jueves, 5 de abril de 2007

Con nuestros hijos... ¡no se metan!

La escuela como “eslabón del poder popular local”

Ni más ni menos, entendámoslo de una buena vez, con la excusa de una “emergencia de la realidad”, en un momento dado esta democracia dejará de ser una democracia, en su forma y estructura. Primero habrá perdido el marco y las formalidades del sistema, como la ya extraviada representatividad; luego la esencia y su misma razón de ser. Esto explica por qué cada vez se acentúa el desprecio del actual gobierno hacia la progresiva ilegitimidad en la cual se enloda. Eso tendría que ocurrir, tarde o temprano. A marcha suave o forzada

I
Hace unas semanas le tocó a un amigo, médico para más señas.
Uno dice con toda naturalidad: “le tocó”, porque ser víctima del hampa es un temor que todos vamos arrastrando, por dondequiera que vayamos. Ningún lugar luce seguro, a ninguna hora. En cualquier instante alguno de nosotros puede ser el elegido de esta trágica ruleta.
El amigo citado dejó su camioneta frente a una panadería, a eso de las 7 de la noche. Entró y no tardaría más de cinco o diez minutos en regresar, cargando tres bolsas con panes, frutas y jugos en las manos.
Se dirigió hasta el vehículo, abrió la puerta y apenas se sentó vio surgir los rostros amenazadores de dos hombres, quienes le habían aguardado, agachados, en el asiento de atrás.
–¡El suiche...! –le gritó uno. “¡Sin cómicas, viejo!”, añadió con bestial urgencia. El otro encañonaba con una pistola a su hija de trece años, quien había preferido quedarse dentro de la camioneta, y, bajo amenaza, no tenía oportunidad ni la más mínima suma de fuerzas para huir o gritar.
El médico sudó gotas heladas, inmóvil. Quizá maldijo, para sus adentros. Pero no tardó en alargar una mano temblorosa, con el manojo de llaves convertidas en alegres campanillas en la punta de sus afilados dedos. Así quedó, de una pieza, durante segundos eternos, hasta ver que los hampones pretendían marcharse a toda prisa en la camioneta, con su hija adentro.
–¡Con mi hija no!, –dice él que gritó, poseído por un valor desesperado, por un pánico rabioso. Se atravesó en la vía, y, sin saber cómo, abrió la puerta de un tirón, forcejeó con los hombres. Eso, según las frías estadísticas, pudo haber sido lo último que alcanzara a hacer en vida. Mas, tuvo suerte: intercaló rugidos, chillidos y un desconocido repertorio de súplicas, hasta lograr, por fin, que aquellos sujetos en un destello de duda liberaran a su hija.
A todo quien al oírlo alaba su coraje, el médico responde:
–No fue coraje. ¡Fue el miedo!

II
¿Cómo decirlo sin ofender? El miedo y la ignorancia son las principales columnas en las que se ha apoyado, y sigue apoyándose, la deformidad del actual proceso político venezolano.
Y si algo tienen en común miedo e ignorancia, es lo imprevisible que resultan sus arrebatos. Habrá ocasión. Chávez mismo suele repetir que la frustración de su proyecto desataría el caos, la violencia. El panorama se aclarará, en el sentido de que las alarmas y nubarrones del presente se verán con mucha más nitidez.
Incluso, Norberto Ceresole, el calenturiento asesor argentino del presidente Hugo Chávez, habla de lo que él llama el “modelo venezolano o la posdemocracia”. Esto supone una etapa que paulatinamente dejará a un lado la senda democrática, cuando lo que la revolución ha prometido, se ve que sólo de la bocaza para afuera, es profundizarla, enderezarla, desterrar sus vicios. “Yo, dentro de este proceso, soy apenas una paja en el viento”, aludió cierta vez el Presidente.
Ni más ni menos quiere decir que, entendámoslo de una buena vez, con la excusa por delante de una “emergencia de la realidad”, en un momento dado esta democracia dejará de ser una democracia cabal, en su forma y estructura. Primero habrá perdido el marco y las formalidades del sistema, como la ya extraviada representatividad, el acceso al debate, a la protesta; luego, la esencia y su misma razón de ser, incluida la legalidad, el Estado de Derecho. Esto explica por qué cada vez se acentúa más el desprecio del actual gobierno hacia la progresiva ilegitimidad en que se enloda. Eso tendría que ocurrir, tarde o temprano. A marcha suave o forzada.
¿El problema con Chávez es que está mal asesorado? Eso creen los ilusos o condescendientes. Él sabe bien hacia dónde va. Está cuerdamente aferrado a sus locuras, eso sí. La abrupta ruptura con el mundo exterior es calculada, está lejos de ser un desliz, un accidente político, o diplomático. La globalización es el único enemigo para el cual el régimen no dispone de un escudo probado. Es su lado más débil. El mundo no se tragará sus delirios. Al propio tiempo que se procura inmunizar el proceso, se galvaniza a la masa alrededor de su héroe nacionalista, frente a una provocación externa que si no existe es preciso inventar. En tanto, se procede a derribar, y ya sin molestarse en cuidar apariencias, las estorbosas vallas en el camino: la influencia espiritual de la Iglesia, el escrutinio contralor de la prensa, la capacidad asociativa de partidos, gremios y sindicatos.
Ceresole recoge en sus textos la profecía. Es el Nostradamus del chavismo. Leer sus farragosas teorías es como ir recorriendo el guión de una película al mismo tiempo en que se proyecta en la pantalla. Sin ambages –cosa que se le agradece–, él postula un modelo en cuyo ejercicio “el poder debe permanecer concentrado, unificado y centralizado” en una sola persona física, no en una idea abstracta. Más propiamente, en un líder único. Un poder inapelable, sin contrapesos. En una palabra: absoluto. La ecuación caudillo-ejército-masa es la fórmula mágica. Sin más intermediarios.
Hacia allá vamos enfilados, a toda carrera. Las evidencias son, cada día que pasa, más reconocibles y alarmantes. Ahora estamos ubicados justo en la circunstancia en la que, al igual como le aconteciera al médico aludido al principio, advertimos, lastimándonos el cuello, el frío taladrante del arma, la amenaza de fuerzas y valores intrusos, distorsionados.
El peligro se hará patente cuando el asentamiento definitivo de este proceso pretendidamente revolucionario, obstruya, más adelante, toda posible salida de emergencia democrática. Sólo quedaría la opción sangrienta. El voto no interpretará la opinión de nadie. Cuando la estructura de la democracia sea demolida y pase a ser cosa del pasado, no será válido sorprendernos al ver cómo sus mecanismos de oxigenación y perfectibilidad habrán quedado taponados debajo de sus polvorientos y pesados escombros.
Hasta ahora, en el escenario nacional una minoría consciente, con algo o mucho qué perder –no sólo en el plano material–, se muestra presa del miedo, satanizada e impotente. Es el drama de la clase media. La voz de sus intelectuales, aunque vertida en un sostenido vendaval de artículos de prensa, es poco el efecto que logra. Del otro lado, una masa ebria de fanatismo –ignorancia, sea dicho, sin rodeos– ha aplaudido, una a una, la acción de la pala que se esmera en abrir la fosa de su propia libertad.
¿La reacción será la misma, cuando, conforme se está fraguando entre los bastidores oficiales, una inminente desgracia acordone a nuestros hijos, dentro de la escuela o colegio, a donde los llevamos cada mañana confiados en que en sus aulas se formarán para las virtudes ciudadanas, con el amor a la justicia, la paz, la libertad y la solidaridad, como las más preciadas entre ellas?
Sea por valor o al menos “por miedo”, como apuntaba el médico amigo, quizá será entonces cuando decidamos romper con la dejadez y arriesgar algo, o, maldición, arriesgarlo todo, y abalanzarnos contra quienes pretenden asaltar la conciencia de niños y jóvenes a fin de inculcarles sus doctrinas, para gritarles un desesperado:
–¡Con nuestros hijos no se metan!

III
Confieso que por encima de la devastadora crisis económica y social, es la intolerancia que sojuzga toda disidencia, y el adoctrinamiento de niños y jóvenes, lo que más detesto de regímenes como el cubano.
Nunca olvidaré la imagen televisada de aquella menorcita –¿de siete, ocho años?–, quien durante el conflicto por la suerte del balserito Elián González, en un acto público en La Habana dijo, leyendo un papel, que ahora tenía más razones para “odiar” a los Estados Unidos. La niña, presentada como viva muestra del éxito del sistema educativo de la isla, juró fidelidad, entre ensordecedores vítores, al “invicto comandante en jefe Fidel” y proclamó que, junto a los demás niños cubanos de su generación, no pretendía merecer otra gloria que la de... “vivir y morir como el Ché”. ¡Diablos!
De eso hace menos de un año, y, sin embargo, jamás supuse que semejante aberración dejaría de contemplarla como un episodio lejano, con el anchuroso coto del mar de por medio. Nunca esperé que un incoloro ministro Dávila, por ejemplo, diera muestra alguna de desperezar su desértico intelecto. Pero daba por sentado –y declaro mi lamentable torpeza– que alguien en el nuevo Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, se cohibiría. Alguien en ese despacho rector de la formación de los venezolanos del mañana, habría de recordar aquel juicio de Picón-Salas sobre la necesidad de proscribir esa especie de “borrachera épica” en que, de siempre, hemos embebido la historia. O la condena suya a esa “actitud de panteoneros en quienes el pasado no sigue, sino se congeló y se guarda como rito funerario”. Además, presentía fresco aún el llamado que formulara la Unesco hace escasos tres años –y atendido entre otras naciones por Polonia–, a producir el “desarme de la historia”, para acabar con “la cultura de la intolerancia”.
Pero no, al proceso que comenzó con el amago de textos oficiales cargados de xenofobia (repugnancia hacia el extranjero) y la exaltación del 4-F como fecha patriótica, además de un concurso estudiantil sobre la vida ejemplar del “guerrillero heroico” Ché Guevara, siguió, el año pasado, la implantación del carácter obligatorio de la instrucción premilitar, así como la suspensión, en Mérida, para golpear a su Obispo, de la educación de carácter religioso, aún con la inocultable atenuante de que al menos ésta asignatura, a diferencia de la uniformada y mandona, se imparte en forma voluntaria.
Luego, abstraído como estaba el país entre las cortinas del referendo sindical, en la más pura y acabada interpretación de esta exquisita democracia participativa, sorprende por igual a todos los involucrados en el hecho educativo, el Decreto 1.011 –unilateral e inconsulto–, publicado en Gaceta Oficial número 5.496 del 31 de octubre de este año que fenece, el cual reforma el Reglamento de Ejercicio de la Profesión Docente.
Se crea, a modo de una cuarta jerarquía en la escala profesional de los educadores, la figura de los “supervisores itinerantes nacionales”, suerte de policías intimidantes con potestad plena para espiar, entrometerse a su antojo e intervenir, discrecionalmente, tanto una escuela pública como un colegio privado, y destituir en el acto, por pe o por pa, “a todos o algunos de los miembros de sus cuerpos directivos”, sin instruir el expediente contemplado en el artículo 83 de la Ley Orgánica de Educación. Y sin siquiera verse obligado el funcionario a establecer las causales que justifiquen tan grave sanción, lo cual, es fácil imaginar, generará un ambiente de salvaje inestabilidad e indefensión en el gremio docente del país. ¡Al maestro, con cariño!
Esta sería apenas la diminuta punta del iceberg en la programada supresión de la libertad de empresa consagrada (a regañadientes, se sabía) en la Constitución Bolivariana, texto que ¿sabio lo llamó Chávez? en su tinta aún fresca –artículo 104– garantiza en nombre del Estado la “estabilidad en el ejercicio de la carrera docente”. Si eso es lo sabio, ¿no se deduce que la brutalidad distingue a ese alevoso plumazo que arrebata a los padres la responsabilidad de escoger libremente la educación que desean para sus hijos?
Ese supervisor-gendarme será nombrado, ¿lo adivinan?: ¡a dedo! por el ministro, con base en propuestas del viceministro para Asuntos Educativos, sin que medien los concursos de méritos y oposición. ¿Métodos puntofijistas? El único requerimiento será, más simpleza imposible: “ser o haber sido docente”. Alguien que alguna vez agarró una tiza, está calificado para ser supervisor. El reglamento actual, conforme a Ley no derogada, es más riguroso. Exige que el aspirante a supervisor de educación llene, entre otros requisitos, los de: estar activo con dedicación a tiempo integral o completo, ganar el concurso correspondiente, y ser, cuando menos, docente V. Esta categoría supone un mínimo de 16 años de experiencia.
Esto sigue. A la par que el Decreto 1.011 faculta al ministro de Educación, en forma arbitrariamente genérica e imprecisa, a “dictar” (en todo tipo de planteles) “las medidas administrativas que juzgue necesarias”, se promueve la reforma de la resolución 751, referente a las comunidades educativas, que deja a los directores de escuelas y colegios pintados en la pared. Se le concede poder a los vecinos, organizados en una clase de células parroquiales, para tomar decisiones en el manejo de escuelas y colegios privados –como, pongamos por caso, el costo de la matrícula y las mensualidades o el nombramiento del propio director–, sin importar para nada el detalle de si ellos tienen o no hijos cursando estudios allí.
Un papel de trabajo filtrado a los medios, advierte, con pasmosa claridad, que el objetivo fundamental de los cerebros educativos del país es: “la formación de una nueva cultura política que garantice la irreversibilidad del proceso revolucionario de la República Bolivariana de Venezuela”.
No sabría decir cómo se come eso. Lo que sí está claro es que huele, sabe y tiene todos los ingredientes de una infiltración militarista, peligrosa por su motivación ideologizante, así como odiosa y antidemocrática por su naturaleza obligatoria. Por si acaso sobrevivía algún asomo de duda, el Proyecto Educativo Nacional, preparado, otra vez, sin consulta, por el actual régimen, define a la escuela como el “eslabón del poder popular local”. ¿?
El general Jesús María García Ruiz, autor del programa de la instrucción premilitar forzosa, lo defendió en estos términos:
–El programa ayuda al joven civil a seguir una voz de mando.
¿Serán nuestros hijos los mismos, después de este secuestro colectivo?
Inmerso en tal angustia, esta mañana al montarme en el carro para llevar a Abraham al colegio, no pude evitar el ver surgir la imaginaria silueta amenazadora de dos hombres armados, hasta entonces agazapados en el asiento trasero. Uno de ellos, en la pesadilla-despierto, me gritaba con bestial urgencia:
–¡El suiche...! Y sin cómicas, viejo.

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela