jueves, 5 de abril de 2007

La caja de Pandora



Es extraña la ligereza
con que los malvados
creen que todo les saldrá bien
Víctor Hugo

(Al Dr. Joel Suárez,
hurón de los saberes,
alma rebosada de nobleza, dedico)

Sólo la cuña con la cual el Consejo Nacional Electoral encadena cada hora la radio y la televisión, nos recuerda que este domingo habrá elecciones en el país. Aunque, para ser más precisos –e informar verazmente–, lo único que el CNE está anunciándole a los venezolanos es que el domingo 31 de octubre los centros electorales abrirán sus puertas. Ese día podremos observar a efectivos militares comprometidos con el proceso, en actitud vigilante alrededor de centros de votación controlados por miembros y testigos afectos al régimen, y donde previamente han instalado unas costosas y teledirigidas maquinitas tragavotos, compradas, añádase, ilegalmente, con sobreprecio y sin licitación. Eso nada más es lo que promete el árbitro. Porque una elección, lo que se dice una elección democrática, eso es otra cosa.
“Votar es muy fácil”, machaca hasta el fastidio la propaganda del CNE. Aparte de revelar una pobrísima creatividad –¿qué se podía esperar de un organismo presidido por una sombría nulidad engreída como Carrasquero?–, esa retorcida y chocante promoción no logra sino acrecentar las profusas sospechas. Cada vez que transmiten la monotemática frase me parece oír de fondo la cínica risita del psiquiatra perturbado. Adivino su depravada burla tras los bastidores de ese peregrino eslogan con el que cada sesenta minutos se encargan de martillarnos la conciencia los intemperantes y prósperos tutores de la componenda electoral.
¿Fácil votar? En primer lugar, ¿acaso se corresponde ese manido mensaje con la traumática y desoladora experiencia del referendo?, y, un poco más atrás, ¿qué tan fácil fue expresarse durante los pavorosos vía crucis del Firmazo y del Reafirmazo? ¿Es la supuesta “facilidad” al emitir el voto, la característica que debía ser resaltada o garantizada justo tras un escándalo de fraude tan reciente como innegable, descomunal y sabido?
El principal lamento ciudadano en materia comicial no es el de que votar aquí sea algo “difícil”. Plantearlo así es un simplismo interesado y ridículo. Es negar con cargada felonía una explicación de fondo. Es huir del escrutinio que gente honesta se habría sentido obligada a propiciar para salvaguardar sus nombres y honras. Es actuar con desvergonzada insinceridad. Es, en fin de cuentas, montar un engaño sobre otro, y si algo revela ese solapamiento falsario e impune es que no hay ningún propósito de enmienda en la mente de los responsables de tan imperdonable atentado contra la fe pública.
Yo vi personalmente y por la televisión a cientos de personas que pese a la edad, a estar enfermas, y aún en sillas de ruedas y hasta en camillas, llegaban o eran transportadas sonrientes e iluminadas el día del revocatorio presidencial a los centros de votación, y luego de marcar el Sí (al menos eso creían ellos), salían mostrando sus meñiques entintados en señal de triunfante orgullo, en medio de los aplausos, los vítores y la conmovedora algarabía colectiva de quienes llevaban más de diez y doce horas en inmóviles e inciertas colas.
Vi y hablé con decenas de jóvenes que, ilusionados, vencían su natural aversión a la política y a los partidos, para participar por vez primera y transidos de expectante emoción, en una jornada en la que sentían el íntimo júbilo de estrenarse como ciudadanos, como dueños de una partecita del destino de la nación, impulsados por el sueño de formar parte de una decisión que contra viento y marea ese inusual y promisorio domingo millones de voluntades estaban dispuestas a proclamar, y a defender. No hubo hastío. No importó el puntual efecto del cansancio, ni la incertidumbre, ni el sol, ni la lluvia. Ni la ventaja que el CNE arrimaba a un gobierno detestado. Ni la persecución. Ni la feroz amenaza oficial con despidos y violencia.
No, no, el problema no es la molestia, el agobio de un trámite. Qué va. El verdadero drama radica, vendidos árbitros, en que uno vota y no sabe por quién lo hizo. No es cuestión de mera dificultad, ni de incomodidades, sino de una gran y patética desconfianza, una y mil veces justificada. El miedo no es a enfrentar un obstáculo por alguna negligencia o descuido comprensible, sino, vea usted, a sufrir, otra vez, un engaño, una estafa implacable, una criminal conjura sin rastros, un planeado escamoteo del dictamen popular expresado a ciegas. Y eso, la suma de todo eso, está muy lejos de representar un temor infundado.
¿No era, por tanto, más trascendente y elemental disipar las dudas no sólo mediante la propaganda del CNE, sino también con hechos y correctivos concretos, y con garantías inequívocas, y referirle sin vaguedades al país lo que haya sido previsto en aras de la imperiosa transparencia, palabra que a lo largo de este azaroso proceso el académico Carrasquero jamás aprendió a pronunciar, y menos aún a ejercitar? Todo pareciera indicar que la dificultad a la hora de decir transparencia nace en lo más hondo de su mediocre torpeza para digerir intelectualmente ese atributo de la moralidad. Bruto y marrullero pero habilidoso resultó el mostrenco, porque con solemnidad le “prohibieron equivocarse” y por encima de sus ostensibles limitaciones él entendió lo que ciertamente significaba esa insinuación: jamás mosquearse ni corcovear en presencia del amo transitorio del poder.
Tomamos prestadas palabras recién escritas por José Saramago acerca de George W. Bush, para decir, presente el retrato hablado del bellaco que entre nosotros habrá de ser premiado con una magistratura, que “él sabe que miente, sabe que nosotros sabemos que está mintiendo, pero, por pertenecer a la tipología de comportamiento del mentiroso compulsivo, seguirá mintiendo aunque tenga delante de los ojos la más desnuda de las verdades, repetirá la mentira incluso después de que la verdad le haya estallado ante su rostro”.
¿Cómo, entonces, no va a ser “fácil” votar? (Oigan como ríe impúdico el psiquiatra perturbado). Claro que es fácil, si ni siquiera hace falta que uno vaya. ¡Otros lo hacen por nosotros!, por cuenta del gobierno y a título de hordas mercenarias usurpadoras de la expresión pública y del “admirable civismo” que satíricamente halagan. Bandoleros legalizados al servicio de un régimen cebado en la trampa, el chantaje y el negociado inconfesable, y que cada vez guarda menos las apariencias y ya ni se molesta en envolver todos los ascos y las aberraciones de su vasta y cruda vocación despótica. Esta vez, aparte de las máquinas de Smartmatic comprobadamente bidireccionales, envenenadas, intervenidas a control remoto, se ha completado un ejército –o misión trashumante– de casi dos millones de personas, en su mayoría extranjeros nacionalizados a tal fin, quienes podrán desplazarse en autobuses oficiales con un morral de cédulas y ocultos a modo de pasamontañas tras diversas identidades. Brincarán los saltamontes con boina de un municipio a otro, y de un estado a otro, pues, gracioso privilegio acordado por la trampa exprés, en el Registro Electoral no tienen asentado ningún domicilio. Nómadas del chanchullo declarado, no viven legalmente en ninguna parte y poseen expresa licencia para embaucar y saltear donde les plazca, en el nombre del gran señor de todos los delirios.
Nunca antes había quedado de manifiesto un desprecio de tal grosor a la verdad y un insulto tan inclemente a la inteligencia nacional, como cuando Jorge Rodríguez expresó –vomitó, mejor– que a pesar de que el programa de Smartmatic permitía la transmisión de datos en las máquinas en ambos sentidos, ello fue modificado “en forma obligada dos días antes del proceso revocatorio, a fin de evitar la suspicacia entre los actores políticos”. (¿A quién le consta eso? Y, ¿desde cuándo a ellos les han mortificado las suspicacias, como no sean las que drenan por las cañerías y los camuflajes de Miraflores?) También arguyó el mismo hombre-CNE que no revestían ninguna importancia las cajas con boletas electorales encontradas dispersas en algunos basureros y montes, en momentos en que la oposición exigía auditorías, pues sólo se trataba de “material reusable”. Con similar desparpajo atribuyó a la existencia de “votantes rezagados” la nada desestimable diferencia existente entre los 14 millones de venezolanos inscritos en el REP y los 16 millones con efectivo derecho a voto.
Psiquiatra y todo lo traicionó estrepitosamente el subconsciente el día en que al anunciar los fraudulentos resultados del revocatorio y poco antes de irse a celebrar a Miraflores, habló de la fiesta democrática que se estaba “perpetrando” en el país.
Habló bien. Dijo lo justo esta vez. Perpetrar (cometer, consumar un delito o culpa grave, según el DRAE), ése y no otro era el término adecuado para describir su aborrecible obra demoledora del cacareado derecho a la participación y de la institución del voto, fundamental en toda democracia que trascienda más allá de las frases, las alegorías y las etiquetas, y sin la cual no hay gobierno legítimo, digno de ser reconocido y acatado.
Y perpetrar, es ésa, también, la definición exacta de lo que se pretende reeditar el domingo, dentro de apenas unas cuantas horas, cuando incluso hasta los Mercal del desaforado y corrupto clientelismo oficialista operarán como centros de votación autorizados por el CNE. Total, dirán, se trata de un comercio más, de una transacción más, como cualquiera. Contar votos o huacales, emitir papeletas o facturas, hablar de electores o de clientes, ¿qué diferencia hay?
Así, aún más “fácil” que votar como pregonan los rectores, será pronosticar los resultados del simulacro final pendiente, el cual cuenta con el miserable y turbio concurso de una oposición que ha procedido con perverso y cómplice desgano frente a la urgencia histórica de armar un mínimo margen de cohesión y unidad, capaz de inspirar en los votantes al menos la piadosa intención de brindarles una solidaridad moral, una adhesión simbólica.
¿Qué otro calificativo podría asignarse a mañas y escenas como una que vimos estupefactos por la televisión, cuando William Ojeda (del partido Un solo pueblo) quiso protestar con la renuncia a su candidatura, bien posicionada por lo demás, a la alcaldía del municipio Sucre, y enseguida apareció en las pantallas Carlos Ocariz (Primero Justicia), sólo para anticipar alborozado que esa dimisión “sellaba” su triunfo?
(Tengo, por cierto, la corazonada de que el CNE ha recibido la instrucción de perdonar a Capriles Radonski, el único preso político indultado de hecho por el régimen. Le lavaron de improviso y en medio del más insólito mutismo, el grueso expediente que le habían forjado, y pasaron a olvido la afrenta a la sacrosanta Cuba. ¿O es que sólo lo utilizan pues lo necesitaban en la calle para avivar el escarchado ambiente electoral en un municipio emblemático de la indócil clase media? Tengo asimismo el pálpito de que la condena a Enrique Mendoza está escrita, por la misma mano zurda).
No podría explicarlo, pero mucha gente, entre ellos quien escribe, ha arribado por último a la más firme convicción de que la salida de la tragedia que nos arrastra podría desencadenarse en el momento menos pensado, y con el detonador más inesperado. Quizá el silencio, cuando desde el estrado exigen aplausos y cuerpos que rellenen y hagan bulto, logre lo que no han provocado las grandes y ruidosas marchas. No significa rendirnos ni cifrar las esperanzas en el azar. Eso no. Apatía o sumisión tampoco. ¡Jamás! Ahora, lo cierto es que una abstención activa, militante, inconmovible, y el vacío en las gradas, nos librarán de reconocer o validar con nuestra participación la farsa a punto de ser consumada.
Sin observadores, ni votos, ni avales indeseados, el descrédito del régimen sobrevendrá como todo lo inevitable, implosión que se verá acelerada por la resistencia civil.
La jornada de la que menos esperamos, la de este domingo 31, quizá vea abrirse la caja de Pandora, a quien según la mitología griega Zeus hizo tan tonta, malvada y perezosa, como bella.
Los males que por órdenes de Prometeo ella debió mantener tapados en su caja (el Vicio, la Fatiga, la Pasión), se vieron liberados y además de lastimarla en todas las partes del cuerpo, atacaron con gran desastre a la raza de los mortales. Asimismo, las vilezas y fatalidades que el CNE debió conjurar y sujetar (la Mentira, la Violencia, el Terror), se derramarán y brotarán por los aires desde este domingo hasta infestar, cegar y destronar a los causantes de esta inmerecida tribulación.
Avisados como estamos, comenzaremos la resistencia por negarnos a hacer tonta comparsa en la simulación del domingo. Nos cuidaremos de no repetir nosotros la maldición de Pandora y Epimeteo, quienes, heridos por las calamidades escapadas de la caja, fueron persuadidos por una de ellas, justamente la Esperanza Engañosa, para promover un suicidio general.


Silencio

Octavio Paz

Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela