martes, 15 de enero de 2008

Los 37 años del MAS


Discurso
pronunciado por José Ángel Ocanto
en ocasión del 37º aniversario del partido
Movimiento al Socialismo (MAS).
Plaza Bolívar de Barquisimeto, 19 de enero de 2008


Sirvan las primeras líneas de esta intervención para una necesaria aclaratoria.
En tiempos en que la palabra “injerencia” asume un sentido y una carga tan perversa, cuando “mediar” se convierte, por fuerza de la más felona complicidad, en una intrusión agraviante, que busca dotar de aureolas y estatus a milicias que secuestran, torturan, enmudecen y exterminan, a cientos, del otro lado de la frontera, y sobre este suelo mismo; en tiempos tan adulterinos como estos, digo, muy lejos de mi propósito la intención de tomar la excusa de esta invitación a hablar, en el aniversario del Movimiento al Socialismo (MAS), como una licencia para entrometerme en sus asuntos, en su historia, en su vida, así como tampoco en los asuntos, en la historia y en la vida de quienes en este partido conviven.
Se trata, lo confieso de entrada, de una aclaratoria, al punto, retórica. Un palabreo, nomás, excúsenme. Porque ni soy yo, Dios me guarde, el “mediador” aquél, capaz de trastornar cuanto manosea, y de alentar los más impensados demonios en cuanto ámbito penetra, ni ustedes, amigos todos, están aquí, ni podrían estar jamás, bajo las órdenes de Pedro Antonio Marín Marín, siniestro personaje que suele llevar una toalla al hombro, el guerrillero más viejo del mundo. Ése criminal espantajo quien se hace llamar Marulanda, y pugna por filtrarse, por sobre alfombra roja, entre las figuras de Zamora y el Che Guevara, en esta enmarañada iconografía patria, ya a punto de ser explotada por Hollywood, en la cual cohabitan lo mismo “derechos que traidores”, como dice el tango, héroes y medrosos, invictos y menguados, quijotes y serviles, genios y fanfarrones, semidioses y mañosos. Ahora, ¿qué otro elenco pudiera esperarse, siendo como es obra, semejante muestra, de tan turbio curador?
Segunda aclaratoria, ésta, sí, fundamental, enlazada, quizá, a una infidencia. No transgrediré, o, me cuidaré, al menos, de no transgredir la amable insinuación-orden impartida por Macario. Vencido, siempre, por su proverbial cordialidad, el jefe sempiterno del MAS local me sugirió, primero, que esperaba leer mi discurso con prudente antelación. Luego, sin duda consciente de que este campanero buscaría las maneras de burlar su prescripción censora, tuvo la gentileza de cambiar la pauta por un textual: “Métete todo lo que quieras con los partidos, pero al menos déjalos con vida”.
Creo, ciertamente, en los partidos, puestos a compartir espacios, cada vez más, con movimientos sociales de innegable penetración e influencia, y, cómo ignorarlo, con los medios de comunicación social, constreñidos por vacíos, y emergencias históricas, o, más bien, ahistóricas, a derivar en protagonismos inoportunos, postizos.
En democracia los partidos son elementales, como expresión del cuerpo social, como recipientes de una cultura. Los partidos son indispensables en lo concerniente a la propia legitimación de la democracia. Un líder de partido al asumir responsabilidades públicas tendrá más valores que cuidar y más fiadores a honrar, que un falso Mesías dado a sonar las trompetas para anunciar el dudoso milagro de desaparecer los panes y los peces, y postrar al país en una sucesión de Lázaros y de leprosos, segregados a la cárcel, al exilio o a la persecución judicial, en razón de su inadaptación al régimen, a los designios de la voz única y tornadiza del amo.
La calidad, vigencia y arraigo de los partidos, es el mejor instrumento, al menos el más visible, a la hora de calibrar la salud del sistema de gobierno imperante. La promoción de las virtudes democráticas encuentra terreno fértil en las organizaciones partidistas, so pena de trocarse en cuerpos fosilizados, en cascarones vacíos plagados de corredores fantasmales; en suma, como tanto se ha criticado, en meras máquinas para ganar elecciones. (Y a veces, ni para eso).
El fermento de las ideas es tarea de partidos, así como la improrrogable incubación de los liderazgos generacionales, cuya mora ha amenazado con dejarnos sin aliento en las últimas décadas. Un partido tendrá validez en la misma medida en que encarne con autenticidad los más sentidos intereses sociales, cuando el común de la gente lo identifique con sus dramas, con sus esperanzas, con sus temores y fortalezas.
Tiene mucho que decir en todo esto el hecho de que los primeros partidos de masas tuvieran un perfil obrero. Y, además, que, en lo tocante a Venezuela, reputados historiadores hayan ubicado el surgimiento del maniobrar partidista en la irrupción de la Sociedad Patriótica, la organización revolucionaria que presionó al Congreso Constituyente de 1811, a los fines de que procediera a declarar, sin más dilación, la Independencia. Quedó registrado que fue justamente en el seno de aquella Sociedad Patriótica donde Simón Bolívar habría de pronunciar su primer discurso político, la noche del 3 de julio de ese año germinal.
Se especulaba que en la práctica operaban en Caracas dos Congresos y que la Sociedad Patriótica pugnaba por suplantar al institucional. Las palabras del futuro Libertador buscaban desmentirlo, posiblemente para salvar las formas que pudieran estropear el fondo de un objetivo superior. Desde entonces hay un término, un concepto, que aparecerá, una y otra vez, en el firmamento político venezolano, con mayor ímpetu ahora, más apaciguado y sordo después, pero invariable en su intención, demoledora o creadora de nuevos espacios, según la óptica del observador.
Ese concepto, ese valor político al cual hago referencia, es el de la ruptura. Creo que si excluyéramos esta palabra del léxico político, sería absolutamente imposible analizar a cabalidad a la Venezuela que desde 1811 se debatía ya en insondables facciones y personalismos, hasta decretar una áspera división entre godos y patriotas. La Guerra de Independencia no es sino una guerra civil, que nos desangra y empobrece. Un movimiento separatista, La Cosiata, dio al traste con la Gran Colombia. La patria rompía así con el padre, y, por cierto, en aras de conjurar el peligro latente de que avanzara el desgarramiento social, una de las resoluciones de Bolívar, en 1826, fue la de ratificar a Páez, el artífice de aquella grave agitación, como jefe Civil y Militar, y, además, otorgar una amnistía general, esparcida sin los rencores que retratan al espíritu mezquino; al embaucador que, aún aclamándose bolivariano, ha decidido salir en campaña, hacia otras naciones, con dineros malversados como espada, y sólo para pactar, en las sombras y clandestinidades de la selva, con quien sojuzga y aplasta la libertad y demás sagrados derechos de sus víctimas, reducidas a la inhumana condición de piezas para un canje.
Las rupturas prosiguen, en intacta línea y gradación. Partidarios de los dos hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio, se enfrentaron con abrupta hostilidad. Cuando Juan Vicente Gómez desbanca del poder a Cipriano Castro, a principios del tardío siglo XX venezolano, rompe un símbolo sacramental de lealtad: el compadrazgo que los unía.
Ruptura, incluso, se llamó un partido efímero. De un rompimiento con el Partido Comunista de Venezuela, brotaría el Movimiento al Socialismo, hace hoy exactamente 37 años.
Alfredo Maneiro, que rompe con el PCV para irse tras la huella de los fundadores del MAS, y al poco tiempo rompe con el MAS para fundar la Causa R, se quejaba, allá por los años ‘70, de que mientras Acción Democrática, en su decir, exhibía una enorme habilidad para “ablandar” y “asimilar” adversarios, las organizaciones de origen comunista no sabían sino “triturar” al disidente.
De tal suerte que de aquel rojo vientre germinarían partidos con una innata tendencia a la fragmentación, al verticalismo. Pedro Duno llegaría a advertir, en su intuitivo análisis sobre este proceso, que si bien en el MAS se da una renovación teórica, hay, asimismo, “una tendencia al teoricismo”, es más, “un exceso de teoricismo”.
Muchos partidos surcarían los cielos como estrellas fugaces. Las divisiones y subdivisiones, serán siempre expediente al alcance de la mano, como vía de escape ante los ahogos del sectarismo, del dogma, del desgaste y los dilemas históricos. No hay, por tanto, empresa más cuesta arriba que la de clarificar el linaje de los partidos, y el ADN de sus huestes. Contadas veces el factor ideológico determinará una escisión. La constante será una febril dinámica de entrecruzamiento, marcada por un pragmatismo alucinante. Allí está, a nuestro juicio, la razón desnuda de la condición desértica de nuestros actuales partidos, entretenidos, muchos de ellos, en la contemplación del ombligo de sus propias naderías. Está en esa atmósfera de clubes que se respira en más de una sede partidista. El juego de dominó, que aborta toda discusión, todo análisis, pese a las acuciantes tragedias de hoy. Cero debate, interrupción de la formación de los cuadros de relevo, desvinculación pasmosa respecto a las angustias populares. Quiebra libertina del principio de democracia interna. La incongruencia de partidos que luchan por la democracia en la calle, pero la niegan dentro. Imposiciones groseras, esterilizantes. Eclipse del sentido de grandeza, del compromiso histórico.
El PCV, retomamos, estaba llamado a ser la fuente de casi todas las organizaciones políticas contemporáneas. De las entrañas del PCV surgió, en 1937, el Partido Democrático Nacional (PDN), agrupación de inspiración izquierdista, precursora de Acción Democrática. Cismas, dentro de AD, darían vida al Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), y al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). A su vez, de una división del MIR emergió la Liga Socialista. También eran disidentes del MIR quienes irían a crear tienda aparte, en Bandera Roja. Proyecto Venezuela afloró del tronco socialcristiano. Primero Justicia también. Ayer apenas, en el 2002, otra ruptura del MAS induce el parto, por fórceps, de Podemos y de Vamos.
Flujos y contraflujos incesantes, hasta consentir lo promiscuo. Toldas juntadas con primos hermanos. Y, además, partidos que se creían irreconciliables, por sus doctrinas originales, puestos a sentarse a la mesa de la coyuntura electoral. Así, a Convergencia, aquella coalición chiripera que apoyó la candidatura de Rafael Caldera, en 1993, la conformaban, además de antiguas piezas de COPEI, el MAS, el MEP, el PCV.
¿Quién niega, ahora, que nuestra historia política es una abigarrada sucesión de rupturas y revisiones? No es casual que la acusación de revisionistas haya aflorado en las circunstancias en que unos y otros desean proferir el peor de los insultos políticos. Unas veces sin razón. Otras con razón de sobra. Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, fundadores del MAS, un día como hoy del año 1971, en el Club de Solaz, calle real de Monte Piedad, venían de abandonar la lucha armada, y de romper, según palabras del propio Petkoff, “con toda esa constelación político-ideológica, cuyo centro era la Unión Soviética”.
La causa de las brasas de esta procesión encontraría plena justificación histórica, casi dos décadas más tarde. El deslinde (así se llamó, adrede, el primer órgano de expresión masista) había fecundado en un acontecimiento premonitorio de todo el pesado desmoronamiento que pondría fin al modelo soviético, junto a la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989. El “socialismo con rostro humano”, de Alexander Dubcek, había sido aplastado por las tropas soviéticas. La tenue democratización de la Primavera de Praga, aún cuando no preveía la legalización de los partidos, fue asolada mediante una ominosa invasión, con el uso de 5.000 carros blindados del Pacto de Varsovia y unos 200.000 efectivos de tropa.
De manera que en esta ocasión la ruptura obedeció a un serio razonamiento formal, ideológico. Toda la inobjetable argumentación la había vertido Petkoff en las páginas de su libro “Checoslovaquia, el socialismo como problema”. Tuvo, él, más suerte, valga la digresión, que nuestro muy admirado poeta caroreño Alí Lameda, el viajero enlutado, quien quiso viajar a Corea del Norte para disfrutar las mieles de un paraíso comunista, sólo para que sus dignos huesos fueran reducidos a una oscura mazmorra, de dos metros por dos, durante siete inacabables años, acusado en forma alternativa, comunista él, de ser espía de Moscú o de Washington.
Queda visto, pues, que tampoco esta historia del MAS y sus mentores está ausente de serios baches y tropiezos. Y se repiten, también aquí, algunas incidencias pendulares de estas memorias recientes, cuyo fuego aún nos alcanza. Al final de sus días, Rómulo Betancourt estuvo alejado de su creación, Acción Democrática. Caldera fue expulsado, oficialmente, de COPEI. Una resolución partidista, leída por Hilarión Cardozo, decía: “Se le excluye del comité nacional y se ordena borrar su nombre de los libros del partido”. Por estos días se oye hablar con insistencia, dentro del mundo oficialista, de un iluso chavismo sin Chávez. Y, pregunto yo, impertinencia incluida, ¿dónde están, ahora, Petkoff, y Pompeyo Márquez? ¿No es acaso ésta, una brillante ocasión para convocarlos, a juntar ardores y razones, en estos instantes precisos, cuando la suerte del país exige altura de miras, y la disposición plena a apostarlo todo al desmantelamiento de esta esquizofrenia chavista, y, encima, marulandista?
Nos haríamos merecedores de esta desgracia, con todas sus graves secuelas, si cedemos terreno a la dejación, al hacer política en horarios de oficina, y si, en adelante, se sigue condenando al desamparo, al líder natural que, hundido en las miserias de su barrio, y en la apartada comunidad rural, asume una fatigada representación en solitario. Ya basta de jugar a los personalismos inútiles, y de alimentar esta feria de vanidades en la cual nadie hace nada si esa acción no le garantiza un provecho en lo particular, si no halaga sus intereses. Partamos de un principio real, objetivo. En esta acera nadie es dueño de nada. Es llegado el turno, eso sí, de construir una opción, sobre bases actualmente endebles, imprecisas. Eso es posible. Es inaplazable. La fortaleza estará en la capacidad de acoplar un anhelo, de fundar una confianza. Vea usted que nadie por esas calles está esperando ser mandado. Es un guía por el que aguardan. Será más útil en estas jornadas quien en lugar de ordenar, y disponer, pregunte qué puedo hacer. El himno de libertad que habrán de entonar las masas aún no ha sido escrito. Lo sensato no será competir con el encantador de serpientes, sino decir una verdad creíble, y defenderla no mediante un vendaval de pasiones sino con un haz de honradez. Eso no se logrará, está verificado, desde los estudios de la televisión. La hora actual no es la de los espectadores concentrados, inertes, sino la de un actor diligente, en cada esquina.
En Lara, la pasividad aterra. Si algo se está haciendo es secreto bien guardado. Reclámenme ustedes, que estoy hablando, en vez de actuar. El gobierno produce escándalos a granel, y, ¿cómo reaccionamos, día tras día, aparte de encoger los hombros? Aclaremos de una vez cuándo haremos algo concreto para impedir las vulgaridades de una dinastía ramplona que pretende, y, peor, lo está logrando, pagar y darse el vuelto, con chorros de dinero que a ninguna comunidad favorecen. Indecencia transmitida. Padre e hijo ungidos de un espíritu nada santo.
Ortega y Gasset admite que lo acontecido en Rusia repitió el lugar común de las revoluciones, con la deplorable confirmación del aserto según el cual la revolución, toda revolución, devora a sus propios hijos, y nunca durará más de quince años, “período que coincide con la vigencia de una generación”.
Eso, tratándose de una revolución, de un proceso que merezca llamarse tal. ¿Qué puede decirse de un remedo, tardío e inconexo, de una colcha mal enhebrada de teorías hace buen rato superadas?
Es de agradecer que el MAS sea un aliado. Es de agradecer que en los tiempos del bipartidismo, junto a la Causa R, haya procurado el equilibrio. Es de agradecer que el MAS, rehén por un extenso período, en cada elección, del llamado seis por ciento histórico, no haya llegado al poder con José Vicente Rangel, el Fouché venezolano, como abanderado, en dos consultas consecutivas, las de 1973 y 1978. Es de agradecer el aporte de la tolda naranja a la robustez del debate, que urgía de sólidas confrontaciones. Ello ya había quedado palmariamente probado en el trienio adeco del 45-48, caracterizado por un sectarismo voraz, patibulario. Admítase con humildad, para el registro histórico, que así como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez tuvieron razón en romper con el comunismo, hace 37 años, también estuvo del lado de ellos el acierto, la verdad sea dicha, cuando se abstuvieron de hacerle comparsa al comandante obstinado en perpetuarse.
Por mucho tiempo se recitó que el primer error del MAS radicaba en su propio nombre. Porque lo anunciaba como un movimiento hacia algo que no existía, o acusaba universal decadencia. Ahora la situación es más incómoda aún. El socialismo del siglo XII, con patente venezolana, no sólo redunda en un mundial descrédito de esta corriente ideológica, sino que desprestigia a la izquierda toda.
El MAS, ese MAS de los tormentos, para Cabrujas, ha avisado que en lo sucesivo su rótulo será el de Movimiento Democrático. El puño cerrado que algún día tomara prestado de la Internacional Socialista, desaparece. El propósito, se ha advertido, es “modernizar la izquierda”.
Amanecerá y veremos. Sin duda hará falta mucho más. Ahora, lo cierto es que la utopía no debe morir.
José Gil Fortoul, quizá el intelectual más sobresaliente de la era gomecista, ya nos hablaba en su Sinfonía Inacabada, de 1931, que por temperamento, y como resultado de los estudios realizados por él en pueblos con razas y culturas diferentes, su corazón y su espíritu estaban siempre con los que padecen y sufren. Para subrayar: “Y con los que sufren y padecen creo en una próxima organización social, menos imperfecta y más humanitaria, con luchas menos brutales y leyes más equitativas. En suma, creo en el advenimiento de otra civilización que será, a un tiempo, más intensa, más amplia y más alta”.
Muchas gracias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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Ciao.

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela