jueves, 5 de abril de 2007

Amanecer convertido en “bicho”

I

“Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Así comienza Franz Kafka (1883-1924) su asombroso relato La metamorfosis.
Impresiona que la descomunal fuerza de esta famosa obra provenga de un escritor tan “enfermizo y hosco”, en el decir de Jorge Luis Borges.
Kafka, nacido dentro del barrio judío de Praga, era un atormentado. La opresión de la guerra y el fuego de un resentimiento o conflicto muy íntimo, se reflejan, como sombrío gesto de torturado, a lo largo de toda su inestimable producción literaria.
El mismo Franz Kafka quedó reproducido, fotocopiado de cuerpo entero, en la tragedia que tejió para el personaje de su novela, Gregorio Samsa, el viajante de comercio que un día amaneció, en su lecho, transformado en un bicho, en un repulsivo animal, “echado sobre el duro caparazón de su espalda”. Cuando quiso hablar, su voz era un agudo silbido. Su vista, una espesa niebla.
“Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia”.
En otro libro, su estremecedora Carta al padre, el escritor descargó toda la aspereza de su rencor y descorrió con violencia el velo que cubría el lado oscuro de su perturbada vida. El progenitor de Kafka no dejó de menospreciarlo y tiranizarlo sino dos años antes de su muerte, ocurrida en un sanatorio cercano a Viena.
A Kafka, frágil y desolado, le dolía –hasta sangrar sus entrañas– la idea de que su padre lo hubiera visto siempre como a un indigno insecto. Por eso al Gregorio Samsa de su novela, al descubrirlo convertido en aquel bicho, su madre y la hermana trataron de darle cálida protección. En cambio su padre, furioso, lo amenazó con un bastón.

II

La niñez de Bolívar fue feliz, pese a su temprana orfandad.
El se refería a su nodriza, la negra Hipólita, como a “mi madre Hipólita”. “Su leche ha alimentado mi vida”, escribió en una carta.
Los años juveniles en la “deliciosa” París los describe con dulce regocijo. Fueron tiempos de un “divertir infinito, sin fastidiarse jamás”.
Entregado a la gesta libertaria, los males de Colombia lo envejecían. Su rostro se arrugó y tornó melancólico. Fatalista. “Parezco un viejo de 60 años”, rezongó a los 46. Enflaqueció. Su rizado cabello negro encanecía y una apremiante calvicie acentuaba su alta frente. Su carácter mudaba caóticamente.
Aún hundido en feroz turbación ante las ofensas de los venezolanos, en 1829 se apresura a advertir: “mi corazón los ha perdonado, porque son mis compatriotas”.
Lector voraz, era Voltaire, según la anotación del edecán O’Leary, su autor preferido.
También Rousseau influyó en su pensamiento.
Voltaire detestaba a Rousseau. Contemporáneos, ambos mueren en el mismo año. Uno, un déspota ilustrado, privilegiaba la razón; el otro, siendo un romántico, rendía tributo al sentimiento. Bolívar, de espíritu elevado, bebió de ambas fuentes. Él cultivaba la idea, por naturaleza libre y amante de ser contrastada, disentida.
Aquella imagen del Libertador y su extravagante maestro Simón Rodríguez encerrados en su habitación de París para no presenciar, en diciembre de 1804, la esplendente coronación de Napoleón como Emperador de Francia, es asociada en valor moral a la resuelta y cruda sentencia de Voltaire:
“Si mi padre, mi hermano o mi hijo fuera ministro de un régimen despótico, yo abandonaría el país al día siguiente”.
Simón Rodríguez, “el Sócrates de Caracas” a los ojos de Bolívar, urgió a dudar de la oferta engañosa, a reconocer el árbol de la verdad en un bosque de palabras:
“No hay peor mal que el que se hace bajo las apariencias del bien”.
Nuestro Emilio pregonaba con intensa pasión que “sin educación no habrá jamás verdadera sociedad; ni autoridad razonable sin costumbres liberales”.
¿Otra de sus actualizadas sentencias?:
“Sociedad significa unión íntima; República quiere decir conveniencia general, conveniencia para todos”.
El Maestro no podía dejar de asociar la tarea de gobierno con el esmero que se le debe a un niño:
“La misión de un gobernante liberal –liberal, se entiende–, es cuidar de todos los hombres en la infancia, para que cuiden de sí mismos después y cuiden de su gobierno”.
Con tan noble influencia, la pluma del Libertador emprendió un sublime y exquisito vuelo al esbozar su Proyecto sobre educación, apéndice a la Constitución de Angostura. En este texto, un Bolívar enfundado en radiante gratitud dispone que el empleo del institutor o pedagogo “será el más considerado, y los que lo ejerzan serán honrados, respetados y amados como los primeros y más preciosos ciudadanos de la República”.
Al director de una escuela, por el hecho de sacrificar su reposo y su libertad para formarle ciudadanos al Estado, Bolívar no duda en concederle el título de “benemérito de la Patria”, siendo merecedor, por tanto, de “la veneración del Pueblo y el aprecio del Gobierno”.

III

Caracas está lejos de ser ya la “pastoril y recoleta” de 1800
Junto con el clarear de un nuevo siglo, toma impulso un proceso revolucionario inspirado en la doctrina del más grande de sus hijos.
El ideario de Bolívar unta e infla la palabra del Presidente.
La República Bolivariana de Venezuela se ha dado una Constitución Bolivariana.
El ciudadano alcanza así un papel “protagónico”.
Ese ambiente fue el que saturó a la capital la mañana del viernes 19 de este mes.
El cable de una agencia noticiosa internacional aseguró que era la más numerosa manifestación popular de protesta frente al actual gobierno.
En verdad fue una jornada pacífica, comedida. Ningún exceso la empañó. Era desarrollada, mediante el cívico despliegue de pancartas y la entonación de coros, por parte de centenares de padres, maestros, directores de colegios y representantes de la sociedad civil.
Directores y maestros no estaban aglomerados allí en demanda de las retardadas “honras” y “consideraciones” que ordenara el Libertador. La revolución bolivariana sabrá recordarlas. Los educadores defendían el recurso de nulidad del decreto 1.011 y pretendían, además, poner en manos del presidente de la Asamblea Nacional un proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Educación.
Pero no fueron recibidos. Tampoco hubo el más leve asomo de ofrecer disculpas.
El ministro de Educación –¡de Educación!– adelantó de una vez cuál ha de ser el veredicto del muy autónomo Tribunal Supremo de Justicia. La “dama ciega”, al parecer, responde a sus guiños.
El presidente Chávez, además, declaró ilegítimas las 50.000 firmas avaladoras de la petición.
Aquel acto, según él, no fue más que una insignificante y ridícula “marchita”.
Los llamó “fariseos”. “¡Una vez más ha saltado la serpiente!”, bramó.
Dos días más tarde, en la aparatosa formalidad de su programa de radio, el Presidente anunció el advenimiento de la “revolución cultural”. ¿No importa que se llame como la de la tristemente célebre “Banda de los Cuatro”, en la China de Mao?
Los directores de casi todos los 36 entes culturales tutelados y adscritos al CONAC, se enteraron en colectivo de su desconsiderado e insultante despido cuando oían la alusión a sus nombres y cargos, expuestos públicamente en los postes de la irritante perorata radial, como si se tratara de un puñado de lacras despreciables sorprendidas en la perversión y la infamia.
Los 29 años al frente del museo que fundara, el Maccsi –sin igual en Latinoamérica–, colocaron una pertinaz lágrima en la voz de Sofía Imber.
En el mismo salvaje cadalso rodaron en conjunto las erguidas e insignes cabezas de José Ramón Medina, Alexis Márquez Rodríguez, Clementina Vaamonde, Oscar Sambrano Urdaneta.
¡Elitescos! ¿Acaso han llevado las obras de Van Gogh, Picasso y Botero a los cerros? ¡Profanadores del “moral y luces”!
El Jefe de Estado voceó ante la nación que se trataba de “príncipes, reyes y herederos adueñados de instalaciones del Estado”.
Para los efectos de la historia, esta fue, sin quitar ni poner una coma, la reflexiva notificación que hiciera al país:
“Quiero anunciar lo siguiente: cambio no sólo en el bullpen... En la lomita, en el center field, en el right field, en primera base, etcétera”.
Ni una sola palabra de reconocimiento. Al parecer un civilizado y escueto “gracias” era demasiado esperar.
¿Acaso el resguardo del honor y del buen nombre es derecho exclusivo del mundo militar?

IV

El abogado Pablo Aure, amenazado con un juicio a causa de un artículo de prensa, durmió en una celda, desnudo, en el piso.
La inteligencia militar juzgó maloliente el tema de su escrito.
Como le aconteciera en la novela a Gregorio Samsa, cuando Aure se despertó aquella mañana después de un sueño intranquilo, se encontró “convertido en un monstruoso insecto”.
Su residencia en Valencia fue allanada. Porque oficialmente había dejado de ser hogar. Ahora era apestosa cueva. La cueva del bicho.
Se lo llevaron esposado. Un tropel de funcionarios le incautó su computadora. La correspondencia privada del reo, “inviolable” sólo antes de que se produjera su degradante metamorfosis, fue leída en la TV.
Muchos han elegido dejar al país, es decir, escabullirse de sus escondites. No hay lugar seguro. Ellos han sentido cómo se agita encima del “duro caparazón de sus espaldas”, el amenazador bastón del Hermano Mayor, que todo lo ve, y todo lo puede.
–¡Fariseos!, ¡serpientes!, ¡traidores! –es lo que grita. Él escoge qué tipo de bicho será uno.
Los que no se van, sufren un cambio brusco, durante la noche o en pleno día.
Un sacerdote, si no adapta su fe, puede convertirse en diablo con sotana.
Un editor no plegado es un bicho manipulador de verdades.
Un maestro renuente a adoctrinar niños, es un corruptor indigno del título dado por Bolívar, de “ciudadano más precioso de la República”.
Todo empresario que tarde en apostar a ciegas al éxito económico del régimen, es incorregible oligarca. Pasa a ser bicho.
Eso sí, quien flaquee y se convierta, como Frijolito y un sector de AD, se regenera en el acto.
Ellos dejaron de ser repulsivos bichos y tienen derecho a posarse, debajo de la mesa de los señores.
Tuvieron mucha suerte. El PPT tendrá que seguir arrastrándose.
Al MAS le quedan pocos días de vida humana.
El proceso, en tanto, sigue su invicta marcha. La presidenta del canal televisivo del Estado, borrada ya de los libros fundacionales de la revolución, fue despedida por la funesta traición de negarse a poner la señal de la planta al servicio del MVR. Ahora es una bicha más.
No importa cuan lejos se esté del redil de la patria. La mano del proceso es larga. Un amanecer de estos, en Washington, la embajadora de Venezuela ante la OEA fue echada de la residencia oficial.
No hay distingos. La abogada de Chávez en Yare cayó en grave falta.
Los oportunos guardias le impidieron entrar a su oficina y usar su chequera. La patria ya no la necesita. Le cortaron el teléfono y el acceso a la internet, obra del demonio. Un “vejamen imperdonable” dice ella. Pero en su voz operó la mutación. Su voz es apenas un agudo silbido. El silbido de un bicho.
Es duro sufrir la metamorfosis. Querer hablar y emitir un chirrido delgado, extraño, apagado. Querer aguzar la vista y abarcar apenas espesa niebla. No poder controlar el espectáculo de la agitación de innumerables y escuálidas patas. Perder la autoestima. Sentir el acoso. La voz. El bastón.

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela