sin condiciones”.
Para ayer, lunes 30 de junio, se aguardaba con vivo interés la concesión de una posible gracia real.
Con motivo de la Fiesta del Trono, Muhammed VI tenía una singular ocasión para tragarse su orgullo, e indultar al procesado.
Es probable que en estos mismos instantes, Lmrabet esté recobrando su libertad.
Quizá ahora mismo está descendiendo, trabajosamente, aferrado a la silla de ruedas, del piso en que discurrieran sus desfallecimientos físicos en el hospital Avicena, de Rabat.
A la hora en que ponemos término a la redacción de esta nota –4:55 del amanecer del domingo–, era imposible saberlo.
Pero, aún preso y débil (ha perdido 22 kilos en un mes), la sátira de Lmrabet lo hará libre de acosar y disminuir al opresor.
La irrevocable fuerza de su humor ha hecho trastabillar el sólido trono de un Rey, a quien Lmrabet le pide calma, bajo la promesa suya de “no fundar el Partido de la Risa y el Progreso”.
Sus dos revistas humorísticas de escasa circulación, que “salen adelante” por la “vocación de cuatro gatos”, están a punto de vencer a una monarquía de tres siglos y medio de tradición.
Suficiente para que Lmrabet siga riendo.
Es de jurar que, no importa, reirá aún postrado en la cama del hospital, reducido en la humedad de un calabozo, o debajo de la lápida de su tumba. No importa.
Y de seguro que si algún día oye hablar del desánimo que vence y paraliza en esta hora a tantos venezolanos, el sátiro Lmrabet no podrá contener su carcajada más sonora.
–Un Rey se sintió amenazado por el humor de mi pobre revista. ¿Cómo es que en una democracia todos los medios, junto a una sociedad harta, no van a poder meter en cintura a un Presidente ilegitimado? –se burlará.
Lmrabet, un poco más reflexivo, tendrá otras preguntas:
¿Cuántos habrían sacrificado una sola de sus tristes noches por ganar la inmensa luz de todas las mañanas?
¿Cuántos activistas ciertos tuvo la libertad, y cuántos la verdad?
¿Cuántos pensaron primero en su comodidad que en sus hijos?
¿Cuántos se sintieron derrotados al primer guantazo?
¿Cuántos modificaron en algo sus vidas, hasta cambiar la historia toda?
¿Cuántos estaban dispuestos a ir serenos hasta las últimas consecuencias?
¿Cuántos hicieron un esfuerzo capaz siquiera de nublarles la vista por un instante, o de adormecerles un solo dedo?
¿Cuántos se declararon listos y a tiempo para renunciar al silencio cómplice?
¿Cuántos planearon permanecer agazapados hasta el último momento?
¿Cuántos condenaron sin hacer?
¿Cuántos midieron sus dividendos de usura?
¿Cuántos abandonaron dignamente sus personales blanduras, sus molicies y apetencias, en aras de recobrar la libertad de todos?
¿Cuántos, ah?

Más sobre drogas y “poesía”

En la granja, había una fiesta de muchachos.
Eran unos 20. El más joven tendría doce años. El mayor, diecisiete, cuando mucho, calcula mi amigo.
Nadie cumplía años, no celebraban una graduación, no le daban una bienvenida a ninguno ni despedían a nadie; pero eso no era lo único extraño allí. Ahora, varias semanas después, se pudiera afirmar que era lo de menos.
El ánimo resuelto o fieramente desinhibido de cada uno diría que el motivo que los reunía era la intención de pasarla bien, lejos del bullicio de la ciudad, de la mirada auscultadora de la sociedad, de la posible o casi segura reprensión de los padres, los primeros, ciertamente, en desconocer dónde estaban, ni qué hacían a esa hora, no tan avanzada, es verdad. Porque la tarde del sábado apenas se estaba tiñendo de noche en esos instantes.
Tipos desconocidos, casi sin rostro, y quienes escasamente les dirigieron la palabra a lo largo de todo el trayecto, los habían recogido en varias camionetas vans. Como principal sitio de encuentro fueron señalados los centros comerciales. Era en esos concurridos e inocentes lugares donde sus respectivas familias supondrían a aquella bandada de adolescentes. En caso de que presintieran que algo malo pudiera pasarles, o si acaso tuvieran alguna urgencia que comunicarles, allí y no a otro sitio los irían a buscar.
Mi amigo –de unos 30 y tantos años– llegó con cajas de chupetas de sabores surtidos, y botellas de agua mineral. Por instantes él se preguntó confundido si había anotado acertadamente el encargo comercial que le hiciera el organizador de la fiesta.
Sintió que hacía el ridículo, peor aún si se toma en cuenta que había tenido la ocurrencia de invitar a su novia. Entonces a ambos los asaltó la sensación que da el estar en el escenario equivocado, en el momento equivocado.
Sin embargo, este salvaje desconcierto se ahogó en la frialdad con la cual el organizador acogió a mi amigo. El hombre, al tiempo que le disparó una mirada vacía, traslúcida, mediante un brusco e impersonal alargamiento de su mano derecha le ordenó que pusiera la mercancía sobre un estropeado escritorio.

II
En inglés la palabra Rave significa algo así como “hablar con entusiasmo”.
Ese nombre le ha sido dado a un tipo de fiestas en las cuales, según sus defensores, no todos los que acuden a ellas lo hacen con el propósito de consumir drogas, pero, la verdad sea dicha, tampoco les son ajenas esas sustancias que autores como Roberto Hernández Montoya en su libro “Más adicto será usted”, llama “poéticas” y “sagradas”, así como otras sospechosas y alucinadas apologías.
Por lo general las fiestas Rave duran entre 12 y 20 horas. Casi siempre se celebran en sitios alejados de los núcleos urbanos, al aire libre.
Cynthia Polanco, de la Universidad del Noreste, de México, advierte que la típica chica raver “tiene cabello corto, a menudo con diademas y demás accesorios para el cabello. Usa vestidos tipo `baby doll´ o pantalones con faldas sobrepuestas de colores muy llamativos y una ombliguera (…) En estas fiestas la moda infantil o fantasiosa es muy común: se puede ver a personas cargando en su espalda unas alas de ángel, o una cola de diablo, con capas de superhéroes o bien con un ´chupón de bebé´ en la boca. Otro elemento que distingue a un raver son las perforaciones en el cuerpo”.

III
Una pantalla gigante proyectaba en la granja unos inéditos dibujos animados. En el público, casi todos miraban a través de sus lentes oscuros. Otros bamboleaban sus cabezas, al compás de una estridencia musical.
–Es una música que no oyes en más ninguna otra parte. Tenías que haber visto la cara de imbécil que puse –dice mi amigo.
–¿Por qué?
–Dios, ¡qué comiquitas! ¿De dónde las habrán sacado? Eran los mismos personajes infantiles que conocemos de toda la vida, pero no hacían las mismas graciosas cosas. Eran historietas lujuriosas, todo un insólito y promiscuo espectáculo carnal, una increíble orgía, en que.., ¿te imaginas? Popeye, Olivia, Hércules, los Picapiedras, la Pequeña Lulú… ¡Todos hacían el amor! ¿Te imaginas?

IV
Cynthia Polanco describe así el ambiente de una fiesta rave:
“El Dj maneja a la gente como quiere, la hace moverse para adelante y para atrás como meneándose, o brincar y dar vueltas por toda la explanada al compás que él está manipulando. Hay jóvenes que hacen algún tipo de malabares, como mover cadenas con bolas de fuego o simplemente hilos con luces neón, al ritmo de la música, para crear un ambiente callejero o loco”.
Es una danza, dice, que se prolonga hasta las 5 ó 6 de la mañana. Lo mejor, agrega, es hacer viajar la mente y contorsionar el cuerpo con la danza y los voltajes sicodélicos del Dj, es decir, del chamán, y de las imágenes en las pantallas, con su juego de estructuras fluorescentes giratorias, y el ritmo electrónico interior, hasta que entre cortinas de brumas se recibe el amanecer.
Y enseguida anota la investigadora:
“Sí, es posible ir a raves y no tomar drogas. Pero aún así, no se puede separar este movimiento electrónico del uso de las drogas. Es imposible. Cualquiera que diga lo contrario, simplemente es un mentiroso. En Inglaterra, la escena Rave se originó con el MDMA o éxtasis (vulgarmente conocido como tacha, debido a la marca que tiene la pastilla)”.
En América, apunta, fue el LSD o ácido.
“Los raves fueron llamados "Dose" o "Acid Test" (Dosis o Pruebas ácidas). Los raves son una forma de cambiar el estado psicológico del ser humano, llevándolo a un plano existencial diferente. Esto va de la mano con las drogas psicodélicas. Al principio, el ácido y ocasionalmente la marihuana fueron las únicas drogas en América. Después el éxtasis llegó, aunque esta droga fue producida en EUA después de la guerra de Vietnam, y se convirtió en la droga favorita, rompió muchos egos, encajó perfectamente en el Rave, por su ideología. Hoy sigue siendo muy popular; sin embargo, la avaricia y el interés de algunas personas han provocado que el éxtasis ya no sea puro. Es usualmente rebajado con polvo para cocinar, o peor aún, con pesticidas y venenos”.

V
–¿Qué es esto? –se decidió, al fin, a preguntarle mi amigo al organizador, en la granja.
–Una fiesta –fue su respuesta, que sólo repetía lo obvio.
–¿Qué tipo de fiesta?
–¿No has oído hablar del rave? –repreguntó, con la mirada esquiva.
–¿Cómo llegaron esos muchachos hasta aquí? –insistió nuestro desprevenido visitante.
–Cada uno pagó su entrada –justificó aquel hombre, todo cuentas, todo ganancias.
–¿Cuánto pagaron?
–30.000 más el consumo.
–¿Para qué son las chupetas?
–Averígualo en el baño.

VI
–¿Qué es lo que hacían en el baño aquellos niños? –interrogo atormentado al amigo.
–¿Te imaginas? –respondió, y su manía de responder con más preguntas me exasperaba. Él lo notó, pero persistía en su insoportable terquedad–. ¿Sabes de dónde proviene el término crack?
–¿Qué demonios hacían en el baño? –debo haberle gritado.
–El crack –dijo, ignorándome– es un tipo de cocaína no neutralizada por un ácido. Tiene forma de cristales de roca y lo que se fuman son sus vapores. Crack se refiere al crujido que produce el calentamiento de los cristales.
Lo que siguió fue una cátedra, que yo oí como penitente pago a la revelación ansiada.
–En el baño distribuían polvos, pastillas, qué sé yo... ¿Te imaginas? Parecía una escuela en la que en vez de merienda o jugos, a los muchachos les cargaban las luncheras con droga.
–¿Para qué eran tus benditas chupetas? –pregunté, transportado, como deben hacer preguntas los fantasmas.
–Mi novia entró al baño de las niñas. Yo, al de los varones. Al parecer el éxtasis tiene un sabor extremadamente ácido. Dicen que su amargura escuece o quema la boca. De allí la necesidad de endulzar el paladar. La razón del agua que les daban es porque uno de los peligros de esa droga es que deshidrata el organismo con mucha rapidez. En unas horas puede causar la muerte.
Mi amigo dice que sintió incontrolables náuseas al enterarse de la relación entre la cándida chupeta que él llevó y la droga que, en aquel maléfico festín, tantas tiernas y ávidas manos se estiraban para alcanzarla.
Para mí era más que suficiente, pero por la forma en que mi amigo me miró entonces, supe que algo más, y sin duda terrible, había pasado.

VII
¿Sopesan los apologistas de la droga el efecto que en mentes inmaduras, o en espíritus proclives, han de generar sus torvas insinuaciones, las propagandas con las cuales buscan revestir de un aura de romanticismo el consumo de estupefacientes?
¿Qué tipo de responsabilidad asume el escritor venezolano Roberto Hernández Montoya, presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg), cuando escribe el párrafo siguiente en un libro de distribución gratuita (500.000 ejemplares), editado por el Consejo Nacional de Cultura (Conac) y el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes?:
“Esas sustancias –excusa él– se usaron siempre en todas partes para fines medicinales, religiosos, mágicos, afrodisíacos, anestésicos, tranquilizantes, excitantes, orgiásticos y para darse valor en la guerra. Ellas dimanan de las profundidades de lo simbólico, cultural, emocional, dramático, alegre y religioso. Se consumen para celebrar sucesos primordiales como el nacimiento de un niño o para comunicarse con los dioses”.
El hecho de que el alcohol cause más muertes en el mundo (62 millones entre 1950 y 2000), no vuelve a la droga un producto esencialmente inocuo, poético, simbólico. Tampoco la referencia cierta, por ejemplo, en cuanto a que el consumo del opio se remonta a 4.000 años antes de Cristo. (En todo caso, estaríamos hablando de una poesía que destruye las neuronas del cerebro, y no simbólicamente.)
La argumentación de Hernández Montoya, favorable, sin decirlo abiertamente, a la legalización o despenalización del consumo de droga, se basa en canallescas tergiversaciones y en supuestos falsos, como ese de sostener que la liberación de los estupefacientes reduce su comercialización pues hace que pierdan el atractivo de lo prohibido. La prohibición, dice, sólo añade al producto un “valor agregado”. Así, el negocio es más lucrativo porque es ilegal.
¿Qué pasó en Holanda tras la legalización de la marihuana? Las frías estadísticas dicen que su consumo creció 193%, entre personas de 18 a 25 años.
Legal o no, un consumidor de droga requerirá cada vez dosis más altas o sustancias más poderosas –y más destructivas– para lograr el mismo estado de euforia que le asegura la acumulación de dopamina.
Manuel Francisco Becerra ha esclarecido algo fundamental: “Un iraní, un holandés y un habitante de una isla caribeña no se pueden meter en el mismo saco. En Europa hay cierta permisividad frente a la droga y hay playas nudistas y manifestaciones gay. Pero un iraní no concibe las cosas de ese modo, un centroamericano tampoco, y por lo tanto el enfoque del problema no puede desconocer el patrimonio ni la infraestructura cultural de todos y cada uno de los países”.
Y he aquí un planteamiento del todo pertinente:
“Los promotores de la legalización de la droga, que apoyan sus tesis en la idea de que lo prohibido es atractivo, ¿se habrán preguntado por qué en las droguerías no se vende libremente el cianuro?”

VIII
–¿Te imaginas? –siguió mi amigo–. Esa noche estuve en aquella fiesta de la granja hasta las 3:00 de la noche. Estaba aturdido, desmoralizado, envuelto en mil preguntas, atravesado por mil desasosiegos.
–Eso no fue todo –agregué, a modo de temerosa indagación. Mi voz era apenas un hilo maltrecho.
–¡Regresé en la mañana!, esta vez solo. El cuadro que vieron mis ojos era aterrador, créeme. Los muchachos estaban dormidos, como muertos en fosa común, reducidos a un apagado e inexpresivo desbarajuste de cuerpos, la mayoría desnudos, en absoluto desorden. Unos sobre otros. ¿Te imaginas?

IX
(Estimado lector, mucho siento advertirle que, aunque narrada como un cuento, esta historia no es figurada ni mucho menos. Ocurrió realmente, hace unas semanas. ¿Dónde?: Aquí, en Barquisimeto.)

Propaganda negra y doble muerte


I

El Departamento
de Propaganda Negra

Quizá la biografía mejor documentada de Fidel Castro la acaba de escribir Norberto Fuentes.
No es para menos. Experimentado periodista, escritor, nacido en La Habana (1943), Fuentes pasó 30 años de su vida al lado de la Revolución cubana, es decir, al servicio de la persona y de la absoluta figura de su comandante en jefe.
Formó parte de la elite de los servicios de inteligencia. Desde esa posición fue testigo privilegiado de un complejo cúmulo de acontecimientos, públicos y privados, de informaciones históricas e “histéricas”, testimonios e intrigas, y una abigarrada sucesión de secretos afanosamente guardados con el rango de asuntos de Estado.
Son 877 páginas que se devoran sin fastidio y en las cuales salen a relucir escenas que describen con rigor desde la brumosa participación de Castro en el Bogotazo –a la muerte del tribuno liberal Jorge Eliécer Gaitán–, así como el instante en que Castro pierde su virginidad; lo cerca que, gracias a él, estuvo el mundo de padecer una catástrofe nuclear en los años ’60; y, entre anécdotas y anotaciones, el verdadero y clandestino sentimiento que el líder de la revolución cubana guardó hacia el Che Guevara; y, peor aún, el pobre criterio que tiene de quien sería el cercano sucesor: su deslucido y equívoco hermano Raúl, acostumbrado como está a vivir eternamente entre sombras y dudas.
Fuentes rompió con Castro tras el fusilamiento de un amigo del escritor, el coronel Antonio de la Guardia, y cuando supo que su vida peligraba, trató de huir, pero fue apresado.
Lo liberó una campaña internacional y la mediación directa de intelectuales, entre ellos Gabriel García Márquez, Norman Mailer y William Kennedy.
No obstante, “La autobiografía de Fidel Castro” (editorial Destino, 2004), no es un “retrato negro” del comandante.
El autor, en el exilio desde 1994, logra conservar una admirable y a veces incomprensible distancia frente a los hechos que narra. No hay rencor ni arrebatos en su texto. Es, así, fiel a aquella expresión de Jean-Paul Sartre, quien dijera que el escritor debe escribir como “bajo un estado de ánimo ajeno”. Todo un desafío sin duda, relatar con un sentido de lejana neutralidad aquello que ha marcado tan brutalmente la vida propia, y la de tantos, para siempre. Como los fusilamientos y las rutinas del “Departamento de Propaganda Negra”, adscrito al Ministerio del Interior de la isla.
Ese organismo “es donde suelen fabricarse los chismes de peor intención que ponemos a circular en el país”, pone Fuentes en boca de su autobiografiado, en el entendido de que son palabras de Castro. ¿Qué tipo de chismes? “Como los de hacer correr que un ‘objetivo’ es homosexual”.
Al escritor argentino Julio Cortázar, por ejemplo. Por haber criticado el arresto de un poeta cubano, el servicio secreto le montó una trampa grotesca pero refinadamente elaborada: en una de las visitas del intelectual a La Habana, mediante un montaje fotográfico aparecería como que en el fondo de su maleta llevaba un vibrador descomunal y un pote de vaselina, junto a un ejemplar de su célebre novela, Rayuela.
A propósito, diga usted, ¿qué tan lejos está ahora de nosotros la sagaz mano del G-2 cubano?

II

“Padre, venga, padre…”

Ocurrió en Nicaragua, en agosto de 1981. De tiempos sandinistas hablamos. Digamos, por mera ociosidad, que corrían los tiempos de la asoladora guerra civil. Tiempos presididos por el mismo comandante Daniel Ortega, cuyo sobrenatural retorno financia en estos momentos precisos el petróleo venezolano. ¿”De todos”? ¡Patético descaro!
Bismarck Carballo era el nombre de aquel joven sacerdote. Era el Director de la Radio Católica y Vicario Episcopal para los medios de comunicación social, en Managua.
Cercano al Arzobispo emérito y más tarde Cardenal Miguel Obando y Bravo, un día el padre Carballo recibió una desesperada llamada telefónica. Una mujer, quien resultaría ser una agente de los cuerpos de seguridad del Estado, le suplicó que se trasladara hasta su casa a rescatarla de una mortal depresión.
Era una emboscada. A punta de pistolas, lo obligaron a despojarse de sus ropas. En instantes apenas, una turba afecta al oficialismo y reporteros de medios del gobierno –¿les recuerda algo eso?– llegaron en festivo enjambre a presenciar y difundir la imagen del padre, mientras era conducido, desnudo, en medio de burlas e insultos, hasta la patrulla policial.
Una aventura sexual ilícita, vocearía con cara insociable la autoridad, presta a refocilarse en pormenores, en el concertado linchamiento de un enemigo.
¡Inmoralidad!, escandalizaría la representación oficial, capaz de exhibir en la mano los pelos de aquel bochorno ajeno, pero con el educado cuidado de no mirar hacia los comprometidos lados en ningún momento.

III

¿Valía la pena?

–“¿Valía la pena, papá? ¿Era por la ilusión de estar disfrutando del poder?”, escribe Mario Vargas Llosa, en La Fiesta del Chivo, que le preguntó Urania, en el fin de sus días, a uno de aquellos hombres dispuestos a vaciarse de todo valor y principio ético con tal de halagar al Jefe, al Generalísimo, al Benefactor, al Padre de la Patria Nueva, a Su Excelencia el Doctor Rafael Leonidas Trujillo.
Y agregaba ella, la muchacha:
“A veces pienso que no, que medrar era lo secundario. (…) Que Trujillo les sacó del fondo del alma una vocación masoquista, de seres que necesitaban ser escupidos, maltratados, que sintiéndose abyectos se realizaban”.
El repertorio de adulaciones al hombre fuerte de la República Dominicana, incluía los brillantes procedimientos sin huellas del coronel Johnny Abbes García, para acabar con los enemigos, aplicándoles la muerte doble: el crimen físico junto con la aniquilación moral de la víctima. Sin vida ni reputación.
Así, un sindicalista refugiado en La Habana apareció muerto en un prostíbulo y unos testigos estuvieron interesados en declararle a la policía que el degenerado había intentado acuchillar a una prostituta.
También cita el caso del abogado Bayardo Cipriota, a quien localizaron, en Caracas, apuñalado en un hotel de mala muerte, vestido de mujer y con la boca pintarrajeada. “El dictamen forense determinó que tenía esperma en el recto”, proclamaría la inapelable voz del régimen.
¿Valía la pena, señor de las leyes y normas, fiscal y dueño de todas las verdades y misterios de la patria? ¿Valía la pena? ¿Es, acaso, por la ilusión de estar disfrutando del poder? ¿Logra inspirarse usted, oculto poeta, entre tanta porquería?

IV

“Las cosas en su sitio”

Serenilla Nagore, una joven universitaria, entrevistó al Tigre de los Andes, el comandante Ollanta Humala, cuando, ciertamente, no se perfilaba como un potencial aspirante a la presidencia del Perú.
“Yo pienso que los peruanos necesitan una carajeada bien dada, meterlos a todos sin excepción al cuartel, militarizar la familia”, asentó el “nacionalista” apuntalado desde aquí.
–¿Usted disolvería el Poder Judicial?
–Lo que hay que hacer es poner las cosas en su sitio. Fíjese usted no más en lo efectivo que funciona un tribunal castrense. En un dos por tres un consejo de guerra, y listo. Para criminal de bala y cuchillo, por violador y secuestro: la pena de muerte. Eso soluciona el asunto en tres meses. Y ya no tenemos el problema de mantener a tanto zángano mal nacido en las cárceles.
–¿El español seguiría siendo la lengua oficial del Perú?
–De ninguna manera: el quechua, para confundir al enemigo, para desinformarlo.
–¿Volvería al trueque?
–Precisamente ése es uno de mis grandes objetivos. El dinero lo ensucia todo.
“Bolivia –dijo este titán de la paz– saludará el ingreso del Ejército Liberador Quechua con beneplácito. Neutralizar Chile y Argentina es nuestro objetivo. En lo que respecta a Chile, luego de una ola de atentados terroristas en Santiago y Valparaíso, el primer objetivo es recuperar el Apu Licáncabur, para realizar ofrendas adeudadas”.
–¿Eso que usted nos describe no se iguala a un Apocalipsis?
–En la cosmovisión andina un Apocalipsis precede a un nuevo renacer.
–¿Y en el aspecto religioso?
–Fusilar a todos los curas, fusilar a Rafael Rey, a Dionisio Romero y a sus secuaces.
“Lo que necesitamos son mujeres que paran soldados, sólo futuros soldados...”
“Adelante, compadre. Eche pa’lante. ¡Salve al Perú!”, le animaron desde este lado.

V

“…como a un perro”

“A su hijo lo matamos como a un perro”, dice la doctora Haydée Castillo de López que le gruñó un policía cuando la llevaban en una patrulla. Estaba bajo arresto pero la conducían engañada, haciéndole creer que ella y su esposo, septuagenarios ambos, sólo iban a prestar una declaración. Después de dormir en calabozos los mostraron con esposas en las muñecas, como para acentuar aún más la ofensa dispuesta por el poder. Su hijo, el abogado Antonio López Castillo, a quien involucraron en la muerte de Danilo Anderson y según la versión policial cayó abatido en un enfrentamiento, al parecer no había tenido tiempo ni de moverse del asiento que ocupaba en su vehículo. El cadáver presentaba un tatuaje de pólvora debajo de la barbilla. Pólvora no quemada. Y un tiro de gracia.
–¿Aplicaron la pena de muerte?–, le preguntaron a la doctora Castillo.
–No, no en el sentido estricto de la palabra; porque en los países donde hay pena de muerte hay un juicio, un juez, apelaciones a instancias superiores, y nuestro hijo no tuvo nada de eso. No fue pena de muerte, sino un asesinato”.

VI

Concha de cachicamo

El hotel donde “apareció” el cuerpo desnudo del padre Jorge Piñango está en una infame zona rosa, a la que es difícil imaginar dirigirse, en su sano juicio, a un hombre público, y menos de Iglesia, después de una celebración familiar, ¡y en un vehículo de la Conferencia Episcopal!
Los primeros periodistas en llegar fueron los del canal del gobierno, donde esa misma noche festejarían con turbador alborozo.
El libreto inicial de la policía consistió en decir que no había ninguna señal de violencia. Prácticamente todo el país sabía ya del calamitoso estado que presentaba el cuerpo que yacía en la habitación 89.
Después, la escatología hizo formal acto de presencia. “Concha de cachicamo” convirtió un somnífero en un estimulante sexual, puso al padre –¿inconsciente o muerto ya?– a pagar la cuenta de la habitación, y prefirió describir al sospechoso del horrendo hecho no por su personalidad criminal y contraseñas sicológicas, sino como “¡un chico bien parecido!”. ¿Se imaginan al FBI describiendo a Al Capone como un tierno marchante de antigüedades?
¿Concha de cachicamo? Más bien escorpión, ya considerado de mal agüero por los zapotecas. Para ellos era un espía mandado por el Diablo. Son caníbales, de hábitos nocturnos y viven en zonas calientes, pero se sabe que igual la pasan bien en cuevas. Su aguijón produce un dolor ardiente, que, miren, frente a todos se ha inyectado él mismo, como en el viejo mito.
Peor que la muerte doble, le ha tocado la muerte prematura de la cual Edgar Alan Poe habló en su memorable cuento. La muerte en vida. Revocado, proscrito. Siniestro. Espectro. Sin nada qué decir. Moralmente nulo de toda nulidad. Atragantado por la infecta mentira que manó entre las grietas de su boca.

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela