jueves, 5 de abril de 2007

Ordene, comandante, ordene




Venezuela es ahora un feo teatro del absurdo.
Día a día nos bombardean los mensajes y las situaciones más descabelladas, en tal dosis que ya ni estrés nos causan.
No hay conmoción alguna. Paulatinamente nos estamos acostumbrando, comenzamos a creer que podríamos convivir con el desastre y ésa, ahora, es una de nuestras principales tragedias. O, al menos, la señal de que algún mal tejido se está formando y volviendo oscuro dentro de nuestro cuerpo social.
Porque cuando se pierde la capacidad de asombro, cuando presenciamos hechos monstruosos y apenas nos encogemos de hombros, eso lo que significa es que poco queda del pudor en nuestros espíritus. Algo de la condición humana nos ha abandonado, ojalá en forma pasajera. Estamos dejando de ser humildes, ingenuos, inocentes. ¡Qué tristeza da eso, ciertamente!
Por ese camino cada día nos volvemos más fatalistas e insensibles. Nos debatimos en torno a la terca idea de que es poco cuanto podemos hacer para librarnos de nuestros males. Así, nos tornamos impotentes. El ansia de luchar hasta vencer se esteriliza. Con la autoestima por los suelos vamos por allí, creyendo que estamos parados frente a lo inevitable.
¿Podríamos llegar a admirar, todos, a quien nos secuestra, conforme al célebre Síndrome de Estocolmo, que evoca el caso del robo a un banco en Suecia, hecho en el cual las víctimas defendieron a sus captores, aún días después de que acabara el drama del secuestro? ¿Seremos de ese tipo de prisioneros que ayuda a sus verdugos a lograr su propósito y hasta a huir de la policía?
¿Acaso estamos dispuestos a cometer semejante acto de insensibilidad, y ver que el país acaba de hundirse en un tremedal de insensateces oficiales, de insolente irrespeto a la vida, de monstruosa corrupción, de mentiras, cinismos y vicios, sin hacer lo que deba hacerse, tan sólo porque quizá no valga de nada?
Una buena y muy querida amiga se enfrentó, hace poco, a una visión que aún la sacude.
Celebré, en primer término, que su perturbación revelara que aún conserva intactos sus reflejos ciudadanos. Dentro de mí, un hálito de orgullo brotó como una suave y dulce exhalación. Ella sigue siendo sensible, solidaria. Es persona.
Cuenta que el sábado 16 de septiembre, de este año, iba en su vehículo por la avenida Vargas, de Barquisimeto. Eran como las 12:00 del mediodía.
Pensaba en algún compromiso rutinario que la llevaba hasta el centro de la ciudad, cuando de repente se enfrentó a una imagen que se salía del marco de la común.
Más allá de la silueta de los transeúntes habituales y de las fachadas de las casas y negocios, y del ronronear de los autos de ocasión, sobre la acera Oeste de la transitada arteria, justo en el cruce con la avenida Venezuela, caminaba un funcionario de la Guardia Nacional.
“Era un sargento”, me advierte, sólo para remachar los detalles de su historia.
El uniformado se desplazaba junto a una niña, ¿su hija, acaso?, de unos ocho o nueve años, con traje camuflado, botas y boina roja que a ratos se quitaba, por los efectos del calor, a esa hora sofocante.
“¿Qué es lo que la niña lleva en sus manos?”, mi amiga no podía creerlo.
¡Era una ametralladora!
Septiembre está muy lejos del Carnaval, rememoraba la mujer, impactada.
“No era de juguete. Pesaba lo que imagino debe pesar esa arma. Y aún siendo de juguete, no deja de ser algo reprochable”, me decía aún antes de enviarme las fotografías por el correo electrónico.
“Yo los seguí más de media hora. En algún momento el hombre estuvo a punto de descubrir que les tomaba fotos, aún cuando manipulaba el volante. Hubieses visto la cara de aquel hombre. Era la de la prepotencia personificada. Sus miradas despedían arrogancia, superioridad. Impunidad. Incluso, él pasaba de una acera a la del otro lado de la avenida, y entraba a negocios sin comprar nada. Quería que todo el mundo presenciara su hazaña”.
¿Qué lejos está esa grotesca escena del sentido que tienen los grafitis pintados en las paredes de la ciudad, sobre todo en lugares cercanos a instituciones educativas y deportivas?: “Estudio, trabajo y fusil”, dicen. Es la diabólica consigna de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba.
Ocurre que los niños de la “isla de la felicidad” comienzan a leer, en el primer grado, con un libro que en su página 56 enseña que la “F” es una letra con la cual se escribe el nombre Felito y también la palabra fusil.
“Felito afila el mocha (machete corto). Pone el fusil al lado del machete”, recitan los escolares, con el texto “¡A leer!” en sus manos.
Y no se trata solamente de consignas para la evocación poética ni de simples cánticos.
Rolando Alfonso Borges, director del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista Cubano, no se guardó las apariencias cuando proclamó esta perla:
“La primera línea del trabajo político-ideológico con los niños es la escuela, y los primeros soldados son los maestros y el resto del personal educativo. Tenemos que poner nuestros corazones en el trabajo político-ideológico y debemos hacerlo en forma sistemática, en la que cada sección del sistema educativo tenga sus responsabilidades concretas".
¿Alguna diferencia con lo que está restregándonos en la cara ese excelso maestro que es Aristóbulo Istúriz?: “Sí estamos adoctrinando a los niños, ¿y qué?”, preguntará él, provocador y zumbón.
También aquí, como lo hizo Fidel en Cuba hace décadas, se está declarando a Venezuela “territorio libre de analfabetismo”. Arreglando las estadísticas, claro.
Quizá la ONU y la UNICEF lo confirmen, pero, ¿de qué sirve enseñar a leer si únicamente se permite la basura doctrinaria que elimina la conciencia crítica y hace del nuevo hombre un esclavo en serie, un ser incapaz de valorar la libertad, la vida, siendo en cambio adiestrado para que actúe con sumisión perruna frente al dueño de todos los fusiles? “Felito pone el fusil al lado del machete”. El siguiente paso es: “¡Ordene, comandante, ordene!”
Ese “nuevo republicano” del cual habla la revolución, no busca, conforme a la acuciante angustia de Simón Rodríguez, formar al republicano que, lograda ya la Independencia, necesitaba la naciente república, tan llena de los riesgos que entraña todo sistema de libertades. No. Lo que aquí, en el fondo, se quiere, es arrebatarle a los padres, bajo toda una gama de subterfugios, o engaños, la patria potestad de sus hijos. El Estado sustituirá entonces a la familia y les inculcará a los escolares sus propios valores y principios. Es decir, sus dogmas y reglas. Todo en el entendido de que el gobierno actual seguirá siendo gobierno “hasta el día de la mamá de Tarzán”.
Fidel Castro Ruz, cuya muerte no deseamos pero esperamos, definió el primero de mayo de 1960, en discurso pronunciado en la Plaza de la Revolución, lo que él entiende por democracia. De más está decir que ese mismo criterio aplica para quienes de este lado le veneran con enfermizo recogimiento. Decía el ahora moribundo, y repetirán pronto por aquí, si lo permitimos: “¡Democracia es ésta que les entrega un fusil a los campesinos, y les entrega un fusil a los obreros, y les entrega un fusil a los estudiantes, y les entrega un fusil a las mujeres, y les entrega un fusil a los negros, y les entrega un fusil a los pobres y le entrega un fusil a cuanto ciudadano esté dispuesto a defender una causa justa!”
Ahora, ¿qué es lo “justo” para el gobierno? Yo voy por las calles y percibo que la gente no es como este gobierno.
La gente común me parece sencilla, noble, y el gobierno es complejo, enmarañado, oscuro.
La gente con la cual me encuentro por todas partes tiene sentido del humor, es altruista, solidaria, y el gobierno sólo sabe rabiar, y amenazar.
La gente aquí trabaja duro. El gobierno sólo fantasea y dilapida.
El venezolano suele ser franco, abierto, y el gobierno es retorcido, molesto.
La gente aplaude con generosa profusión el talento de los escogidos. El gobierno ve en el brillo de la genialidad una repulsiva depravación individualista.
Incluso los más pobres procuran estar bien presentados, lucir dignos, y el gobierno exalta los instintos más miserables.
En una reciente graduación de médicos en la UCLA, por varios minutos me dediqué a observar, extasiado, los rostros de aquellos nuevos profesionales, y gocé escuchando la risa y el agradable bullicio de quien festeja el triunfo, la superación, personal y familiar, la coronación de una ansiada meta. En muchos de ellos se advertía con facilidad la extracción profundamente humilde. Aquel acto tan tradicional, y tan nuevo cada vez, de lanzar el birrete por los aires, ay, qué tierna agitación.
No pude evitar pensar que ese trozo de país allí presente marchaba en sentido contrario al credo y las ambiciones totalitarias de un régimen sin más héroes que el amo.
Ya el Colegio Jefferson, de Caracas, ha alzado su voz para protestar el recibo de dos videos que de acuerdo a las expresas instrucciones que han sido giradas deberán ser proyectados obligatoriamente en los colegios públicos y privados de todo el país.
Allí, en palabras de Istúriz y de una señora que ni siquiera tiene la decencia de identificarse, se dice que todo el sistema de educación que se conoce en el país debe ser desechado, demolido, por excluyente, individualista, oligarca. Nada del pasado merece rescatarse. La memoria histórica debe ser borrada, arrancada de raíz, so pena de ser declarados traidores a la patria. Lo que se ha aprendido en los textos que aún se aceptan es la vergüenza absoluta. La lista de próceres será corregida y actualizada. Nuevos días de fiesta nacional serán incorporados, el 4-F el primero de ellos. Los maestros serán comisarios. Brigadistas los estudiantes. Los nuevos himnos tendrán loas al Benefactor. La principal tarea será memorizar sus teorías, aplaudir sus desplantes. Uh, ah. Por más indisciplinado o desaplicado que sea, ningún alumno podrá ser reprendido ni aplazado. No habrá prueba de aptitud para el ingreso. La Sociedad de Padres y Representantes queda sin efecto. El director de la escuela no tendrá ninguna atribución. Democracia será palabreja prohibida. Pluralidad, eso jamás volverá a oírse, ni a practicarse. Hasta se condena en esos videos a los “Cuadros de Honor”, que en las carteleras de los institutos educativos tanto emocionan y estimulan la contracción al estudio, el esfuerzo, la disciplina, la excelencia. ¿Honor? ¡Basura!
Página 56 del libro ¡A leer!: “Felito pone el fusil al lado del machete”. ¡Ordene, comandante, ordene!

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela