Foto: JAO
La Zona Rosa está comprendida entre las calles 82 y 84 y las carreras 11 y 14. Es el lugar apropiado para quien busca diversión. Las discotecas, casinos, restaurantes de diversas nacionalidades y cafés al aire libre, constituyen un atractivo turístico especial
La Zona Rosa está comprendida entre las calles 82 y 84 y las carreras 11 y 14. Es el lugar apropiado para quien busca diversión. Las discotecas, casinos, restaurantes de diversas nacionalidades y cafés al aire libre, constituyen un atractivo turístico especial
Foto: JAO
La Candelaria forma parte del Distrito Histórico, junto con Usaquén y Chapinero
Foto: JAO
La Torre Colpatria, en el sector de San Diego, y vista aquí desde el Cerro de Monserrate, es el edificio más alto de Colombia (196 metros). Tiene 50 pisos y fue construida en 1979. Allí tienen su sede diversos bancos y entidades financieras
La Candelaria forma parte del Distrito Histórico, junto con Usaquén y Chapinero
Foto: JAO
La Torre Colpatria, en el sector de San Diego, y vista aquí desde el Cerro de Monserrate, es el edificio más alto de Colombia (196 metros). Tiene 50 pisos y fue construida en 1979. Allí tienen su sede diversos bancos y entidades financieras
El bogotano asume su existencia con hidalguía, solemnidad y esplendidez. Aquí, los ímpetus de un espíritu colectivo noble e industrioso construyen mañanas y anhelos de paz entre los repentinos estrépitos de las bombas, la sombra de los muertos y el brutal espanto de los mutilados
La tradición dice que cuando el Conquistador español llegó a la encumbrada sabana sobre la cual hoy se despliega Bogotá, en agosto de 1538, su maravilla ante tanta belleza y abundancia fue tal, que la llamaron Valle de los Alcázares.
Pensaban aquellos hombres que venían de cubrir una desastrosa travesía a lo largo del río Magdalena, en la edificación semejante al castillo que la influencia árabe siglos atrás había convertido en alcázar, tanto en Segovia, por ejemplo, como en Toledo, o en Madrid.
El encanto debió haber sido mayúsculo, sin duda. ¿Dónde podían ver un alcázar, que fue siempre residencia favorita de reyes, por entre aquellas tierras sobre las que ellos pronto erigirían apenas un remedo de caserío, con unas doce chozas improvisadas y los asomos ilusorios de una iglesia?
Basta recorrer La Candelaria, con su preservada memoria arquitectónica, e histórica, sus zaguanes, portones tallados, aleros y mansardas, para tener una idea, aproximada siempre, de la alucinación fundacional, escenificada en el descanso del Zipa, en lo que se conoce hoy como Chorro de Quevedo. (Zipa era el rey de los muiscas, un pueblo indígena, cultivador de maíz, papa y algodón, además de excelentes orfebres).
La Candelaria es fruto de la expansión del asiento primigenio. Fue el centro político de la ciudad durante la Colonia. Aquí tenían su sede la Real Audiencia y el Virreinato. Diezmado, el fundador, Gonzalo Jiménez de Quesada, que había partido de Santa Marta con unos 500 hombres para acabar aquí con 70, había querido denominar estos sus territorios como el Nuevo Reino de Granada. Fue una cédula real del emperador Carlos I la que en 1540 elevó a Santafé a la categoría de ciudad. El sabio Humboldt le pondría por luminoso rótulo el de Atenas de América.
Caminar el admirablemente conservado corazón histórico, flamear asombros sobre sus empedrados senderos, es comprender, al vuelo, el ancestral bagaje que tiene por herencia una sociedad capaz hoy de rellenar de vida y esperanza los resquicios que deja abierta, como punzante herida, la atrocidad de un conflicto armado de más de medio siglo, sin asomo alguno de solución duradera.
El bogotano asume su existencia con hidalguía, solemnidad y esplendidez. Así, entre las grises y álgidas brumas de una urbe en cuyos perímetros la palabra guerra apenas se menciona en voz alta, pero, allá en lo más insondable de cada conciencia es mortificación subyacente, los ímpetus de un espíritu colectivo noble e industrioso construyen mañanas y anhelos de paz entre los repentinos estrépitos de las bombas, la sombra de los muertos y el brutal espanto de los mutilados.
El lector sabe bien que cuando se viaja uno de los ejercicios inevitables es ir confrontando mentalmente las imágenes que vemos con las del país propio.
Admítase, entonces, esta confesión. Se siente envidia, de la sana, si es que existe, al ver la intensa y armónica vida que tienen, por ejemplo, las librerías, ricamente actualizadas, y los cafés al aire libre en un ambiente de ensueño, el Parque de la 93. O la reposada afluencia familiar en el Parque Metropolitano Simón Bolívar, con sus casi 400 hectáreas de verdor, lagunas, ciclovías, terraza mirador, concha acústica. O el sosegado desplazamiento de los transeúntes por calles pulcras, con aceras anchas y despejadas, sin la contaminación, visual e ideológica, de las vallas inmensas que en Venezuela nos atosigan, mientras, además, desaparecen espacios emblemáticos como el de los cafés de Sabana Grande, en Caracas. Y, como guinda que faltaba en un desbarajuste que nos envuelve y aprisiona, los ateneos de Venezuela, propulsores de cultura, sólo por recibir el respaldo de la empresa privada, reciben ahora el peso monstruoso de la acción aniquiladora de esos a quienes el escritor Adriano González León ha llamado, con justificada ira, “marginales del alma”.
Duele registrarlo, pero es una realidad que nos escuece.
Mientras tanto, bien por Bogotá y los bogotanos. Gracias, por ser como son.
Esa es Bogotá
Leímos que en el último año el Aeropuerto El Dorado ha aumentado en un 66% el número de vuelos nacionales e internacionales. 2.597 vuelos adicionales, sólo en los últimos 365 días.
En los años 2007 y 2008, Bogotá es Capital Mundial del Libro, una insignia que habla muy bien de esta culta ciudad.
Ciudad Salitre es una ciudadela planeada que sirve de sede a multinacionales. Abarca parques de tecnología, como Maloka, con 350 módulos interactivos y el Cine Domo. Su cine de formato gigante 8/70 tiene capacidad para 314 personas. Se presentan diez funciones diarias durante todo el año.
El Hard Rock Café de Bogotá posee seis salas de Cinemark.
Arte, cuero, artesanías
Las galerías de arte más exclusivas de Bogotá D.C. se ubican en el centro y norte de la ciudad, al igual que en Medellín, Cali y Bucaramanga.
Las manufacturas de cuero, de excelente calidad, se encuentran en los almacenes especializados de los centros comerciales. Igual ocurre con las artesanías: móviles, chivas, vírgenes, tapetes, ruanas, madera, pedrería, precolombinos.
Hay una infinita variedad de opciones.
La tradición dice que cuando el Conquistador español llegó a la encumbrada sabana sobre la cual hoy se despliega Bogotá, en agosto de 1538, su maravilla ante tanta belleza y abundancia fue tal, que la llamaron Valle de los Alcázares.
Pensaban aquellos hombres que venían de cubrir una desastrosa travesía a lo largo del río Magdalena, en la edificación semejante al castillo que la influencia árabe siglos atrás había convertido en alcázar, tanto en Segovia, por ejemplo, como en Toledo, o en Madrid.
El encanto debió haber sido mayúsculo, sin duda. ¿Dónde podían ver un alcázar, que fue siempre residencia favorita de reyes, por entre aquellas tierras sobre las que ellos pronto erigirían apenas un remedo de caserío, con unas doce chozas improvisadas y los asomos ilusorios de una iglesia?
Basta recorrer La Candelaria, con su preservada memoria arquitectónica, e histórica, sus zaguanes, portones tallados, aleros y mansardas, para tener una idea, aproximada siempre, de la alucinación fundacional, escenificada en el descanso del Zipa, en lo que se conoce hoy como Chorro de Quevedo. (Zipa era el rey de los muiscas, un pueblo indígena, cultivador de maíz, papa y algodón, además de excelentes orfebres).
La Candelaria es fruto de la expansión del asiento primigenio. Fue el centro político de la ciudad durante la Colonia. Aquí tenían su sede la Real Audiencia y el Virreinato. Diezmado, el fundador, Gonzalo Jiménez de Quesada, que había partido de Santa Marta con unos 500 hombres para acabar aquí con 70, había querido denominar estos sus territorios como el Nuevo Reino de Granada. Fue una cédula real del emperador Carlos I la que en 1540 elevó a Santafé a la categoría de ciudad. El sabio Humboldt le pondría por luminoso rótulo el de Atenas de América.
Caminar el admirablemente conservado corazón histórico, flamear asombros sobre sus empedrados senderos, es comprender, al vuelo, el ancestral bagaje que tiene por herencia una sociedad capaz hoy de rellenar de vida y esperanza los resquicios que deja abierta, como punzante herida, la atrocidad de un conflicto armado de más de medio siglo, sin asomo alguno de solución duradera.
El bogotano asume su existencia con hidalguía, solemnidad y esplendidez. Así, entre las grises y álgidas brumas de una urbe en cuyos perímetros la palabra guerra apenas se menciona en voz alta, pero, allá en lo más insondable de cada conciencia es mortificación subyacente, los ímpetus de un espíritu colectivo noble e industrioso construyen mañanas y anhelos de paz entre los repentinos estrépitos de las bombas, la sombra de los muertos y el brutal espanto de los mutilados.
El lector sabe bien que cuando se viaja uno de los ejercicios inevitables es ir confrontando mentalmente las imágenes que vemos con las del país propio.
Admítase, entonces, esta confesión. Se siente envidia, de la sana, si es que existe, al ver la intensa y armónica vida que tienen, por ejemplo, las librerías, ricamente actualizadas, y los cafés al aire libre en un ambiente de ensueño, el Parque de la 93. O la reposada afluencia familiar en el Parque Metropolitano Simón Bolívar, con sus casi 400 hectáreas de verdor, lagunas, ciclovías, terraza mirador, concha acústica. O el sosegado desplazamiento de los transeúntes por calles pulcras, con aceras anchas y despejadas, sin la contaminación, visual e ideológica, de las vallas inmensas que en Venezuela nos atosigan, mientras, además, desaparecen espacios emblemáticos como el de los cafés de Sabana Grande, en Caracas. Y, como guinda que faltaba en un desbarajuste que nos envuelve y aprisiona, los ateneos de Venezuela, propulsores de cultura, sólo por recibir el respaldo de la empresa privada, reciben ahora el peso monstruoso de la acción aniquiladora de esos a quienes el escritor Adriano González León ha llamado, con justificada ira, “marginales del alma”.
Duele registrarlo, pero es una realidad que nos escuece.
Mientras tanto, bien por Bogotá y los bogotanos. Gracias, por ser como son.
Esa es Bogotá
Leímos que en el último año el Aeropuerto El Dorado ha aumentado en un 66% el número de vuelos nacionales e internacionales. 2.597 vuelos adicionales, sólo en los últimos 365 días.
En los años 2007 y 2008, Bogotá es Capital Mundial del Libro, una insignia que habla muy bien de esta culta ciudad.
Ciudad Salitre es una ciudadela planeada que sirve de sede a multinacionales. Abarca parques de tecnología, como Maloka, con 350 módulos interactivos y el Cine Domo. Su cine de formato gigante 8/70 tiene capacidad para 314 personas. Se presentan diez funciones diarias durante todo el año.
El Hard Rock Café de Bogotá posee seis salas de Cinemark.
Arte, cuero, artesanías
Las galerías de arte más exclusivas de Bogotá D.C. se ubican en el centro y norte de la ciudad, al igual que en Medellín, Cali y Bucaramanga.
Las manufacturas de cuero, de excelente calidad, se encuentran en los almacenes especializados de los centros comerciales. Igual ocurre con las artesanías: móviles, chivas, vírgenes, tapetes, ruanas, madera, pedrería, precolombinos.
Hay una infinita variedad de opciones.
Los nombres
La ciudad primero se llamó Bacatá. Luego, Nuestra Señora de la Esperanza. Después, Santa Fe. Más tarde, Bogotá y, por último, Santa Fe de Bogotá Distrito Capital, según la Constitución de 1991.
Zipaquirá
Si dispone de una mañana entera, dispóngase a visitar Zipaquirá. No se arrepentirá, se lo aseguro.
Queda a 49 kilómetros de Bogotá, siguiendo por la Autopista Norte y doblando hacia el Occidente en La Caro. Luego de pasar por Cajicá, pueblo famoso por sus tejidos de lana, llegará a nuestro destino.
Allí usted podrá admirar la Catedral de Sal, excavada en las entrañas de una mina, a 120 metros de profundidad.
Le garantizó que se quedará maravillado.
La ciudad primero se llamó Bacatá. Luego, Nuestra Señora de la Esperanza. Después, Santa Fe. Más tarde, Bogotá y, por último, Santa Fe de Bogotá Distrito Capital, según la Constitución de 1991.
Zipaquirá
Si dispone de una mañana entera, dispóngase a visitar Zipaquirá. No se arrepentirá, se lo aseguro.
Queda a 49 kilómetros de Bogotá, siguiendo por la Autopista Norte y doblando hacia el Occidente en La Caro. Luego de pasar por Cajicá, pueblo famoso por sus tejidos de lana, llegará a nuestro destino.
Allí usted podrá admirar la Catedral de Sal, excavada en las entrañas de una mina, a 120 metros de profundidad.
Le garantizó que se quedará maravillado.
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