jueves, 5 de abril de 2007

400 años de esplendor

Guillermo Morón en los luminosos festejos de los cuatro siglos del Quijote

La Academia Venezolana de la Historia presentó la edición conmemorativa de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, auspiciada por la Real Academia Española, a modo de celebrar la inmortalidad de la obra cumbre de la literatura española y de todas las lenguas

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Hazañas di a la fama que eternicé;
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mi todo gigante,
y al duelo en cualquier punto satisfice

Don Belanís de Grecia
(A Don Quitote de la Mancha)


Todo comenzó cuando aquel extravagante cincuentón pierde el juicio con la lectura infatigable de los libros de caballería y decide abandonar su aldea para lanzarse a enderezar los endemoniados entuertos todos, del mundo.
Ahora, desde Castilla-La Mancha nos llegan los ecos de los elevados fastos con los que se ha recordado el IV centenario de la publicación de la primera edición del Quijote, de D. Miguel de Cervantes Saavedra.
El programa concebido abarcará cada mes del 2005, con la impresión de más de un millón de ejemplares de, quizá, la novela –verdadero patrimonio de la humanidad– que mayor influencia ha tenido, en todas las letras.
35 grabados y la “Ruta de Don Quijote” fueron parte del aporte con el cual la Real Academia Española pretendió acabar con las imprecisiones o deformidades que pudieron haber llegado a degradar no sólo el título original de ese monumento de la literatura universal, desde su publicación en 1605, sino también el propio espíritu de la obra que, en la opinión de Stendhal es un espejo a lo largo del camino.
Por encima del paso del tiempo, o, posiblemente, gracias a él, las clásicas aventuras del hidalgo caballero de la triste figura se renuevan y adquieren, cada vez, aires y sentidos más actuales y presentes, que los sacudones de las edades y costumbres son incapaces de deslustrar.
Mario Vargas Llosa ha sostenido que el Quijote es un canto a la libertad y una obra que “conecta perfectamente con los problemas, los deseos y las perspectivas del hombre moderno".
La modernidad del Quijote, dijo el autor peruano-español, "está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su responsabilidad personal, cambiar el mundo para mejor".
Y a poco del encuentro de Rosario (Argentina), escenario del III Congreso de la Lengua Española, bautizada como “la lengua del siglo XXI”, evento en el que se analizó el Quijote de la Academia y acerca de la proyectada instalación del Instituto Cervantes en América Latina, la Academia Venezolana de la Lengua,
Correspondiente de la Real Academia Española, las Academias Nacional de la Historia, Nacional de Medicina, de Ciencias Políticas y Sociales, de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, Nacional de Economía y el grupo Santillana Venezuela, convocaron el pasado jueves a la presentación de la edición conmemorativa de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, auspiciada por la Real Academia Española.
En el Paraninfo del Palacio de las Academias, intervino como Orador de Orden el doctor Guillermo Morón, Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia y Miembro de Honor de la Academia Venezolana de la Lengua.
Morón, quien obtuvo su doctorado en Historia en la Universidad Central de Madrid, hoy Universidad Complutense, en 1954, y ocupara la dirección de la Academia Nacional de la Historia, habló en su elemento.
Con su fácil verbo que es amable manantial de reverberos, el laureado escritor rehizo, de entrada, la memoria de su maestro Iginio, quien “llegaba, silenciosamente, con la puntualidad de las siete de la mañana, a la puerta de la casa paterna y materna”.
Su evocadora narración sigue así: “Vestía de blanco, blanco de algodón, la blusa cerrada, larga, bien abotonada, cuidadoso el pliegue del pantalón a la altura del tobillo; un poco encorvado, sin abuso, enderezaba la cabeza pelada, blancas las orillas, para decir buenos días, sin perder el equilibrio sobre la nariz perfilada los quevedos claros, el metal sutil era un complemento a su grave rostro de buenos días maestro Iginio. Calzaba alpargatas de capellada y suela de cuero curtido en la curtiembre con vaina de dividive en la ciudad lejana y nostálgica llamada en lengua ajagua Carora, por lo gredoso del lecho del río y también con resonancia indígena Morere”.
En la Carora de su infancia, fue la voz del maestro Iginio la primera que le hizo saber acerca de Esopo y sus fábulas. Esopo, el esclavo frigio que se hizo pedagogo y así conducía “a los niños por la luz de la cultura”, al igual que Iginio.
“Ay, ¿qué es Don Quijote, el libro por excelencia de nuestra lengua, sino una fábula con muchas fábulas?”
De esa forma, dice, su primera maestra, que también era su mamá, le enseñó a leer, “como una fábula de fábulas, este libro festejado hoy porque son las vísperas de su cumpleaños, 1605 a 2005, cuatrocientos años de persistente esplendor en las Letras universales”.
Morón se refirió al estudio que se ha hecho en torno a los imprecisos rastros de la edición anterior del Quijote, fechada en Valladolid y fruto de la erudición del Príncipe de las Letras, para proclamar, con inocultable alborozo, que “celebramos el cuarto centenario de la escritura y, como galanamente escribe el ilustre académico Don Oscar Sambrano Urdaneta, el inicio del ‘año quinticentenario de la primera edición de Don Quijote de la Mancha’".
Luego Morón se detiene en los primores y esmeros de cada tomo y edición: en el primero, una lámina con Don Quijote en un espléndido caballo, burla de Rocinante, adarga, yelmo y escudo; en el segundo, una lámina donde un Don Quijote, Cavallero de los Leones, aparece con armadura completa, un león a su izquierda no muy fiero, Dulcinea encantada, sentada y gorda, frente a Sancho Panza Gobernador con su vara de la justicia en la izquierda, en su silla de aquella Miraflores llamada Barataria, con gorro y barba.
“Si la lectura tuvo por objeto aprender a leer de mano de la maestra de escuela, lo divertido fue, en los años escolares, en las vacaciones desde el cuarto al sexto grados de Primaria, buscar las ilustraciones, hojear los dos tomos para mirar y volver a mirar las gracias y las desgracias -todas afortunadas- como en las fábulas morales de Don Quijote, de Sancho y de los personajes de ese Logos literario y de la vida real que es la Vida y los Hechos del más famoso de los caballeros de la Historia”.
Más adelante, en su disertación, el ilustre intelectual repasa nociones claves, que vuelven a adquirir dramática actualidad:
“Parece claro que la historia, insólita, expone una constante en la acción del armado caballero: la libertad es una de las condiciones de más alto valor, darle la libertad a los oprimidos es tarea del Rey, del Magistrado y, en todo caso, la justicia no se administra con cadenas. Un día, mientras expurgaba el empedrado de la calle frente a la casa del pueblo trujillano, entonces honrado municipio Cuicas del Distrito Carache, con mis hermanos, vimos con gran susto que por la Calle Real venían dos hombres a caballo, uno con sombrero de cogollo, armado de escopeta y rostro sombrío, delante de la fila, otro detrás con igual talante; entre ambos comisarios, llamados entonces policías y en voz baja, temerosa y peligrosa sagrados, esto es, representantes del Gobierno en aquella era del silencio benemérito, tres presos, amarrados la cintura, el cuello y las manos a la espalda, apersogados, la soga sujeta a la silla de las bestias, los presos descalzos, medio cuerpo desnudo, calzones despavoridos; eso era cadena de galeotes robagallinas y cuatreros camino de la cárcel en la capital del Estado, la ciudad de Trujillo. Una voz clara, y cariñosa ordenó: a la casa. Mucho más tarde, abandonada la infancia, en la Puerta del Sol, en el Madrid del Caudillo de España por la Gracia de Dios, sentí el mismo terror al ver la cadena de galeotes, más de los doce a quienes dio libertad Don Quijote, encadenados, camino de las cárceles: son rojos, dijo con desparpajo un transeúnte. Por la libertad, Sancho, así como por la honra -que es la justicia- se puede y debe dar la vida”.
Acto seguido, Morón narró cuando en los años ’50 del siglo pasado, la voz castiza de un vendedor ambulante de libros alarmó al gobernante del estado Lara, Don Carlos Felice Cardot.
“Tres ejemplares cargaba en sus maletas de una de esas extraordinarias ediciones del libro que aquí nos congrega para nueva celebración”.
Era la edición del Patronato del IV Centenario de Cervantes.
"Si la primera vez leí la novela, considerada por los historiadores y críticos de la literatura como la fuente de cuantas han sido escritas durante cuatro siglos en las culturas de nuestro mundo, en voz alta como ‘se hacía en el tiempo del autor’, ahora debía hacerlo como cualquier lector. Mi maestro Don Cecilio Zubillaga Perera (1887-1948) leía en el chinchorro de su cuarto caroreño. Hermann Garmendia, cronista y bohemio, tan bueno en la letra como su hermano Salvador, y yo, comenzamos a leer el Don Quijote anotado minuciosamente por Rodríguez Marín, en la Placita Lara, cada quien por su cuenta, sólo nos reuníamos para escudriñar las Notas a pie de página, más largas que el texto. No es para leer de corrido esta edición, sino para tratar de conocer el idioma, cada palabra, cada giro, cada refrán. Es un libro de estudio, donde todos los cervantistas posteriores han empezado y, a veces, solamente repetido o resumido”.
La nostalgia nativa da paso, enseguida, a los fogonazos memoriales de su periplo por Puerto Rico, Paramaribo, la Isla de Sal, Dakar, Lisboa y Madrid, a donde llegó con la primera edición del Canto General de Pablo Neruda.
“Aprendí a leer y a medio escribir con libros impresos. Moriré, cuando Dios quiera, analfabeta electrónico. Ay si se va la luz y se apaga la computadora en pleno día. No conviene quemar los libros impresos. Tres enemigos han tenido a lo largo de los siglos: la candela que usaron el cura, el barbero y el ama; la polilla hija de la desidia; y la inquisición, quiero decir la dictadura cuando se convierte en tiranía, un solo libro, un solo periódico, un solo palabreo, que Dios nos guarde y favorezca y nos agarre confesaos”.
Lo quiso decir, a la honra de Don Quijote, “antes de que oscurezca, antes de que nos apaguen los bombillos que son las estrellas de la justicia y de la libertad”.
Y es que Morón, escudriñador y con el carácter edificador del maestro, las contó: “Más decente y apropiado a esta ocasión, con la tanta luz de la cultura, sería citar en ringlera las ochenta y dos citas donde brilla la palabra libertad y las cincuenta donde toma cuerpo esa otra su compañera la justicia que entrambas le dan sentido a la fábula del Quijote, convertida en historia verdadera para quien quiera leerla y volver a leerla por los siglos de los siglos”
José Ángel Ocanto


El Cervantes tropical

“Cada pasaje, cada donaire, una a una las frases, los decires y aún con empecinado coraje de filólogo, de crítico, de historiador, cada palabra del libro de Cervantes, ha sido estudiado. Las buenas y las malas palabras, si es que hubiera palabra mala en una obra maestra. En estos días Don Alexis Márquez Rodríguez, maestro del idioma por excelencia, nos ha dado a conocer el primer ensayo, de hondura, sobre la última novela de ese Cervantes tropical que es Gabriel García Márquez, con el genial título de Memoria de mis putas tristes.
Nunca fueron tristes las hetairas en los Diálogos socráticos, en las conversas filosóficas y poéticas de las grandes ciudades de la Grecia antigua, ni en la gran polis de Atenas, con 250.000 ciudadanos en el siglo IV a.C. ni en la pequeña Quíos de tres mil en el VI a.C, donde se escribió la primera constitución democrática, ni en La Rioja, Castilla la Vieja, donde son llamadas "mujeres de vida alegre". Una sola vez se ha practicado la democracia en su sentido original, en los días de Pericles, pues todas las demás, desde cuando resucitaron, son sólo apariencias y, a veces, remedos, el gobierno de Sancho Panza y las ansiedades de Don Quijote por la libertad personal y por la justicia colectiva son de novela, no encarnadas en ninguna realidad. Tal vez cuando celebren el sexagésimo centésimo aniversario allá en Marte, reinen la libertad, la honra y la justicia por las cuales se puede y debe dar la vida”

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Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela