lunes, 17 de diciembre de 2007

Discurso


Discurso de José Ángel Ocanto
En Solemne Acto Académico
de la XII promoción de Bachilleres en Ciencias Año 2007
Unidad Educativa Francisco Tamayo.
Cabudare, 26 de junio de 2007


En primer término, debo agradecer profundamente el alto honor que me ha sido inmerecidamente concedido, al tener la oportunidad de dirigirme a ustedes, nuevos bachilleres de la república, en este, no definitivo, pero sí trascendente, y fundamental escalón que dan en su formación académica y en sus vidas.
Llegan hasta aquí gracias a la suma de varios factores esenciales, que deben ser destacados, en nombre de la justicia. Primero, el amor de sus padres, comprometidos como nadie en los giros que habrá de dar la existencia que recién comienzan, en los pasos que emprenden ahora hacia los candiles insomnes de la realización, en búsqueda del objetivo supremo de la excelencia, de la aptitud, en fin, del ser útiles. Además, celebran hoy este temprano galardón, en virtud de la orientación cercana, experta y humana, de sus profesores. Igualmente, por la materialización del deber que resulta ineludible para un Estado, y para una sociedad, consustanciados en cualquier circunstancia histórica con la ilustración de cada uno de sus ciudadanos, en la tarea de brindarles, a todos, en la medida de sus talentos y vocaciones, las herramientas esenciales que les permitirán afrontar los desafíos de un futuro siempre incierto, siempre nebuloso, siempre por descubrir, siempre por construir.
Porque es falso que exista un destino ya prefigurado, del que no nos podemos zafar. Es falso que no tengamos más remedio que resignarnos a ser simples briznas en los vientos de una predestinación frente a la cual no nos queda opción sino la de cumplir lo ya dispuesto por fuerzas e intereses superiores y extraños.
Sería esa una triste suerte para el hombre de cualquier época. Para el de las edades pretéritas, así como para el de hoy, pleno de progresos tecnológicos y de hallazgos científicos hasta hace apenas unas horas desconocidos, impensados.
Nadie, por ejemplo, predijo los drásticos cambios que en la segunda mitad del siglo pasado y en los albores del presente, se derivarían de la prodigiosa red informática que nos convirtió, de pasajeros de carruajes, trenes o aviones, en internautas capaces de profanar todas las fronteras, y de sorber a punta de teclados y de chips, todas las culturas, con sus luces y sombras. Preparados o no, de repente somos los ocupantes de la una vez profetizada aldea global.
La historia nos enseña que la extraordinaria fuerza de un pensamiento, de una lucha, de una causa abrazada con denuedo, ha sido capaz repetidamente de modificar los rumbos y sentidos del planeta, y de las culturas, unas veces para bien, como en el caso de Mahatma Gandhi, el de la no-violencia, otras para mal, como en el terrorífico ejemplo del genocida füher Adolfo Hitler.
Han escogido ustedes para esta XII promoción de Ciencias de la Unidad Educativa Francisco Tamayo, un nombre que, más allá de las consignas o banderas políticas, entraña un valor substancial: el de la moral que, junto a las luces, en el ideario robinsoniano, deberían irradiar “todos los espacios, en todos los momentos”.
Hace años una “Carta abierta a la juventud de hoy”, de André Maurois, me inculcó una certidumbre que en este momento deseo transmitir a ustedes, en instante tan solemne, imborrable, como fuente de un precioso saber. Rebatía el filósofo, a sus ochenta años, la esparcida idea de que “los viejos valores morales han ido a reunirse con las viejas lunas”.
“¿Un alma nueva en un cuerpo nuevo?”, se preguntaba Maurois. “No creo tal cosa”, advertía de seguidas. “¿No tenemos nosotros un corazón, un hígado, arterias, nervios, como los hombres de Cro-Magnon? En cuanto al alma, los valores morales no han sido inventados por seniles moralistas. Son valores, porque sin ellos no podrían sobrevivir ni la sociedad ni la dicha”.
Y planteaba el maestro una serie de reglas, tan antiguas como la civilización, decía. La tercera es una en la cual pretendo detenerme, a propósito. Se trata de “creer en el poder de la voluntad”. Porque, adicionaba el citado autor, “cualquiera que tenga el valor de quererlo, puede modificar su propio destino (…) La libertad vive en la frontera entre lo posible y la voluntad”.
No se trata, claro, decimos nosotros, ahora, de una voluntad ciega, improvisada. No todos los voluntarismos son garantía de un mañana mejor, de una vida más digna y edificante. No todas las iniciativas, por apasionadas o bien intencionadas, conducen al fortalecimiento de la paz, de la justicia, del brillo del respeto a las ideas, las semejantes igual que las ajenas. Ni, tampoco, por cierto, es la sumisión colectiva la actitud que evitará los excesos o deformaciones.
Corresponde, por tanto, a los jóvenes, convenir en que más que esperanzas para un mañana que, postergado una y otra vez fatalmente nunca habrá de ser alcanzado, son, ya, los convocados a asumir, en el presente, sin más dilación, las premuras, las encomiendas, de una patria en la que tanto hay por hacer, en la que tanto hay por corregir, en la que tanto hay por soñar.
Creer en el poder de la voluntad comporta no dejarse arrastrar, un segundo más, por la indiferencia, por el alegre desdén. Traduce entender el crimen que se comete al dilapidar los ardores que estremecen al alma joven. Sin el ánimo de desconocer que cada etapa de la vida depara sus disfrutes propios, y lícitos, sal y jugo de la existencia, ¿cómo desperdiciar tan caro combustible en el arrebato infecundo, en el delirio yermo, en los días descontados sin novedad? Los signos del corazón palpitante de una nación no son cosa sólo de viejos. La experiencia de unos, al lado del ímpetu de otros, calzan, sin duda, la combinación exacta para avanzar con más fuerza y menos sobresaltos, en los derroteros que nos aguardan, o mejor, muchachos, que ya transitamos.
Derroteros que claman por participación, por acceso ancho a la posibilidad de influir en la toma de las decisiones públicas. ¿Acaso no nos afectan a todos? ¿Acaso no influirán en la calidad de vida de la actual generación, como de las venideras? ¿Acaso alguien, en particular, puede arrogarse la potestad de disponer con qué ojos debemos mirar al mundo, y con qué ideas o prejuicios debemos concebirlo, y entendernos nosotros mismos?
Formar los republicanos, una vez alcanzada la Independencia, como clamaba lúcidamente don Simón Rodríguez, es una tarea aún pendiente, y cuánto. Y si dentro de un cuarto de siglo habremos de estar lejos, o un poco más cerca, de coronar ese propósito, dependerá en buena medida, sépanlo, de ustedes. Las ópticas y doctrinas diametralmente contrapuestas que pugnan en el país actual, dibujan en el horizonte cercano una incógnita severa que sólo puede ser acometida con una prudente pasión. Pasión para echar a andar, siempre, prudencia para no dar saltos en el vacío, jamás.
Rían, vivan, disfruten. Y, estudien, fórmense. Sean capaces de recrearse y también de pensar. Entiendan que cada época que vivimos es más exigente que la anterior. No dejen de gozar la juventud, delicia pasajera, pero entiendan que la vida no es una eterna fiesta, atiborrada de zumbidos que nada les dicen al oído, de simplezas que nada les dicen al corazón. Triunfos y sinsabores, riesgos y amables sorpresas se alternarán en sus pasantías por estos suelos de Dios. El mismo Maurois les diría, si estuviera aquí, que estén prestos a vérselas con la traición de personas a quienes consideraban amigas, pero, asimismo, a encontrar “en medio de las tribulaciones, la abnegación más incomparada, el amor más delicado, la constancia en los seres que creían más indiferentes o frívolos”.
No esperen que nada les sea dado sin sacrificio. No aguarden que un día de estos descienda un prodigioso maná del cielo. No pretendan que nadie les prepare o reglamente el futuro. Gánenselo ustedes mismos. ¿De qué puede ser sinónimo la palabra joven, sino de rebeldía, de insatisfacción? Proporciónenle una causa, eso sí, a la rebeldía, para que tenga sentido, para que se vuelva razonable.
El mañana será de ustedes, sólo si ustedes quieren.
Muchas gracias.

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Acerca de mí

Periodista. Jefe de Redacción del diario El Impulso, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela