jueves, 5 de abril de 2007

El 4f... ¿celebrar eso?

I

En el trayecto La Habana-Maiquetía, y dentro de un avión de la Fuerza Aérea Venezolana, cuando faltaban menos de quince días para tomar posesión de la Presidencia, Hugo Chávez Frías le confesó a Gabriel García Márquez que él comenzó a “conspirar” en el seno del ejército, a los 23 años de edad.
Es cuestión de sacar una sencilla cuenta. Chávez nació –bajo el signo Leo– el 28 de julio de 1954. Quiere decir que su “primer conflicto existencial”, como él mismo dice, lo sufrió en el año 1977. Tocaba a su fin el primer gobierno de CAP. Tiempos de abundancia –bonanza artificiosa–, de la Gran Venezuela, de dólar a 4,30 y del delirio nacionalizador. Pérez había roto con Rómulo Betancourt, el “padre de la democracia” y principal artífice del Pacto de Punto Fijo. Se acercó a Fidel Castro –con quien se reunía frente a pocos testigos en La Orchila–, así como al lunático sandinismo de Nicaragua. Echó a las petroleras estadounidenses, acto que la publicidad oficial bautizó como el de una “segunda Independencia”, el mismo calificativo que Betancourt daría a su Reforma Agraria. Embriagado de gloria, Pérez sobrestimó sus propias facultades y desfiguró los desafíos de su tiempo. Sintiéndose poseído por el inaplacable espíritu del Libertador, la imagen que le devolvía la generosa luna del espejo era la de un predestinado líder del Tercer Mundo. Chávez, en tanto, era subteniente cuando, junto a otros cinco soldados, ideaba echar las bases para la conformación clandestina de un movimiento: el Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Así lo llamó.
Pero, ¿cuál fue ese “primer conflicto existencial” que, en su condición de militar, llevó a Chávez por los derroteros de la rebelión, hasta desembocar en el crucial alzamiento del miércoles 4 de febrero (así, en minúsculas) del año 1992? En la aludida entrevista, que García Márquez tituló “El enigma de los dos Chávez” (¿un salvador o un déspota más?), el ahora Presidente habló de varios episodios. Por lo menos dos de tales hechos, los que considera definitorios, están vivamente relacionados con los tiempos cuando comandaba en el oriente del país un pelotón de trece soldados, con la misión de aniquilar los últimos reductos de la guerrilla, alentada y sostenida por Castro. De no haber muerto en 1967, en la emboscada de Camiri (cercanías de Bolivia), el propio Ernesto “Che” Guevara habría dirigido en persona ese proceso armado, como eran sus manifiestos deseos, decepcionado de su experiencia en el Congo.
Chávez, de uniforme, no entendió esa lucha. No le veía sentido. Su carrera militar se estaba convirtiendo, ya, en un accidente que tarde o temprano estallaría en crisis. Era inevitable. “¿Para qué estoy yo aquí?”, admite él que, en el curso de sus misiones, se preguntaba, constantemente. Total, su presencia allí, como soldado, también era accidental. Su arma de reglamento no era muestra de que hubiese atendido ningún llamado vocacional. Chávez comenta que la razón por la cual ingresó a la Academia Militar, en su natal Barinas, fue porque le contaron que ese era “el mejor modo de llegar a las grandes ligas”.
Un irresistible ejercicio de imaginación nos lleva en este punto de la crónica a fabular, a entablar un juego con la fantasía. ¿Qué sospechan habría pasado si, en las tupidas montañas fronterizas el joven e intranquilo oficial Hugo Chávez Frías se hubiera tropezado, en los intensos y románticos años ‘70, con la leyenda viviente del “Che”? Bajo su influjo, entonces habría sido absoluto su declarado conflicto existencial de soldado. Sin lugar a dudas aquella temprana y angustiosa pregunta suya: “¿para qué estoy yo aquí?”, hubiese alcanzado una dimensión dramática –¿o trágica?– en su vida.
No es un episodio habitual que un soldado se vea forzado a sacar a flote al guerrillero que lleva por dentro. Que bajo el gobierno democrático del mismo que en sus tiempos de subteniente comandara un pelotón con la misión de aplastar los últimos reductos de subversión en el país, se declare a Fidel “bastión de la unidad latinoamericana”, y se exalte la “vida ejemplar” del “guerrillero heroico” Ernesto “Che” Guevara.
¿Enigma de “los dos Chávez”, conflicto existencial? ¡Y de qué envergadura!

II

De modo que Chávez comenzó a conspirar a los 23 años.
La febril tarea de contactar aliados, civiles y militares, para su causa, la proseguiría sin interrupción el año siguiente, otra vez según su propia confesión. Chávez era, a la sazón, oficial paracaidista, en Maracay, dentro de un batallón blindado.
Resulta importante esta revelación por provenir de quien al preguntársele si los rebeldes del 4f tenían planeado matar al presidente CAP, ya depuesto, protestó: “¡De ninguna manera!”
–La idea –añadió– era instalar una Asamblea Constituyente y volver a los cuarteles.
¿Así nomás? ¿Los animaba en verdad tanto desprendimiento, tanta inapetencia de poder? Los hechos parecen desmentir con rudeza tal versión.
En diez años, los jóvenes conjurados, agrupados en el MBR-200, celebraron cinco congresos clandestinos.
La idea de la intentona golpista fue acariciada mucho antes de registrarse el fatídico Viernes Negro, fecha que partiría en dos la historia económica del país y marcaría, como una horrible cicatriz, al gobierno de Luis Herrera.
Cuando sucedió aquel famoso juramento a la sombra del samán de Güere, en 1982 –justo diez años antes del golpe– aún estaba lejos de producirse la ominosa intervención del BTV. Jaime Lusinchi no había sido electo Presidente. No fue sino en el último año de su quinquenio, en 1988, cuando se hizo la medición, con estadísticas, del nefasto impacto del Viernes Negro, el de la devaluación con triple cambio. El dólar había pasado de 4,30 bolívares a casi 40, la tasa de inflación escaló a 35% y las reservas internacionales bajaron, de más de 11 millardos de dólares... ¡a casi la mitad!
El Caracazo, aquella monstruosa sublevación popular que estremeciera el 27 de febrero de 1989 los cimientos de la capital y dejó perplejo al país entero, fue el acontecimiento que se erigió, según Chávez, en “el minuto que esperábamos para actuar”. Habían pasado escasos días, horas prácticamente, de la ruidosa “coronación” de CAP, con miras a un segundo período, tras ser depositario de una impresionante votación.
“El minuto que esperábamos para actuar...” Fue un largo minuto. Durante por lo menos trece años, Chávez y sus cofrades estuvieron a la caza de una coyuntura favorable para producir la asonada. ¿Dar un golpe, ultrajar el Estado de Derecho, y regresar de inmediato a la anónima rutina de los cuarteles?
No era precisamente inapetencia de poder cuanto flotaba en el ambiente en esa tensa hora. Al girar la ruleta de la avidez y del oportunismo, renació de su propia nada la disminuida figura del senador vitalicio doctor Rafael Caldera. “Hijo indeseado del 4f”, lo llamó Chávez. Cuando David Morales Bello pronunció en el hemiciclo del Congreso Nacional su arriesgado: “¡Mueran los golpistas!”, fue el hilo de voz conmovedoramente entrecortado de Caldera, el que profirió el grito más fuerte, y desgarrador.

III

El Ejecutivo ha anunciado una agenda de tres días seguidos de diversos actos oficiales y verbenas populares en Caracas y el interior del país. El 2 de febrero se festejarán los dos primeros años de la asunción de Chávez al poder. El 3, en Cumaná, los 206 años del natalicio de Sucre. Y el 4, el noveno aniversario de la rebelión militar.
Con el jefe de bonche oficial, la administración pública se paralizará (aunque este detalle quizá nadie lo note.) Una suntuosa fiesta pública se escenificará hasta el amanecer en la Plaza Caracas. Habrá música. “Parranda soberana”. Profusión de fuegos artificiales. El ansiado retorno del Balcón del Pueblo, en Miraflores. Cadenas de radio y TV. Una caravana encabezada por el mandatario recorrerá la histórica ruta seguida por los sublevados del 4f, desde Maracay hasta Caracas, a lo largo de la autopista regional del Centro. Se confirma que Chávez hablará por radio de punta a punta y seguirá hablando sin límite de tiempo en los estudios de la Radio Nacional. Dentro de una unidad móvil debidamente acondicionada con su principal herramienta de gobierno (el micrófono), transmitirá un ambulante “Aló Presidente”. ¿Se lo imaginan describiendo todo lo que vaya viendo por el camino?
Resulta, sin duda, incómodo (por usar un adjetivo desapasionado) conmemorar el 4f. ¿Cómo entregarse al jolgorio con ese ardor fanatizado que caracteriza al fundamentalista chavismo, en momentos en que el país se sume en niveles tan espantosos y crueles de inseguridad y violencia? No hay precedentes. ¡Un homicidio casi cada hora que transcurre! Ese siniestro tic-tac del crimen desbocado es capaz de paralizarle el gozo y la risa al más indiferente o apático de los seres. Y aunque se acepte, sin mayor reparo, que las culpas por esta severa descomposición social vienen desde muy atrás, no es como para desentenderse y “pasar la página”, si usamos prestada una reciente expresión del propio Presidente.

IV

Por más que se le barnice con retóricas de maratón e himnos, el 4f no pasa de ser un costoso monumento al fracaso, y al dolor. Bastaría con sólo citar las inútiles 300 muertes inocentes de esa jornada sediciosa.
Lejos está de reflejar precisamente una imagen propia del arrojo y del heroísmo, la que ese día patentizara un comandante refugiado a segura distancia en el Museo Histórico Militar, mientras se echaba a rodar la brutal maquinaria de exterminio que él comenzó a idear más de una década antes. La salida desde cuatro ciudades de 17 batallones del ejército, enfrentaba a soldados contra soldados y hundía al país en un tremedal de descrédito del cual aún no logramos emerger.
¿”Día de la Dignidad Nacional”? ¿Qué nueva institución, entre las fundadas por discrecionales camarillas en aparatosa premura, ha resultado más efectiva y más decente que las demolidas? ¿Inspira más confianza y respeto, por ejemplo, el naciente Poder Judicial? ¿Quién podría rebatir con argumentos valederos la generalizada convicción de que la corrupción tiene asegurada ahora una más sólida impunidad? ¿Goza de buena salud la Constitución forzada a sustituir a la “moribunda”? ¿Acaso no constituye una terrible inmoralidad edificar una república sobre los pilares de un texto fundamental deshecho en varias versiones, corregidas, añadidas o mutiladas aún después de la hipnótica aprobación del soberano?
La Venezuela depauperada de hoy vuelve a desgarrarse en la fatalidad y la duda.
La desesperanza y el descreimiento ganan terreno en la misma medida en que la desfachatez oficial se vuelve más y más agresiva.
¿Celebraremos eso?
¿Celebrar la amenaza, la intolerancia, el sectarismo, el culto a la personalidad, la penetración doctrinaria, la sádica desunión?
Glorificar el 4f, festejarlo y asentarlo en los textos escolares como un hito estelar en la historia de la patria, entraña, además, un riesgo capital.
No podría extrañar a nadie que en adelante inspire nuevas aventuras.
Cualquier soldado, politizado y libre de subordinación al poder civil, podría sentirse llamado por los hados. Confundir algún acontecimiento impactante con una señal, una revelación. Jurar que se trata del “minuto esperado para actuar”.
Además, ¿no tiene reservado un puesto en la historia quien se atreva?

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela