lunes, 17 de diciembre de 2007

El abogado-poeta Leonardo Pereira


Doctorado Honoris Causa
para un hacedor de lluvias



En lugar de llamar a misa, las campanas de la Capilla de El Calvario, en la Zona Colonial de Carora, parecían susurrar, bajo el efecto de secular resolana, que la ceremonia sería una en la cual la poesía, de la mano del derecho, estaba dispuesta a vestir el traje, y blandir los códigos, de la irreverencia.
En Carora todo es posible. Aquí lo insólito se vuelve rutina. Tierras yermas avientan los frutos más jugosos. Vacas inmersas en sed inmemorial, le arrebatan secretos al discreto camello que nunca ha visto. Por mucho que el cielo se tiña del gris más sombrío, jamás se sabrá si ha de llover o no. La ruda mano callosa que brega con el apero, acaricia sensitiva las letras de Kant, o las de Nietzsche. Entre esos cardos, en cualquier miserable recoveco de caminos borrosos y sin nombre, pueden surgir ahora mismo los perfiles de un hombre universal. Un Chío Zubillaga, un Ambrosio Oropeza, un Alirio Díaz.
Así, en esta iglesia sin sacerdote a la vista, Leonardo Pereira Meléndez, singular como todo caroreño que se precie, elevó solemne su oración particular, memorial, terrena. “Padre mío que estás en el cielo…”, saludó, entogado. Su propia feligresía escuchó con expectación devota al implorar: “Santificadas sean las mujeres que me amaron y dejaron mi cuerpo disperso”.
Nadie dijo amén. Nadie, tampoco, pidió la excomunión. Apenas un sordo murmullo puritano.
Es que era, justo, el día de la consagración del abogado y escritor.
“Ven a mi Reino, urdido de deseos, convierte mi tristeza en el arcoiris de Noé”, salmodiaba ahora, crédulo, elevado. La celeste luz de los vitrales le imprimía a sus preces un aura de santidad incierta. O de ruptura reflexiva con toda afectación heredada.
La Philo-Byzantine Magistrorum Academy and University, de Miami, Florida, se había trasladado a su ilustrada comarca, para concederle, medalla y pergamino mediante, el doctorado Honoris Causa en Jurisprudencia, “por su trayectoria como escritor, poeta y abogado penalista, que ha venido aportando a la doctrina sus investigaciones a través de órganos periodísticos nacionales como extranjeros”.
“No me es ajena la vida bizantina”, advirtió Pereira Meléndez en clase magistral. “De hecho, provengo de un pueblo mágico: San Cristóbal de Aregue. Más allá de Las Huertas, La Mesa, La Cruz Verde, El Tanquito, más acá de Chipororo, queda San Cristóbal de Aregue, donde tengo enterrado mi ombligo, porque ahí, en ese agraciado lugar nació mi madre, y nacieron mis abuelos y bisabuelos; comarca donde renace en cada casa, y en cada habitante, una palaciega soledad, sempiterna, llena de una infinidad próxima a la nostalgia”.
Egresado de la Universidad Santa María, el joven intelectual tiene en su haber postgrados y maestría en la especialidad de Derecho Penal, del mismo claustro; en Derecho Procesal Penal, por la Universidad Fermín Toro; en Literatura Latinoamericana, por el Instituto Inter-universitario Cecilio Zubillaga Perera; y Doctorado Honoris Causa en Derecho, por la University de San Alberto Magno, de California.
Su producción literaria es ya prolífica. Enjundiosa. Con más de doce títulos en su haber, instituciones culturales y jurídicas de nuestro país, y del exterior, se han sentido motivadas a reconocerle. Su poesía brilla en varias antologías y ha sido estudiada por Juandemaro Querales, Miguel Prado y Hedí Rafael Pérez. Este mismo mes tiene previsto presentar una nueva obra suya: Anotaciones de Derecho Procesal Penal, compilación de ensayos a ser prologada por el reconocido jurista cubano-venezolano Dr. Eric Lorenzo Pérez Sarmiento.
“Ya no soy el mismo”, recita ahora Leonardo. ¿O es una oración, un cántico, tal vez? Escuchemos: “Si bien no he dejado de soñar con un mundo mejor, ya no creo en el hombre. Quizás porque he andado estos últimos diecisiete años en medio de lobos. Me nombran y callo. No digo nada. No hablo nada. He dejado de construir casas de caracoles. Soy humano. Soy poeta. Un escritor de provincia. Un hacedor de lluvias. Eso soy y seré siempre”.
En esa nave de templo con cuernos en su fachada, descubiertos, eso sí, por Luis Beltrán Guerrero, y muy cerca de donde “entre pájaros, luciérnagas, lagartijas y cigarras del mes de mayo”, vio crecer Héctor Mujica el habla y el entendimiento, el poeta doctorado proseguía inexorable, un poco más allá de sus mostachos: “Hoy estoy agradecido. Aunque sé que siempre seré el secreto nunca develado, la ventana marchita, la piedra transparente. Sí, seré sólo eso, el que retorna sin glorias al pasado lleno de vidrios, sobre el caballo de la muerte”.
Miguel Prado analiza a Leonardo Pereira Meléndez como ensayista que transita hacia “un prodigioso rito de la palabra”, y, asimismo, advierte su proximidad a la crítica literaria, enriquecida por su febril bagaje de lecturas. Al detenerse en “los demonios interiores” de su lírica, es consecuente en destacar su “nivel técnico preponderante basado en la imagen”. Sugiere que “en el mapa de todo su quehacer literario esta figura se impone en forma metódica”, constante, azuzada.
Es, dice el literato, partiendo de su edad temprana, “un escritor integral en franco crecimiento”.
Por su parte, Juandemaro Querales, al adentrarse, severo, escrupuloso, en la tesitura escritural del poeta-penalista (“sólo en ella, en la dadivosa poesía, he sentido que el cosmos donde habito suele estar lejano y pequeño, como cuando la noche engendra la flor del tiempo”, se confiesa el autor), ausculta un hallazgo pleno de obviedad: la influencia que en las nuevas promociones de escritores debe haber ejercido “una región con tradición de buenos ensayistas y poetas”. Humanistas como Luis Beltrán Guerrero, Héctor Mujica y Guillermo Morón, dice, “son modelos para verse reflejados en los trazos de unas líneas ingenuas e impresionistas, y ganar después la madurez que da la formación”, el encuentro oculto con los lectores, el asiento de un estilo.
Buena misa sin clérigo, y copiosa en abluciones y confesiones profanas, y místicas, la que fuera oficiada ese sábado. Augusto a ratos, llano casi siempre, Pereira Meléndez convocó querubes y demonios, por igual, para su oficio de fe. “Porque además, soy religioso, y como todo poeta creo en Dios y en los ángeles, aunque los míos, mis ángeles, sí tienen sexo”. Ninguno de los fieles sabía exactamente qué debía responder en aquel punto. En Carora todo es posible. “Gracias Princesa de Byzancio por eternizar mi amor por la poesía, y mi pasión por el derecho”. Amén.
José Ángel Ocanto

No hay comentarios.:

Bienvenidos

Les abro las puertas a mi blog. Agradezco sus comentarios, aportes, críticas. Por favor, evite el anonimato.

Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela