lunes, 3 de septiembre de 2007

Larense, ¿estás ahí?

A la memoria de la doctora Mirla Quiñones y al Comité de Víctimas, dedico

Trataba, anoche, de recordar cuándo fue la última oportunidad en que los larenses reaccionaron ante una indeseada decisión oficial.
No se trata, aclaro de una vez, del rechazo que algún grupo produce, aisladamente, frente a una medida que considera lesiva, inconveniente.
Me refiero a una voz que se vuelve denso coro, a un malestar capaz de ser declarado, y gritado, hasta cobrar forma de agitación y hacer retroceder al poder. ¿Cuándo fue esa última vez que pudo registrarse la reprobación resuelta, en causa común abrazada por los más diversos sectores sociales?: pobres, clase media, ricos, jóvenes, viejos, hombres, mujeres. Escuálidos, rojitos. En Barquisimeto, Cabudare, Carora, Quíbor, El Tocuyo.
La respuesta, inequívoca, me llegó con el asombro que acompaña a un asalto, causándome además una gran desolación.
Fue cuando el gobernador anunció su propósito de firmar un decreto que prohibía el papel ahumado en los carros.
A ningún partido se le ocurrió reclamar esa bandera. Nadie asomó siquiera la posibilidad de convocar a una marcha hasta la gobernación o la defensoría del pueblo. Habían desaparecido ya, en absoluto silencio, los puestos dedicados a la instalación del apetecido plástico que, a precios de atraco, devuelve privacidad, y algo de seguridad, a quienes se desplazan por calles por donde no se puede decir que se transita, sino que se sale ileso. Usted va al centro de la ciudad alguna noche y, con suerte, al regresar a casa en lugar del caduco “ya llegué”, como se decía en tiempos de la cuarta república, puede informar con la solemnidad del caso a los suyos: salí ileso.
Pues bien, alguna mañana los vehículos, igual los nuevos como los que andan porque ven a los demás, comenzaron a exhibir en sus vidrios traseros la leyenda unánime: “NO a la prohibición del papel ahumado”. “¡Reacciona!”. “Dile NO al abuso. Papel o insurrección popular”. Algún chistoso, que nunca falta aún en medio de tragedias tan desconcertantes como esta, agregaría lapidario en su cuidado Volkswagen, para seguir la corriente de otras consignas: “Papel ahumado somos todos”.
El decreto fue engavetado. El Consejo Legislativo, que lo aguardaba con el compromiso de abrir un intenso debate en su línea de parlamentarismo de calle, lamentó no recibir la pieza inspiradora del estropeado tumulto. La Fiscalía preparaba su infaltable promesa de llegar hasta el mismísimo acto conclusivo. (Es decir, hasta el mismo punto de claridad y justicia que ha arrojado sobre los crímenes de Danilo Anderson y el padre Jorge Piñango). La autoridad, humillada, no soportó la incontrolada embestida de semejante indignación ciudadana. ¿Ustedes se imaginan la quijotesca escena de toda una población, fúrica, puesta de pie, en la valiente defensa de su innegociable derecho a ocultarse tras el papel ahumado de sus autos?
No es chiste. Enseriémonos. Ocurre que en el mes de agosto en Lara fallecieron 34 personas en forma violenta. Nos damos el vergonzoso lujo de poseer la cárcel con mayor criminalidad no del país, sino de Latinoamérica. Se acaba de registrar, en este estado, la primera muerte de un humano por rabia, en más de 25 años. Somos ahora mismo líderes en dengue hemorrágico, con 712 casos registrados. Se han vuelto nefasta rutina los accidentes de tránsito en los que se ven involucrados autobuses, verdaderas guillotinas colectivas. Y, diga usted, ¿qué autoridad se ha dado por enterada? El Teatro Juares, la principal sala de espectáculos culturales de la urbe, lleva más de cinco años cerrado, exhibiendo, eso sí, en su marmórea fachada tantas veces alterada, un inmenso cartel rojo con los rostros de quienes dicen gobernar. ¿No les parece un brutal contrasentido hacerle propaganda a la desidia, a la falta absoluta de identificación con la ciudad y sus valores? ¿Poner los colores de la revolución y los rostros de sus próceres, precisamente donde no hay sino ausencia total de una obra digna? La avenida 20 acusa los devastadores efectos de un bombardeo político y real: la ya inocultable rivalidad entre el gobernador y el alcalde, tan cerca y tan lejos a la vez. Una hostilidad que, como reza el slogan, “se siente”. Los trabajos del nuevo terminal de pasajeros, Simón Bolívar lo bautizaron, pareciera haber perdido con estrépito la misma batalla. El tramo ferroviario Barquisimeto-Puerto Cabello, que se le dio hace varios meses en contrato a una empresa china, ahora ha sido traspasado, con el retraso consiguiente, a otra empresa, casualmente cubana. Lara, según se ha anunciado oficialmente, ha sido escogida como modelo en el adoctrinamiento de los niños, con todo y su siniestro biberón. El Valle del Turbio afronta una severa amenaza. Aparte de la tala indiscriminada y las aguas negras que allí caen, ese pulmón está siendo convertido en nuestras narices, a esta misma hora, en un descomunal vertedero de escombros. ¿La Unexpo lleva cuánto tiempo tomada por una bien pertrechada camarilla afecta al oficialismo? La Juventud Revolucionaria en Marcha acaba de echar a punta de pistola a un grupo de maestras de la escuela de artes y oficios Bolivia Tovar. ¿A qué instancia pudieran acudir estas ciudadanas, y ser escuchadas al menos? Se cae por sí solo el peregrino argumento de que se trata de “espacios ociosos”, ¡en época de vacaciones! Como si usted notara mucha actividad en las oficinas públicas a lo largo del año, ahora cuando todavía se laboran ocho horas diarias.
Ninguno de esos casos, diversos y turbadores, ha motivado siquiera una leve pinta en alguna distraída acera de Barquisimeto. Ningún graffiti hace referencia a esas desgracias cotidianas, que, por puro pudor, debieran paralizarnos. Salga y fíjese usted que sólo están pintadas las frases que proclaman: “con Chávez todo, sin Chávez plomo”. Las noticias divulgadas por los medios de comunicación social se estrellan, día a día, ¡y qué decir de un fin de semana!, contra los gruesos muros de una indiferencia irritante, umbría, melancólica. Intolerable, asfixiante. ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué nos ha desmembrado como cuerpo social? Todos, sin distingos, hemos pasado por encima de esas amargas realidades, sustrayéndonos, esquivándolas, como hacemos cuando en la calle al caminar advertimos con maquinal repulsa el excremento de algún perro. Más importante era conservar, aquella vez, el papel ahumado en los vehículos. Es triste anotarlo, eso sí fue capaz de enardecernos, ameritó asumir la colectiva molestia de rayar los vidrios de los carros. ¿Por qué, entonces, adoptamos esta cobarde rigidez de estatuas y guardamos cómplice silencio, por ejemplo, frente a esa tribulación que llevó a la muerte, hace poco, a la ex jueza del municipio Jiménez, Mirla Quiñones?
Debió sufrir la monstruosidad del crimen, en la avenida Libertador, de su hijo Jacobo, un muchacho de 15 años que se desempeñaba como guardabosques, lo cual por sí solo dice mucho de su virtuosa formación, de sus aficiones, de su temprana sensibilidad. Ella acusó a funcionarios policiales y pudo probar que muchas de las evidencias del proceso habían sido adulteradas, para ocultar los claros rastros de una muerte a sangre fría. Intercambio de disparos, alegaron los funcionarios. Había sido una vulgar ejecución, repitió la madre hasta perder la voz, y el aliento, y de un solo golpe toda esperanza en que saldría a relucir la verdad, en el curso de una investigación tachonada de un sin fin de torceduras y depravaciones. Antes, ya a ella la habían extrañado del Poder Judicial. Luego una ensoberbecida prefecta quiso mostrar a los suyos el trofeo no sólo de su detención, a todas luces arbitraria, sino también los golpes y moretones que le fueran infligidos, junto a no pocos insultos, antes de lanzarla a las fauces transgresoras de una patrulla, como si se tratara de una peligrosa delincuente con riesgo inminente de evasión. ¿Su falta? Defender, como abogada que era, a unas humildes familias que habían invadido un terreno y deseaban formar una cooperativa. ¿Y desde cuando eso es delito, bajo estos tiempos de revolución? Ah, pero cuando la Juventud Revolucionaria en Marcha toma a la fuerza la escuela de artes y oficios, el gobernador abre la boca para decir: “Todo debe compartirse”.
La frágil humanidad de la doctora Quiñones no estaba hecha para soportar semejante sarta de salvajadas. Un accidente cerebrovascular (ACV) le sobrevino, a sus 45 años, cuando eran las 8:30 de la mañana de un domingo, unos días después de su ingreso en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Central Antonio María Pineda. Así le procuró la Providencia el descanso, el alivio que en vida no volvería a tener jamás.
Un hermano suyo, de nombre Miguel Ángel Quiñones, dio cuenta en declaraciones al periodista Reinaldo Gómez de cómo hasta lo último la adversidad le pisaba los talones. La doctora, que residía en el sector Sabana Grande, en la vía que conduce a Duaca, sintió unos fuertes dolores de cabeza y alta presión arterial, por lo que acudió a la medicatura de Tamaca. Allí, según el relato del hombre, “los médicos cubanos lo que hicieron fue prescribirle algunos analgésicos. No tuvieron ni siquiera la precaución de mandarle a hacer ni el más mínimo examen”.
¿Conservaremos esta rigidez de estatuas frente a la intención, ya oficializada, de arrasar con los vestigios de democracia, vale decir, de libertad, que aún están en pie?
Larense, ¿estás ahí? ¿Sientes algo? Ponte las manos en las sienes. ¿Percibes ese viscoso borbollón que es lenguaje de la sangre? ¿Nada tienes que decir? ¿Crees, en verdad, que ser pacíficos es sinónimo de sumisos? No se trata, de ningún modo, de asumir la violencia, sino, como exponía Gandhi con desgarro de moralidad, “no cooperar con el mal”.
Está en marcha una reforma constitucional con absoluto desprecio de la opinión de los venezolanos. En tres meses deberá ser aprobada, con la señal de costumbre, en este caso la de la obediencia ciega. Rápido, y sin quitarle una coma, ordenó quien se coloca, en la historia venezolana, del lado de los únicos tres gobernantes que han manipulado la Constitución con ese mismo propósito de perpetuidad: José Tadeo Monagas, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. ¡Qué compañía, qué elenco! Fidel Castro, quien en nombre de todos los cubanos escogió a su hermano Raúl para sucederle, ya traslúcido, apestoso a los azufres memoriales, trocado como le tocaba hace rato en tardío fantasma, supo, mucho antes que nosotros, de cada uno de los 33 artículos que nos cambiarán a nuestro país, a su sistema político, a la división de su territorio, porque, entre los embelesos y suspiros de un peregrinar constante a su lecho de muerte, su pupilo supo tomar esmerada nota de los enunciados, acompañando cada apunte desvelado con la babosa exclamación de que “Fidel nunca morirá”. ¿Qué clase de soberanía es ésta, que nos han traído como un enlatado prehistórico?
Detrás del inmoral caramelito de rebajar a seis horas la jornada laboral (¿harán una fiesta por eso tantos desempleados, los millones de informales, todos los que no dependen de un patrón?), está la propuesta usurpadora de implantar el socialismo, la impúdica ambición de alargar el período presidencial a siete años, como en ningún otro país de Latinoamérica, y aprobar la reelección continua (automática, blindada, previsible, a los ojos del CNE de Tibisay Lucena, ahora, y de Jorge Rodríguez, antes). Sólo el amo saldrá ganando. En un país arruinado, moral y económicamente, porque ningún chorro petrolero podrá cubrir tal despilfarro, será el rey con potestad para decretar regiones militares a su antojo, y colocar, ahora sí legalmente, sin que ninguna institución haga contrapeso, todos los poderes bajo su bota. ¡Todos!
En cambio nosotros no seremos dueños ni de nuestras casas. Vaya usted a saber cómo quedan los términos de la propiedad en una “economía socialista”. El artículo 115 de la reforma elimina lo establecido en la Constitución de 1999, en cuanto al “goce, disfrute y disposición de los bienes”. Todo podrá ser expropiado, desconocido, redistribuido. El artículo 113 borra la garantía, que ahora nos ampara, de “libertad de trabajo, empresa, comercio e industria”. También se tacha la obligación que reconoce actualmente el Estado, aunque no lo cumple, de promover la iniciativa privada y garantizar la justa distribución de la riqueza.
Pero lo más grave es que esa confiscación toca también nuestras conciencias. Una noche nos acostaremos en democracia, y cuando despertemos habremos vendido el alma.
Larense, ¿estás ahí?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Triste pero cierto, los larenses y todos los venezolanos debemos reaccionar. Aquí en Argentina se realizan protestas por cosas que quizás en Venezuela nadie se animaría a hacer, como marchas hasta la asamblea para que propongan una ley de higiene urbana para que la gente recoja los desperdicios de sus mascotas, es una ciudadanía que realmente es activa y participativa, no sumisa como hemos sido muchos venezolanos y aceptar que nos impongan miles de antojos, no leyes, del señor que se cree emperador de Venezuela. Excelente reportaje. ¡A despertar!

AJOM

Anónimo dijo...

El silencio en el blog refleja una de dos cosas ( o tal vez ambas ): el letargo que las palabras tratan de despertar, no sólo se refleja en el medio impreso, pues pensé que al menos en algunas cartas del lector de El Impulso, sus opiniones u autocríticas serían numerosas, sino que tambien en los medios electrónicos la apatía, la indiferencia, la falta de identidad nacional, del amor a la tierra que nos vio nacer y que nos permite realizarnos como seres humanos y como ciudadanos, y mas importante aún, la inmensa indiferencia por las necesidades y tribulaciones de nuestro prójimo hacen que seamos un pueblo pobre, ciego y mudo.

Lo otro y tal vez, peor que lo primero, es que seamos expectadores silenciosos de una historia, que nos pareciera ajena, pero que dia a dia nos golpea a la puerta, mientras evadimos enfrentarnos a ella: ni entre nuestros hijos, los pocos amigos, aquellos que a diario tropezmos en nuestro quehacer cotidiano, con nadie reflexionamos sobre nuestra triste realidad. Bien porque somos protagonistas de los beneficios directos o indirectos de la venezuela "socialista" o bien porque el temor a que alguno de nuestros familiariares cercanos se vea afectado por una postura incomoda, nos repliega a esconderlo como un secreto a luces que todo el mundo conoce y sabe que está alli pero nadie lo grita.

El silencio no nos hace inocentes ni nos libra de los atropellos que a diario un regimen nos impone: por el contrario nos hace complices al no denunciarlo.

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Les abro las puertas a mi blog. Agradezco sus comentarios, aportes, críticas. Por favor, evite el anonimato.

Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela